Ali Smith.Primavera.Traducción de Magdalena Palmer.Nørdicalibros. Madrid, 2021.Ahora no queremos Información. Lo que queremos es desconcierto. Lo que queremos es repetición. Lo que queremos es repetición. Lo que queremos es a los poderosos diciendo la verdad no es la verdad. Lo que queremos es a parlamentarios electos diciendo se afila el cuchillo se le clava en el pecho y se retuerce cosas como tráete tu propia soga queremos que los diputados del partido gobernante griten suicídate en la cámara de los comunes a los miembros de la oposición queremos personas poderosas que digan que quieren ver a otras personas poderosas descuartizadas en bolsas de plástico en el congelador queremos que las mujeres musulmanas sean objeto de chanza en una columna del periódico queremos las risas queremos que el eco de esas risas las persiga allá donde vayan. Queremos que aquellos a quienes llamamos extranjeros se sientan extranjeros necesitamos que les quede claro que no pueden tener derechos a menos que nosotros lo digamos. Lo que queremos es indignación ofensa distracción. Lo que necesitamos es afirmar que pensar es elitista que el conocimiento es elitista lo que necesitamos son personas que se sientan abandonadas desposeídas lo que necesitamos son personas que sientan. Lo que necesitamos es pánico queremos pánico subconsciente también queremos pánico consciente. Necesitamos emoción queremos virtud queremos ira. Necesitamos todo ese rollo patriótico.
Así comienza Primavera, la tercera entrega del monumental ejercicio literario que es el Cuarteto estacional de Ali Smith (Inverness, 1964), que está publicando en lengua española Nørdicalibros con magníficas traducciones de Magdalena Palmer.
Encabezada, como las anteriores entregas, por una cita de Shakespeare, Primavera es, tras las ya publicadas Otoño e Invierno, una nueva manifestación del ambicioso proyecto narrativo que la autora publicó entre el otoño de 2016 y el verano de 2020, mientras hacía coincidir las fechas de publicación con el transcurso de las estaciones aludidas en cada uno de los títulos.
Desde ese comienzo incisivo y trepidante, que refleja un presente vertiginosamente acelerado cuya velocidad marca el tiempo interior de la obra, Primavera alterna la atención a lo colectivo con la peripecia individual de los personajes, la denuncia política y la crítica social en un argumento bien trabado con un complejo entramado de voces que se manifiestan en la viveza de sus diálogos o en la profundidad y las dudas de sus monólogos interiores.
Organizada en torno a tres personajes fundamentales -Richard Lease, un contradictorio, mediocre y desolado personaje cuyo complicado mundo interior centra la parte inicial del libro; Brittany, una joven que trabaja en un centro de internamiento para inmigrantes sobre el que proyecta sus críticas sobre el trato a la inmigración, y Florence, otra joven rebelde y lúcida, optimista, resistente y luchadora-, el reflejo crítico del presente, la denuncia de las injusticias y los excesos del poder, el paso del tiempo y la incomunicación, la experimentación y la exigencia recorren esta obra de Ali Smith, construida con la potencia verbal de esa prosa ágil e hipnótica, brutal y divertida.
Sus novelas, brillantes y complejas, exigentes y lúcidas, miran con furia y sarcasmo soterrado o explícito al presente de las migraciones, el medio ambiente, el Brexit o el coronavirus con la prosa envolvente que vuelve a sorprender al lector desde el comienzo de esta Primavera oscura y luminosa, amarga y esperanzada, una espléndida novela sobre el conflictivo mundo actual, sobre las desigualdades o el cambio climático y sobre la posibilidad, pese a todo, de un optimismo tan efímero como la primavera:
Las plantas que se abren paso entre la basura y el plástico, antes, después, afloran, pese a todo. Pese a todo las plantas se mueven debajo de vosotros, las personas en los talleres clandestinos, las personas que van de compras, las personas iluminadas por las pantallas de sus escritorios o que consultan sus móviles en salas de espera hospitalarias, los manifestantes que gritan donde sea, en cualquier país o ciudad, la luz se desplaza, las flores se mecen junto al montón de cadáveres y junto a los sitios donde vivís y los sitios donde os embriagáis hasta el aturdimiento, la felicidad o la tristeza, y los sitios donde rezáis a vuestros dioses y los grandes supermercados, junto a las personas que aceleran en las autopistas ante arcenes y matojos como si nada pasara. Pasa de todo. Las flores se abren entre los vertidos ilegales. La luz se desplaza por vuestras fronteras, por las personas con pasaportes, por las personas con dinero, por las personas sin nada, por cabañas y canales y catedrales, por vuestros aeropuertos, por vuestros cementerios, por todo lo que enterráis, por todo lo que desenterráis para llamarlo vuestra historia o que perforáis y extinguís para enriqueceros, la luz se desplaza pese a todo.
La verdad es una suerte de pese a todo.
El invierno no es nada para mí.
¿Creéis que no entiendo de poder? ¿Creéis que estoy verde?
Lo estaba.
Estropeadme el clima y os joderé la vida. Vuestras vidas no son nada para mí. Arrancaré narcisos de la tierra en diciembre. En abril atascaré vuestra puerta con nieve y soplaré para que ese árbol caiga sobre vuestro tejado. Haré que el río inunde vuestra casa.
Pero yo seré la razón de que renazca vuestra savia. Yo inyectaré luz en vuestras venas.
Y pese a todo, hay en Primavera un lugar para la esperanza, para esa “rama reseca, sólo verde en la punta” de la cita inicial de Shakespeare o para la “esperanza desesperada” con la que se evoca a Zola al final de la novela, que cierra este párrafo:
Si pasáis ante cualquier arbusto o árbol en flor, os será imposible no oír el rumor del motor, la nueva vida ya en movimiento, la fábrica del tiempo.
Santos Domínguez