Revista Cultura y Ocio

Alquimia de tendajón

Publicado el 12 octubre 2009 por Javiermoreno
Alquimia de tendajón
Ocurren a veces felices hallazgos. Por ejemplo, esta tarde he encontrado un libro de Charles Simic. Podría decir que lo he visto, pero lo más correcto sería afirmar que ha sido él el que me ha visto a mí. Ha sido amor a primera vista. La edición, la portada, el título. Hojearlo ha consistido en una constatación de la evidencia. Es un libro deslumbrante, un híbrido de ensayo y poesía. Un libro sobre ese artista inclasificable que es Joseph Cornell, sobre sus cajas a medio camino del collage y del icono bizantino. He encontrado al mejor Simic en estas páginas. Les dejo un par de muestras:
DONDE EL AZAR Y LA NECESIDAD COINCIDEN
En algún lugar de la ciudad de Nueva York hay tres o cuatro objetos aún desconocidos que embonan uno con otro. Cuando estén juntos serán una obra de arte. Tal es la premisa de Cornell, su metafísica y su religión; la deseo entender.
Sale de su casa e Utopia Parkway sin saber qué busca ni qué encontrará. Hoy, podría tratarse de algo tan común e interesante como un viejo dedal. Tal vez pasen años antes de que encuentre compañía. Mientras, Cornell camina y busca. La ciudad tiene un número infinito de objetos interesantes en un número infinito de lugares inusitados.

CALEIDOSCOPIO DIVINO
La búsqueda de lo perdido y de lo hermoso. Cornell-Orfeo en la ciudad del alma; la ciudad invisible ocupa el mismo espacio que Nueva York.
De Nerval dijo: "El hombre ha destruido y cortado, poco a poco, el arquetipo de la belleza en mil pedacitos". Cornell los encontró en la ciudad y volvió a armarlos. Para Cornell, la belleza es lo que el ser para los filósofos. Escribe:
Miro a través de mi mesa del estudio, todo el día, todos los días, la fachada gris, aborrecible, parduzca del gran edificio del Manhattan Storage y Warehouse con sus dobles persianas metálicas en filas simétricas y sucesivas; cada noche, a las cinco, puntualmente, aparecen en las múltiples ventanas al mismo tiempo guardias uniformados que cierran de noche las pesadas cortinas remachadas con pernos. Pero esta noche de verano, a la hora acordada, vemos la etérea figura de Fanny Cerrito resplandeciente y sorprendente, con fina tela de ondina aparecer en cada compartimento para llevar a cabo las tareas de loa guardias. Tan cándidamente, con tal humildad y gracia inefables cumple su deber que un nudo se nos forma en la garganta. Su compostura y tierna mirada (lento fade-out) imprecan contra el arrepentimiento mientras se desvanece ante los ojos.
Esto es extraordinario.

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