Pendientes que no lo he inventado, una ilustración de la época que demuestra que tengo razón. Y la cuestión es así.
Este cuento, escrito por Eleanor Muir en 1831 es básicamente el que todos conocemos (pruebo del plato, me acuesto en la cama, ya imaginas todo lo demás) pero la encantadora nenita es en el original una viejecita antipática y fea, que tiene la mala suerte (cosas del karma) de dar con unos osos pendencieros que al agarrarla infranganti le pegan fuego.
Como suele suceder, las gentes del siglo XIX es legendaria por su dureza. La anciana no se muere así que los osos deciden ahogarla o al menos intentarlo (que ya son ganas de complicarse la vida teniendo garras, colmillos y siendo tres) dado que esto tampoco funcionó, se devanaron los sesos y optaron por empalarla en un campanario, definitivamente les pareció la mejor opción.
A la final, la señora salta por la ventana se parte el cuello y se convierte en comida para osos...