Los niños son mensajeros fieles del alma, responden con pureza a lo que sienten, y mi amigo Carlos López me relató, hace ya algunos meses, una anécdota sobre un niño que cuida autos. Carlos la cuenta así:
Ese sábado fuimos con unos amigos en moto a Gualeguaychú.
Estacionamos en la costanera.
Había un chico de unos 12 años que parecía que cuidaba los coches que estaban allí. Le pedimos recomendaciones sobre los restaurantes cercanos (había como 7, uno al lado del otro).
“Ese que está ahí tiene solo carne. Ese otro tiene carne y pescado”, nos dice.
“¿Y cuál se llena más?”, preguntamos; “El que está allá”, contesta.
“Bueno, vamos a ése”, decidimos; “¿Vas a estar acá cuando volvamos?”; “Sí, claro, Señor. Trabajo para ir después a comprar algo para comer”, nos dice.
“Bueno. Te vemos después”. “Sí, señor. Buen provecho”.
A la vuelta, después de unas tres horas, nos acercamos y cada uno le da alguna propina. Yo soy el segundo en darle. Le entrego 10 pesos y, dándome cuenta que era mi último billete, comento en voz alta a mis compañeros: “Huy, es mi último billete y tengo que cargar nafta. Espero que en la estación de servicio pueda pagar con la tarjeta”.
Después de un tiempito y mientras me preparo para subir (casco, guantes y todo eso) veo que se me acerca y me pregunta: “¿Va a poder cargar nafta, al final, Señor?”, “Sí, seguro, hijo. ¿Por qué me lo preguntás?”
-“Porque si no le devolvía el dinero, para que pueda hacerlo”-
No hace falta agregar nada más.