EL GIRO ESTRATÉGICO del PP en busca del centro ha llevado a Pablo Casado a reservar la nueva portavocía nacional del partido al alcalde de Madrid, muy reforzado gracias a su tono institucional y mesurado durante la gestión del coronavirus. Apenas tiene competencias sobre la pandemia, pero ha conseguido labrarse una imagen de "hombre de Estado" digna de estudio, sin que los años que lleva en política le hayan pesado a la hora de resultar elegido como uno de los rostros que busca el PP en su nuevo tránsito hacia la moderacion.
No es que José Luis Martínez-Almeida fuera un perfecto desconocido, pero cuando en enero de 2019 el líder popular confió en él para arrebatarle el bastón de mando a Manuela Carmena, no era ni mucho menos el dirigente que ha llegado a convertirse año y medio después.
Su discurso más centrado y conciliador, sin obviar las críticas al Gobierno de Sánchez cuando ha creído conveniente, le ha hecho ganar elogios, incluso desde los medios de comunicación con una línea editorial a la izquierda de las posiciones políticas que representa. Es una circunstancia bien llamativa porque el alcalde, no solo no ha renunciado a ninguno de sus principios y valores, marcadamente conservadores, sino que tampoco los oculta.
La estrategia de Almeida, cuyo punto culminante tal vez haya sido superar las naturales diferencias con la oposición y lograr un acuerdo para la reconstrucción de Madrid con todos los partidos, le ha llevado a mejorar su imagen pública, hasta el punto de que el propio Casado haya preferido buscar fuera de la Cámara Baja para tan importante puesto en el nuevo organigrama popular, una vez culminada la destitución de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz parlamentaria en el Congreso.
El tono más moderado de Almeida, opuesto al que ha venido ejerciendo Isabel Díaz Ayuso al frente de la Comunidad de Madrid −otra de las apuestas personales de Casado−, sitúa, de paso, al mordaz regidor madrileño en una magnífica posición para cuando el año que viene el líder popular deba resolver el dilema de a quien encarga la presidencia del partido en Madrid.
A nadie se le escapa que con este "ascenso" −más cerca aún de Casado y de las grandes decisiones del partido−, Almeida se sitúa en una inmejorable posición para intentar hacerse con la batuta regional del PP. Con permiso, naturalmente, de Díaz Ayuso, que con toda legitimidad también querrá el ocupar el sillón principal en la primera planta de Génova 13, y de Ana Camins, diputada regional y senadora por designación autonómica, que a finales de septiembre cumplirá un año como secretaria general del PP madrileño, y que no querrá quedar como una mera figura decorativa.
De esa terna, salvo sorpresa -y el PP no es un partido muy dado a los juegos malabares−, debería salir el nombre de la persona encargada de tomar el relevo de Aguirre y Cifuentes. En política, profesión de alto riesgo donde las haya, y más en las actuales circunstancias impuestas por la Covid, la situación puede girar por completo de una semana para otra y hacer que lo que hoy se nos antoja cristalino, acabe rompiéndose en pedazos.
Resulta imposible aventurar qué le deparará el futuro al promocionado y encumbrado Almeida, pero parece evidente que, si Casado le quiere a su lado, en correspondencia a su sacrificio de compaginar el gobierno de la ciudad más importante de España con el de ser la voz del partido a nivel nacional, no podrá negarle el liderazgo del partido en Madrid, aún a riesgo de enfadar a Díaz Ayuso, en caso de que el alcalde quiera aspirar. Capacidad y determinación no le faltan. De momento, está magníficamente situado para ir a por todas.