Revista Cultura y Ocio
La psicopatía es un trastorno de la personalidad, no es una enfermedad mental.
No sé si esto les dirá mucho, pero realizar esta distinción es esencial.
Una enfermedad mental es un estado anormal de nuestra mente. Una alteración de nuestra psique que abarca cognición, afectos y conducta. En definitiva, un trastorno sobrevenido a un estado de salud mental (más o menos) normal.
Suponga que un amigo/a tiene que afrontar una separación matrimonial no deseada. O lo contrario, que tiene que soportar una convivencia marital que le lleva quemando durante años. Suponga que pierde su trabajo, no logra encontrar otro y esto lleva minando su existencia durante años. O a la inversa, que tiene un trabajo que le está quemando la sangre desde mucho tiempo atrás pero no tiene más remedio que soportarlo. Suponga que fallece en un accidente de tráfico la persona que usted más quiere en el mundo o…
O supóngalo todo junto. Se separa de su mujer. Su carácter va ajándose progresivamente, se encuentra más irritable, menos paciente, más pesimista… En el trabajo los roces empiezan a ser frecuente, con compañeros y superiores. Un buen día se enfrenta al jefe y como consecuencia este le despide. Se enoja y usted le insulta o agrede, motivo por el que él le denuncia. Presa de la impotencia, rabia, y quizá también su falta de control, salé desnortado, coge el coche y conduce de manera temeraria, hasta que en un cambio de rasante se sale de la vía y se estrella. Podemos seguir complicando la peripecia con el resultado de hemiplejia. O peor, queda tetrapléjico.
Después de esto, no sería extraño que nuestro amigo sufra un trastorno del estado del ánimo. Esto es, depresión. Tener una depresión no es levantarse un buen día tristón o melancólico y decir “Que depre”. No es un estado de tristeza más o menos puntual. Padecer una depresión es sufrir un Episodio Depresivo Mayor. Y esto son (como indica su propio nombre) palabras mayores. La persona se encontraba en un estado de mental saludable (más o menos estable) pero, súbita o progresivamente, se desequilibra. No somos capaces de adaptarnos a tal cambio y nuestro estado de ánimo se hunde.
Si sufrimos una depresión tenemos una enfermedad mental. Es necesario que sea diagnosticada (existen distintos tipos de trastornos del estado de ánimo: distimia, episodio depresivo mayor,…) y acto seguido, ser tratada. Para ello dispondremos de un variado abanico de posibilidades terapéuticas, desde las farmacológicas (de las que personalmente desconfío como estrategia única para superar la depresión) hasta la psicoterapia. El tratamiento combinado es la intervención que mayormente se suele recomendar.
El sujeto necesitará quizá fármacos para dormir, deberá confrontar su malestar, el físico y el emocional, etc. Pero también tendrá que afrontar la responsabilidades: quizá su incapacidad para lograr una relación de pareja estable, quizá su impulsividad al encararse a su jefe, su falta de control cuando condujo insensatamente, etc… Aparte de asumir las secuelas postraumáticas del accidente de tráfico.
Sí, nuestro amigo está bien fastidiado. Pero puede mejorar. Tiene la posibilidad (en potencia, al menos) de superar su depresión. Y no, nadie ha dicho que vaya a ser fácil. Pero al menos dispone de herramientas para remontar su estado anímico. Habrá de asumir las consecuencias de sus actos, afrontar sus circunstancias actuales, y proyectar su vida hacia el futuro. Con trabajo y tiempo su estado de ánimo irá mejorando, se volverá a estabilizar. Con el paso de los meses igual puede alcanzar un estado de ánimo similar al inicial.
Pero ojo. Nunca será igual al inicial. La frase tan manoseada en los culebrones televisivos y películas comerciales de “la vida nunca va a volver a ser igual que antes” es verdadera. Radicalmente cierta.Suelen esgrimirla personas que pasan por situaciones traumáticas, interpretándola normalmente como un lastre para no avanzar (“Nunca será nada como antes”). Pero tal interpretación es suya, es una lectura personal, porque no va implícita en el hecho. Ocurra lo que ocurra, la vida nunca es como antes. La vida, por definición, es cambio. Nada permanece (¿estoy citando la letra de una canción o a un presocrático?). Diez años después, la vida de esa persona hubiera cambiado, de una manera u otra. Y nunca sabes si incluso más de lo previsto.
Voy a concretar de una vez, así que, como decía Denzel Washington en “Philadelphia”: Explíquemelo como si tuviera 5 años.
Antes estábamos mental y emocionalmente bien, pero unas determinadas circunstancias nos llevan a estar mal. Pero podemos mejorar, reponernos, intentar volver a nuestra línea base (emocional).
