En el mundo actual en plena globalización, donde viven más de 7000 millones de personas, no es de extrañar que los alimentos transgénicos estén cada vez más presentes en nuestras cocinas. Pero, ¿cómo afectan estos alimentos modificados genéticamente en nuestro entorno y en nuestro organismo?
Detrás de esta industria hay una gran variedad de opiniones entre científicos que se centran en dos grandes grupos: los defensores y los detractores.
Los primeros centran su discurso en que estos alimentos son la solución para acabar con el hambre en el planeta donde el aumento de población pone en jaque la sostenibilidad de los recursos. Los cultivos de alimentos genéticamente modificados son más rápidos, más resistentes a las plagas y se cultivan durante todo el año. Sin duda son argumentos de peso. Además la Organización de Naciones Unidas para Alimentación y la Agricultura recalca que varios de estos alimentos han sido tratados para ser más nutritivos en lo que concierne a minerales y vitaminas, ayudando así a acabar con las deficiencias alimenticias en aquellos países donde la desnutrición está causando estragos.
Por otra parte los detractores no ven los alimentos transgénicos como una salvación y culpan a las agroquímicas de censurar informes científicos donde alertan de los riesgos que tiene el consumo de estos alimentos.
Un claro ejemplo es el del biólogo Arpad Pusztai, todo un referente en este campo, que en 1998 hizo un estudio en el Instituto Rowett (Escocia) sobre las patatas transgénicas. Durante diez días alimentó a diferentes ratas con estas patatas y el resultado fue alarmante: aminoramiento de cerebro y testículos, revestimiento estomacal, sistemas inmunes dañados y un aumento de células pre-cancerosas. Pocos días después de publicar los resultados de este estudio Arpad Pusztai fue despedido y sufrió una campaña de desprestigio.
Más adelante, otra científica, Irina Ermakova, de la Academia Nacional Rusa de las Ciencias, hizo un estudio parecido con soja transgénica de una marca comercial y soja natural. Más del 50% de las crías de ratas que consumieron la soja transgénica murieron tres semanas después. Las que fueron alimentadas con soja natural fallecieron el 10%.
Cada vez son más los investigadores de varias universidades que denuncian la falta de estudios independientes sobre los transgénicos y los riesgos que suponen.
Al parecer los intereses políticos y empresariales están centrados en expandir esta industria opaca con leyes que favorezcan el desarrollo de estos cultivos aunque aún no esté claro los efectos secundarios que pueden generar estos productos. Compañías como Monsanto, Syngenta y DuPont, grandes multinacionales de los transgénicos, ya están invirtiendo con el fin de hacerse, en un futuro próximo, con el mercado de la alimentación.
¿Dejaremos que éstas alimentan a nuestros hijos?
Yo, desde luego, NO.