Eran las once y cincuenta y dos minutos, del 11 de septiembre de 1973, cuando estalló la primera bomba sobre La Moneda, pero él resistió. Estaba allí, esperando que su vida fuera una voz para decir y decirnos el futuro necesario. Por eso no pudieron asesinarlo, no pudieron, ni podrán. Salvador Allende (Valparaíso, 26 de junio de 1908), el compañero presidente, está vivo porque el sueño existe, porque respira en cada fábrica, en cada escuela, en cada hospital, y vibra su voz clara en el tacto de las manos obreras y en las del niño que aprende a sumar. Todo en él fue dignidad del pueblo, todo en él fue esperanza y lucha, todo en él fue caricia y combate por la vida. Allende, voz del sur infinito, voz de los sin voz del mundo, voz necesaria, como bandera henchida de libertades, voz nuestra para siempre. “Nuestra responsabilidad se acrecienta, sobre todo en momentos en que sólo se descubren horas caracterizadas por amenazas reaccionarias o dictatoriales que, de concretarse significarán violencia y represión contra la juventud y los trabajadores. Personalmente, sólo aliento un anhelo íntimo: que vaya donde vaya, esté donde estuviere, seguiré siendo para el pueblo el “compañero Allende”, anunció ante el senado chileno, en enero de 1970. Médico revolucionario, Allende fue el presidente del pueblo chileno, de la unidad popular, desde 1970 hasta 1973, cuando un Golpe de Estado, uno de los más cruentos del sur del continente hizo estallar la esperanza de Chile y la de los pueblos latinoamericanos. El primer presidente socialista que llegó al poder a través de los votos fue y seguirá siendo un incendio de conciencia. Por eso su palabra, comprometida y honda, es un estandarte henchido de sueños y su memoria un espejo donde el futuro, urgente e imprescindible, se refleja. “Ante estos hechos sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”. (fragmento de su última intervención por Radio Magallanes, el 11 de septiembre de 1973, a las 9:10 AM) Y la historia, lo lleva a él, prendido de sus alforjas, convencida de que las páginas que faltan ser escritas, que aún no son contadas, tendrán su nombre y su figura como una ofrenda. Tiempo, tiempo que viene sin pausa, tiempo que se edifica en los andares del mundo y sus gentes, en los pasos victoriosos de los pueblos que hacen nacer las libertades, le dirán presente una y otra vez, al compañero presidente. “Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores! Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”. (Fragmento de su última intervención por Radio Magallanes, el 11 de septiembre de 1973) Y porque él vive y viven los pueblos, el sueño de un mundo libre, solidario y justo, sigue siendo posible y sobre todo, imprescindible.
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