No puede ser más provocadora la publicación en esta época pascuera de ese catálogo de excesos pantagruélicos que es Almanaque Comestible. Una suerte de reverencia e idolatría de la gula en todas sus formas que tiene tanto que ver con los excesos suicidas de Mastroianni y sus compañeros en La Grand Bouffé (muy relacionada con los tebeos, ahora que lo pienso, con ese cartel provocador de Reiser) como con la pulcra pero implacable denuncia de la escatología de lo social que practicaba Buñuel en El Fantasma de la Libertad. A fin de cuentas, el disfrute de lo gastronómico y la escatología más vergonzante están ligadas íntimamente por una vía tan retorcida y sinuosa como visceral y directa.
Y Micharmut, genio díscolo y provocador dondequiera que los haya, coordina este almanaque recuperando el espíritu de aquellos de otros tiempos que buscaban dar recomendaciones y predicciones útiles para el ciudadano, efemérides variadas o, como en este caso, consejos gastronómicos de la mano de un equipo de imposible definición que borda lo que dibuja. Con la exquisitez de uno de los gurus de la Haute Cuisine, atendiendo a la estética de una transgresión medida que entre por los ojos y atienda a los placeres de la cata en su primera degustación. Pero, cuidado, también preparados para metamorfearse en grasiento y orondo carnicero que cortará vísceras y desangrará espíritus una vez haya sido digerido el tebeo, a golpe y machetazo directo que dejará nuestras entrañas bien jodidas.
Un tebeo coral que sería de obligada lectura sólo por las contribuciones de apertura que entregan un Auladell en estado de gracia acompañado de Pedro F. Navarro o un Keko inspirado que sigue la incisiva pegada de esa obra maestra que fue La casa del muerto. Dos entrantes de contudencia saciante en el menú, parece, pero la cosa no se queda ahí y Micharmut se destapa con dos platos de esos que Nestor Luján o Manuel Vázquez Montalban glosarían con prosa cuidada y precisa. El primero, con la anuencia de Felipe Hernández Cava, componiendo una degustación múltiple que se atraganta a golpe de realidad de corredor de la muerte, trasladando la búsqueda del alma del momento de la muerte al momento de la última comida, analizando con el mismo cuidado de una autopsia los alimentos que rellenarán las vísceras del futuro finado. Y el segundo, uno de esos ejercicios de experimentación radical que sólo Micharmut es capaz de hacer, jugando a las variaciones sobre un mismo tema para intentar descubrir la realidad que hay tras la foto oficial del banquete, creando misteriosos hilos dinámicos de acción que sólo se pueden ver en el instante congelado de una viñeta. Y no se piensen que la cosa termina ahí, porque Txemacantropus, Cifré y Jorge García y Gustavo Rico cierran el ágape con aportaciones tan acertadas como apetecibles.
Un Almanaque Comestible que, quizás, sólo tiene el error de no haber sido impreso en papel comestible para cerrar por completo el círculo, no dejar sólo que contamine nuestras neuronas, sino también todas y cada una de las células de nuestro cuerpo.
Para gourmets que quieran disfrutar de un placer privado refocilándose con la comida.