Revista Política

Algunos aforismos

Publicado el 14 noviembre 2014 por José Alfonso Pérez Martínez

El pensamiento aforístico no es reflexivo, demorado. Es una chispa súbita, una detonación de ingenio. Está emparentado con el ensayo y con la poesía, pero es, en sí mismo, un género propio. De algunos de los libros de aforismos que más me han gustado en los últimos tiempos extraigo algunos, esperando que ello os anime a buscarlos y leerlos completos.
Del considerado padre del aforismo, el alemán Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799) extraigo los siguientes (Aforismos, Edhasa, 2006):
Al revisar mi diccionario de injurias, no encontré ninguna más acertada que el insulto árabe: ¡Mierda sobre tu barba!
Liskow dice que la atroz multitud de escritorzuelos es tan capaz de introducir la barbarie como una horda de visigodos y ostrogodos.
Los reyes creen a menudo que lo que hacen sus generales y almirantes es patriotismo y celo en cosas que atañen a su propio honor. El móvil que lleva a realizar grandes hechos no es muchas veces sino una muchacha que lee el periódico.

Del pintor vanguardista francés Georges Braque (1882-1963), los siguientes (El día y la noche, Acantilado, 2001):
Contentémonos con invitar a la reflexión. No pretendamos convencer.
Me preocupa más entrar en consonancia con la naturaleza que copiarla.
El militante es un enmascarado.

Del polaco Stanislaw Jerzy Lec (1909-1966) los siguientes (Pensamientos encadenados, Pre-Textos, 2014):
No por darle cacao a la vaca ordeñarás chocolate.
Incluso en su silencio había faltas de ortografía.
También los masoquistas lo confiesan todo bajo tortura. Por gratitud.

De Dionisia García (1929) los siguientes (El caracol dorado, Renacimiento, 2011):
Ordenadas nuestras mentes, lo demás se dará por añadidura.
Ser joven no es un mérito, sino una situación.
Si te comprenden, estás salvado.

Y de Carlos Marzal (1961), por último, los siguientes (La arquitectura del aire, Tusquets, 2013):
Amar es conocer, y a pesar de todo seguir amando.
El peso que importa es sólo el que no puede soportarse.
El tonto que nos aprecia no nos lo parece tanto.


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