Revista Cultura y Ocio
Yo hace muy pocos meses que sé lo que es un troll. Mi experiencia en la red no es muy extensa. Apenas había considerado, hace unos años, la posibilidad de recibir mensajes directos, por cuestiones personales, desde el otro lado del globo, de desconocidos que dejarían de serlo. Cómo iba a suponer que existía eso: gente dedicada en cuerpo y alma a contradecir, a pinchar voluntades deshinchadas, gente que vocacionalmente disiente de todo, con tal de recibir una réplica enardecida e iniciar un cruce prolongado de réplicas que se elevan hasta donde haga falta, en fondo y en forma. Dicen que no hay que dar de comer a los troll, que sería el equivalente a cierta cosa que me decía hace años una compañera mexicana: solo un tonto discute con otro tonto. Que los troll es justo lo que quieren: obtener una reacción visceral y sanguínea para tirarse a la arena y revolcarse y volver sucios a casa, que no hay mejor ducha que la que uno se pega cuando está hecho un desastre, y ves el agua escurrirse a tus pies tiznada de barro o de mugre o de lo que sea. Es esa la ducha que quiere el troll: la que da frutos desde el primer chorro.Recomendé leer cierto artículo de Quim Monzó: quien siga a Monzó sabrá que a lo único que Monzó toma en serio es al implacable paso del tiempo. En todo lo demás se caga y se mea y le da igual. Pero el troll que me tocó demostró poca profesionalidad en lo suyo, y se hizo el ofendido, porque no supo leer entre líneas al Monzó sarcástico y se pensó que Monzó se reía de la gente que tenía una enfermedad, la leve enfermedad descrita en este artículo. Claro que no hay que reírse de las enfermedades, pero sí creo que hay que arquear la ceja cuando la enfermedad se convierte en un reclamo comercial, en una especie de pretexto generador de un modus vivendi. Y eso es lo que me pasa con Albert Espinosa: apenas habré leido unas 20 páginas de alguno de sus libros (porque, en el colmo del absurdo, son recomendados en el colegio a mi hija adolescente - curioso, a mí me recomendaban a Monzó), y siempre he sacado la misma conclusión. Buenrollismo de código binario, apelación indirecta a la sensiblería, que, ejercida en primera persona, pues resulta creíble. Espinosa ha padecido el cáncer: le han amputado una pierna, se le ha reproducido en diversos órganos y ha pasado la vida en las condiciones en que describe a sus personajes, y se ha sobrepuesto. Es muy loable que ese espíritu quiera compartirlo con todo el mundo, muy loable que la serie televisiva basada en sus experiencias, Polseres vermelles, se encargue de difundirlas. Pero eso es puro mercantilismo, no tiene nada que ver con talento ni literatura ni otra cosa que la apelación a la sensiblería. Usa códigos que no son obvios, pero usa códigos al fin y al cabo para, a costa de su enfermedad, vender y vender y hacerse célebre y ser, en ciertos círculos, omnipresente, con su cara de majote, con sus camisetas amarillas, y con un aire que no acabo de soportar. Aunque puede que en un auto-análisis de pacotilla que me auto-practico, puede que negarle mi atención no sea más que otro medio de evitar el contacto con esos temas que, un día u otro, irrumpen en la vida de todos.