Caricatura del Kaiser alemán devorando el mundo
Del Madrid o del Barça.
Bético o sevillista.
Trianero o de la Macarena.
De izquierdas o de derechas.
Aquí siempre hemos sido dados a llevarnos la contraria, a adoptar posturas enfrentadas en casi todo, en política, en deportes, en gustos musicales, en la afición taurina... O eres forofo seguidor de Curro Romero ("currista") o estás con "los otros" toreros, con la oposición.
No hay término medio. Y que a nadie se le ocurra ser de dos opciones rivales, porque aquí lo llevaría crudo.
Los españoles no intervinimos durante la Primera Guerra Mundial. Nuestro país se declaró neutral. Sin embargo, como nos es propio por naturaleza, motivados por la propaganda de guerra de los contendientes y azuzados por la prensa nacional, participamos simbólicamente con nuestra particular forma de entender las cosas inclinándonos por un bando concreto. Así, como si se tratara de dos facciones enfrentadas durante una contienda civil, algo que desgraciadamente pronto pondríamos en práctica, los hispanos nos decantábamos por Francia o por Alemania y entrábamos en guerra, si no oficialmente, al menos de corazón, llevando apasionadamente nuestro particular campo de batalla a las tertulias, a la prensa y a los cafés, incluso estallaba “la guerra” entre los miembros de la propia familia: unos eran germanófilos y otros aliadófilos.
Para los no familiarizados con los pormenores de la que se conoció como la Gran Guerra, convendría recordar que los "germanófilos" eran los partidarios de Alemania y el Imperio Austrohúngaro, los Imperios Centrales, mientras que los "aliadófilos" eran los que apoyaban a los países de La Triple Entente y su aliados; es decir los que eran partidarios de Francia e Inglaterra entre otros. España era neutral oficialmente, pero eso no era obstáculo para que los políticos y la prensa se posicionaran abiertamente por un bando o por otro. Liberales, republicanos ygentes de izquierda estaban a favor de los aliados. Diarios como El País, El Socialista, La Mañana, El Liberal o El Heraldo de Madrid se alineaban con esta postura. Los conservadores, los monárquicos no liberales, los carlistas, los militares y buena parte del clero estaban a favor del Imperio Austrohúngaro y de Alemania. Parece ser que les gustaba eso del imperio, el orden y la disciplina. Les apoyaban desde la prensa publicaciones como El Correo Español, El Mundo, El Debate, La Nación, Nueva España, La Acción o El ABC, aunque algunos articulistas y colaboradores se declararon neutrales.
Entre la clase política y las fuerzas vivas del país también había diversas posturas. El rey Alfonso XIII se declaraba aliadófilo, me imagino que de corazón y no sólo por razones estratégicas. Antonio Maura, Alejandro Lerroux y el Conde de Romanones también optaron por el bando de los países democráticos frente a los Imperios Centrales En el bando germanófilo se situaban algunos políticos conservadores y carlistas como Juan Vázquez de Mella y Fanjul. El ejército era mayoritariamente partidario de los Imperios Centrales, sobre todo entre los militares más jóvenes que admiraban la disciplina prusiana.
Los escritores también participaban en este juego, si bien la mayoría se inclinaba por Francia (francófilos). Mientras Jacinto Benavente, Pío Baroja y Carlos Arniches se declaraban germanófilos, Ramón Pérez de Ayala era el más firme aliadófilo, también lo era Valle Inclán (su supuesto carlismo era puramente estético y por llevar la contraria a la monarquía oficial. Entre algunos intelectuales como Valle, el carlismo, por su oposición al sistema alfonsino, poseía cierta aureola romántica y radical que, al igual que pasaba con el anarquismo, servía para manifestar un profundo desacuerdo con el sistema político vigente. Pero él se decantaba a nivel internacional por los aliados. A los alemanes los veía como una tribu bárbara e incivilizada sedienta de sangre). Otros aliadófilos eran Ramón Menéndez Pidal, Miguel de Unamuno, Benito Pérez Galdós, Clarín y los hermanos Machado.
