Lo tengo que reconocer; soy un mitómano. He alimentado (y me han ayudado a alimentarla) la imaginación desde bien pequeñito, hasta donde alcanza la memoria, primero con tebeos variopintos; lo mismo me daba que me colocaran delante a un Superlópez, un Mortadelo y Filemón, una Mafalda o un Rompetechos. Los devoraba con idéntica ferocidad y cuando llegaba a mis manos un Hombre araña (por entonces no sabía a lo que se referían mis hermanos mayores con eso de Spider-Man), un increíble Hulk, o incluso un Peter Pan contra el capitán Garfio de Disney, eran visualizados, leídos y releídos con idéntica hambre, mientras otros coleguillas de mi quinta, jugaban a las canicas, o trotaban con escasa elegancia tras un balón. Qué le iba a hacer, yo era así de aburrido. El caso es que estos primeros cómics suscitaron en mí el interés por otras lecturas, y si, soy culpable en primer grado por ir agrandando el particular archivo de mitos que no tenía que anotar en ninguna libreta, porque ellos solos, como el que no quiere la cosa, se iban haciendo un hueco en mi todavía, poco experimentado corazón. Allí arribaron Los tres Mosqueteros de Dumas, el Tom Sawyer de Twain o el capitán Nemo de Verne entre otros, pero el que me ganó y de paso fastidió a mi padre, que tuvo aguantar la tabarra esporádica del crio para que le comprase otro ejemplar, fue el inimitable Sherlock Holmes de Sir Arthur Conan Doyle, al que desde aquí le doy las gracias para que, primero creara y después resucitara (muy a su pesar) al extravagante e inigualable detective, al que ya desde entonces no bajo de los altares del podium particular de personajes predilectos. Y cómo no,también del séptimo arte extraje personajes de culto. Voy a mencionar a uno al que guardo especial cariño, tal vez por la forma en que lo conocí. Me refiero a Indiana Jones. Sucedió que teniendo unos siete tiernos años, iban a proyectar en el colegio la película, En busca del arca perdida y ya durante la semana uno de mis hermanos mayores me había puesto en antecedentes, sobre las bondades del personaje, pero ete aquí que la película solo la iban a poder verlos alumnos de doce años en adelante (entre los que se encontraba mi hermanito), y recuerdo como si fuera ayer que me pasé todo el recreo, dando saltos como un mono de Gibraltar, para intentar ver aunque fuera una secuencia de la película, pero los cabroncetes de los colegiales del séptimo y octavo curso de la antigua E.G.B., bien aleccionados por el profesor de turno o por disposición propia, en tapar bien con las cortinas, cualquier tipo de hueco, no vaya a ser que el chabalín que no levantaba cuatro cuartas del suelo (he exagerado un poco..., bueno mucho) se quedara impactado viendo una bola gigante a punto de aplastar al aventurero, un montón de serpientes acorralando a una pareja o a un tipo al que le explota la cara tras una oración en ebreo, como si ya por entonces no estuviese curado de espantos. En honor a la verdad, he de reconocer que los profesores hacían muy bien en delimitar las edades para poder verla (supongo que era incluso obligatorio), pero yo quedé bien fastidiado. Ocurrió que entre los de mi edad, empezó a correr el rumor que ese mismo día (era un Viernes y ya digo que lo recuerdo como si fuera ayer), durante las dos últimas horas de clase, también nos iban a regalar la proyección de una peli, y no sé con exactitud si fue un tal Joaquinillo el gafas, quien mencionó que había oido el rumor entre los profesores..., ¡¡Que íbamos a poder ver también la peli de Indiana Jones!! A mí me hicieron los ojos chirivitas y la anterior desilusión se había transformado en entusiasmo, así que presto y dispuesto, cuando estábamos formando las filas para acceder a clase y al poco llegué a la altura de una de las profesoras, no dudé un instante en preguntarle: Señorita Loli, ¿Nos van a poner después una película? Y ella con una sonrisa de oreja a oreja me contestó: Claro Carlitos. Mis ojos relampagueaban de felicidad, aunque sostuve durante un par de segundos la respiración al volver a preguntar: ¿Y qué película va a ser?. Mary Poppins, contestó ella, y el mundo se me vino encima. Puedo asegurar que en aquél instante, odié a Mary Poppins, pero por fortuna me duró poco e incluso ese mismo día disfruté del maravilloso film. Poco después, cuando pude ver todas las películas de Indiana Jones, pude certificar que incluso mi hermano se quedaba corto y desde entonces forma parte de mi ficticio museo de personajes mitológicos. Con los años los mitos pasaron de ser literarios e imaginarios (aunque siempre tendrán un sitio en el corazón y la memoria) a personajes reales, en algunos casos históricos. Podría citar unos cuantos, pero entre todos, me quedo con aquél hombre que no paraba de recorrer cada calle de la ciudad, buscando para su hijo el ejemplar de Sherlock Holmes que este le pedía o con aquella mujer que sacaba dinero de dónde no había, para que a sus hijos no les faltara de nada, ni siquiera un libro. Ahora ellos son mis verdaderos mitos y a ellos les debo incluso,ese alimento impagable para la imaginación.