Al griego Jorgos Lanthimos le gusta su comedia negra bizarra erigida entorno a la reflexión sobre los códigos del lenguaje. Ya desde un anterior Canino (la película que le colocó internacionalmente en el punto de mira) nos exponía como sello de indentidad una sociedad visualmente aséptica (diseño inteligente, diseño barato, diseño desposeído) sumado a una violencia psicológica que es tal por la disonancia cognitiva constante de unas familias (dis)funcionales con personajes completamente ajenos a nuestro sistema de representación de la realidad.
Alpes, película que se estrena en nuestras salas el próximo viernes 13, trata de un grupo de actores que hablan pero no se comunican, que actúan pero no padecen. Parecen entender los elementos que encierran los códigos de comunicación humana pero desde alguna patología que adolezca de comprensión de los significados emocionales de la misma. Como si aprendiesen estos patrones de acción-reacción-emoción consecuente más por observación externa que por empatía. Parece un foro de enfermos de Asperger terminal que consiguen superar su deficiencia exponiéndose al némesis último que para ellos debería existir: la interpretación improvisada mediante el feedback percibido de sus clientes.
Sus personajes se dedican a localizar víctimas a las que haya devastado la muerte de algún familiar querido para suplantar el lugar del fallecido durante el tiempo necesario hasta que el proceso de duelo haya llegado a su fin. Dentro de la sociedad secreta Alpes una enfermera, una jovencísima gimnasta, el entrenador de la misma y el jefe de todos ellos se reúnen fuera de sus trabajos convencionales para poner al día los estados de los futuros papeles que se barajan interpretar (macabra será la palabra que asalte a tu mente constantemente), de cómo lo hacen en sus roles actuales y para memorizar como loros las frases de los diálogos que tendrán que recitar en las casas de sus clientes en días próximos, dejando totalmente fuera de la ecuación el tono con el que pronuncian las susodichas. Serían, por tanto, el terror de un director de telenovelas, porque frente a una sobreactuación de los que en ellas se integran tenemos aquí la infra-actuación. Y mientras el espectador es el que se tiene que adaptar al universo invertido del cine de Jorgos, tan diferente al que nos rodea. Donde la farsa del invento es tan evidente que se anula a sí misma. O más bien no.
Un planteamiento en principio tan original y simple da pie a situaciones absurdas de manos de unos personajes que parecen pretender su propio descrédito profesional, pero el juego es mantenido tanto por ellos como por las gentes que contratan sus servicios. Y mientras sientes el placer de la risa culpable, los temas del síndrome del enfermero, la violencia o la incomunicación humana fluyen en este ambiente incómodo, y las dudas van surgiendo por el cauce constante de conversaciones prácticas sobre los cómos de esta trama, mientras el por qué es sólo sugerido y desvelado muy al final.
Como apunte personal, de otra forma no podrás ver esta película que no sea subtitulada. Si la ves doblada en cualquier idioma perderás más de la mitad de lo que te cuenta Yorgos Lanthimos.
Subversiva, excepcional, casi obscena y demasiado moral bajo una apariencia que trasmite lo contrario. Personajes como la enfermera interpretada por Aggeliki Papoulia o la en apariencia adolescente Ariane Labed serán difícilmente ovlidables donde su rutina de trabajo no tiene límite en su día a día. Para ella, y para el resto de transeuntes de Alps la vida se mueve por unas motivaciones que nunca son explicadas, y sin embargo la rara pasión que acompaña intrínsecamente sus acciones duelen de fatalísticamente divinas que son.
Esther Miguel Trula