El concepto clásico es el de enriquecer con un nutriente de efectos conocidos, que ya existía en el alimento normal, en cantidades menores. La mayoría de las personas se pregunta si es realmente necesario enriquecer el alimento para cubrir las necesidades fisiológicas.
La respuesta a dicha pregunta es negativa, en términos generales. En efecto una dieta diversa y en las cantidades adecuadas es capaz por sí sola de suministrar los nutrientes precisos para el ser humano sano y normal y, además, aunque haya sido objeto de mucho debate está por demostrar que suministrarlos en cantidades superiores a las necesidades fisiológicas sirva para algo, excepto en muy contadas excepciones.
En todo caso, podríamos hablar de una utilidad relativa en situaciones concretas, por razón de necesidades incrementadas (embarazo, lactancia, osteoporosis, etc.) o por tratarse de personas con algún hábito alimentario incorrecto. Por ejemplo, a una persona que en general le desagraden los lácteos podría serle más fácil ingerir leche enriquecida en calcio, pues tendría que tomar menor cantidad para alcanzar sus necesidades.
No obstante, incluso en los casos anteriores una correcta distribución de los alimentos convencionales, en las cantidades adecuadas, sería capaz de satisfacer las necesidades.
Otra pregunta frecuente es si se ha incrementado la cantidad del nutriente en cuestión lo suficiente como para que la ingestión del nuevo alimento suponga claramente una mayor probabilidad de cubrir las necesidades dietéticas.
Los análisis efectuados sobre diferentes productos enriquecidos presentes en el mercado muestran una gran diversidad en las cantidades de nutriente con que los alimentos han sido enriquecidos. Así, incluso dentro de distintas marcas de un mismo tipo de productos, pueden encontrarse alimentos cuyo enriquecimiento es mínimo y poco significativo y otros en que la presencia del nutriente en efecto es considerablemente mayor.
Así, para que el consumidor pueda elegir con verdadera consciencia un alimento enriquecido, el etiquetado del mismo adquiere una importancia capital. Este debe suministrar una información inteligible sobre en qué medida ha sido enriquecido el producto, y la forma idónea de hacerlo es que exprese qué porcentaje de las necesidades diarias de ese nutriente cubre una ración habitual del alimento (una ración, un vaso, una pieza o una cantidad determinada según los casos).
Por ejemplo, si el etiquetado dice que una ración del alimento cubre el 25% de las RDR (Raciones Diarias Recomendadas), sabrá que con cuatro raciones tendría la cantidad total necesaria de ese nutriente.