Hace unos días recibí una noticia que me sumió en un asombro y una congoja de la que todavía no me he restablecido. Resulta que unas semanas atrás, uno de los grupos islamistas más enconados amenazó a una discoteca murciana ya que su nombre, “La Meca”, mancillaba, según ellos, el nombre del Islam. Los radicales pidieron el cambio de nombre del local y la retirada de una Media Luna que hacía de ornamento. Temerosos de las posibles represalias, los regentes se han visto obligados a sustituir el nombre de La Meca por el de La Isla. Y ya está.
En nuestro país se acaba de producir uno los mayores atropellos a la libertad y sin embargo no ha propiciado ni la menos grave de las consecuencias. La clase política no se ha pronunciado al respecto. Nadie ha salido en defensa de unos comerciantes sometidos al yugo del extremismo islámico. No se ha convocado ninguna manifestación a favor de la libertad. Protestamos contra empresarios, contra la guerra de Irak, los ataques a flotillas, pero cuando la injusticia se sucede en nuestro territorio, emerge el clásico problema de Caín del ser español y rápidamente nos olvidamos de nuestras consignas y reclamaciones.
Es de esperar teniendo en cuenta que vivimos en una sociedad borreguil, que bajo el escudo de la alianza de civilizaciones, tolera cualquier acto de totalitarismo si éste proviene de otras culturas. Les voy a demostrar mediante un sencillo ejemplo el trastorno bipolar de los españoles. En España existen cientos de locales de copas con nombres extraídos de narraciones bíblicas: La Santa Sede, El Monaguillo, etc. Se imaginan ustedes que la Iglesia católica manifestara su descontento e instase a los propietarios a cambiar su nombre. Si así ocurriera, no me cabe la menor duda de que se convocarían por doquier manifestaciones de gente indignada afirmando que se está volviendo a la época medieval y cosas por el estilo. Ni que decir tiene que si eso ocurriese yo sería el primero en denunciarlo. En cambio cuando el agresor es islamista el silencio es la consecuencia más habitual. Basta ya de tolerancia barata. Si queremos sobrevivir como seres libres tenemos que plantar cara a estos actos y recurrir a la mano dura en los casos que así lo requieran.
Las cuestiones son varias: ¿Vamos a quedarnos parados viendo como nos ponen mirando a La Meca unos desalmados a los que ya despachamos siglos ha? ¿Vamos a seguir beneficiando al foráneo en detrimento de nuestras libertades¿ ¿O por el contrario vamos a dejarle claro a los radicales que aquí se cumplen las normas y si no, para casa?
Esta claro que mientras no nos liberemos de la carga del discurso derrotista y antinacional, se nos seguirán subiendo a la chepa cada vez más desgraciados hasta que seamos su esclavos. O reaccionamos, o en veinte años estaremos esperando con fe un paraíso lleno de vírgenes.