El abismo de tu Corazón nos ha arrastrado, Jesús, con la fuerza de tu amor y de tus lágrimas… Tus tristezas son un cielo… Qué misterio impenetrable , y qué suavísimo consuelo, saber que Tú has llorado!… Cuán elocuente es tu palabra de paz, cuando al salir de tus labios temblorosos de emoción, ha debido pasar entre sollozos y ha brotado de lo íntimo de tu alma, mortalmente entristecida !… Aquí nos tienes, pues trayéndote, Señor, muchos dolores, y también las aflicciones de tantos infortunados y dolientes que te adoran… Qué bien puedes comprender Tú, Jesús, ese mar de penas, cuyas aguas amarguísimas sumergieron tu alma benditísima!…
Y mira Maestro, te nombro en primer lugar a los que sufren pobreza y enfermedades… Aquí mismo, entre los que queremos acompañarte en esta Hora Santa, o entre sus queridos deudos hay tal vez enfermos y hay necesidades… Con cuánta compasión miraste siempre a los enfermos!… Con qué ternura buscaron tus ojos la lepra, las heridas, los miembros paralizados y los ojos sin luz, para sanarlos con una sonrisa y con una bendición de amor!…
Y si ellos nos podrían ir en busca tuya, Tú te adelantabas, hendías la turba… Tú pasabas por el camino que yacían… los mirabas… les tendías la mano y te seguían sanos de cuerpo y de conciencia… Ah ! pero mucho más numerosos que ellos son los pobres…, los que trabajan rudamente y que sufren penurias…, necesidades de pan, de abrigo, de remedios de solaz… Qué podemos decirte a Tí, el Pobre divino, de los sufrimientos de los pobres, que no lo sepas ya, Nazareno, encantador de tu pobreza?… Tuviste hambre…, sentiste frío… Ah! y más que todo, sufriste el desdén y la posposición con que el mundo trata a los que no tienen casa, ni campos, ni dinero… Qué podias ser Tú-decían tus acusadores- qué podias pedir con derecho en Israel?… Qué podía pretender en Nazareth, señalado com el hijo de un humilde carpintero?… Acuerdate en esta Hora de semejante humillación y pon los ojos en tantos pobres que padecen…, en tantos enfermos que sufren…
Te pedimos por todos ellos el don de tu paz y el obsequio de tu bendición milagrosa… Dales la recompensa de tu resignación… Oh!, si, y en cuánto convenga a la gloria de tu Corazón, da también el alivio temporal a tantos enfermos…, Tú que cuidas con desvelos de la espiga del campo, y de la avecita de la montaña…, bendice ahora con particular ternura a los afligidos para quienes pedimos las aguas vivas y la fortuna de tu adorable Corazón…
P. Mateo Crawley- Boebey.