Pero esto no sucede con el psicópata.
El psicópata no se puede curar.
Y no puede hacerlo porque no tiene un trastorno mental (depresión, esquizofrenia, agorafobia, etc…). Él no está enfermo. Él, simplemente, tiene una forma de ser distinta. Con la peculiaridad de que, esa forma de ser, nos jode la vida a los demás.
Desde el asesino en serie de “Harry, El sucio” (quizá sea el primero que recuerdo en el cine) pasando por todo tipo de perfiles, reales (Calígula, Adolf Hitler, el asesino de la katana, Charles Manson… ) o imaginados (Hannibal Lecter, Jason, Freddy Krugger , incluso Torrente,…). Todos ellos, decía, no tienen nada que curar, porque no están enfermos. Simplemente tienen esa manera de ser: Buscan saciar sus necesidades sin importarle nada de lo demás. Les trae al fresco, oiga. No tienen ningún tipo de escrúpulo a la hora de aprovecharse de cualquiera que le permita alcanzar sus objetivos. Sin remordimiento ni culpa.
Ellos no tenían un estado mental o una concepción de la realidad que de pronto cambió, como quien cae en una depresión o sufre un brote psicótico.
No. Ellos siempre fueron así.
De manera que, si no es una enfermedad no se puede curar. Si es una forma de estar en el mundo (nefasta para los demás, pero una forma de estar, al fin y al cabo). ¿Cómo demonios se cambia?
Pues difícilmente. Porque para el psicópata no existe problema ninguno. Él no piensa que esté enfermo o equivocado. No tiene que ponerse en manos de ningún psiquiatra o terapeuta, porque si le preguntas, él mismo te diría que no está enfermo. Él sencillamente es así.
Y tiene razón: él no tiene ningún problema. El problema lo tienen los otros. Los demás. Nosotros.
El ucraniano Andrei Chikatilo era un tipo adorado en su barrio. Un buen vecino, siempre dispuesto a ayudar, dulce y devoto a su gata "Dasha", cuenta su casera. Lo más curioso de su persona era que siempre iba con una gran bolsa colgada del brazo, la cual estaba llena de huesos humanos. Cuando lo detuvieron, en su casa encontraron botellas rellenas de sangre, una jarra de cristal llena de orejas secas y un depósito de aluminio con restos humanos marinados y listos para comer. Era lo que quedaba de su última víctima.
Ese perfil desproporcionado existe, aunque haya sido corregido y amplificado, dado el indudable atractivo que tienen para el cine y medios de comunicación. Pero una cosa les digo. No son a esos a los que hemos de temer. Esos personajes surgen de vez en cuando, pero cuando lo hacen actúan sobre un número reducido de personas.
A los que realmente hay que tener miedo no son a los psicópatas asesinos en serie. A los que hay que temer son a esos psicópatas del tres al cuarto, a esos cabrones de perfil bajo que nos rodean en nuestra vida diaria y que ni siquiera somos capaces de detectar. Esos tipos con mala entraña que paradójicamente suelen tener encanto (la máscara necesaria para su impunidad), pero son mamipuladores, muestran una ausencia absoluta de empatía y ningún tipo de sentimiento de culpa. Igual es tu jefe, que tu vecino, que tu amigo.
Estadísticamente es un 1% la población la que se encuentra afectada del trastorno antisocial de la personalidad. Piensen. Si viven en una ciudad de, 20.000 habitantes, serían 200 los psicópatas que viven en su entorno. En EEUU son más de 12 millones de ellos.
De los que hay que huir (porque es lo único que se puede hacer contra estos tipos) son de los que no manifiestan su conducta públicamente, muchos de ellos “integrados” en la sociedad. De los que no asesinan pero te joden la vida. Esos son los realmente peligrosos, por encontrarse camuflados, mimetizados con el entorno, por tanto con la etiqueta de “normales” dentro de su comunidad. Probablemente con una sibilina forma de proceder que quizá no te inflijan un gran estropicio, pero que como la tortura de la gota china, van desgastando poco a poco. Y normalmente con una impecable fachada, un intachable prestigio social.
Ese esposo que parece ser el marido ideal y después, en casa, tiene machacada psicológicamente (y/o físicamente) a su esposa o familia. El amigo que en la pandilla calcula fríamente qué decir y a quien para lograr sus apetencias, destrozando relaciones sin escrúpulo alguno. El tipo que destaca en el trabajo y asciende (mejor dicho, trepa) usando discretamente cualquier tipo de estrategia, legítima o no, hasta alcanzar su objetivo.
No tengo ninguna duda de que entre los tipos que nos han fastidiado, esos que han provocado la crisis económica actual, deben encontrarse un número anormalmente alto de este perfil psicopático.