A las 9:30 de la mañana salía el vuelo con dirección al Euroaeropuerto Basilea-Friburgo-Mulhouse (Basel-Freiburg-Mulhouse). Estábamos muy ilusionados con la escapada de cinco días que nos íbamos a hacer. Era sábado. Para la gran parte de la gente que conocemos su puente de diciembre empezaba en unos días, pero nosotros el 3 de diciembre poníamos rumbo, hasta el jueves día 8 de diciembre, a Alsacia (Francia). ¡Por fin!
A finales de septiembre, teníamos todas las reservas hechas. Vuelos, alojamiento y coche de alquiler. Eso sí que fue planificación, aunque el destino nos tuviera preparado un pequeño revés.
Si queréis tener detalles sobre los preparativos del viaje, en la entrada previa a esta hacemos un resumen de todos ellos.
El vuelo se desarrolló con normalidad. Alrededor de las 11:45 de la mañana aterrizábamos en el conocido como Euroaeropuerto ubicado en un nexo de fronteras.
Lo cierto es que la salida desde la zona de pistas a la zona de aeropuerto peatonal implica tener que pasar un control de documentación, muy parecido al que se pasa cuando viajas al Reino Unido. Y allí estábamos todos, con nuestros documentos, haciendo una enorme fila nada más aterrizar.
Este aeropuerto, que da servicios a tantos, parece de juguete. Es muy pequeñito, y simplemente, hay que estar pendiente en las indicaciones si quieres salir hacia la zona francesa, alemana o suiza, sobre todo, si has alquilado un coche, porque puedes encontrarte las oficinas en ambos lados.
En la entrada anterior comentamos por qué alquilamos coche por el lado francés y no por el suizo. Más que nada, lo hicimos porque habíamos leído que desde Suiza te ponían pegas o te llegaban a impedir la entrada a Francia con el coche. No pudimos comprobarlo, directamente, alquilamos con Avis en área francesa para evitar hacer experimentos. Ahora, la pega que tenía es que no nos incluyeron los neumáticos de invierno, algo obligatorio si queréis circular por Alemania (nosotros no íbamos a pasar). Si vosotros habéis alquilado en Suiza y queréis compartir la experiencia en los comentarios de abajo, estaremos muy agradecidos de saber cuánta verdad o leyenda hay en esto.
Solemos coger los coches de alquiler de categoría C, algo de un tamaño más o menos decente para llevar las maletas en viajes largos. En este caso, para 5 días y con dos maletas de cabina consideramos que uno pequeño sería suficiente, más aún, siendo un viaje en el que tampoco íbamos a recorrer muchos kilómetros y teníamos el alojamiento en una única ubicación.
Avis tenía para nosotros mejores planes. Y cuando nos veíamos en un Peugeot 107 o algo así, ¡tachán! a nuestra disposición una elegante Renault Kangoo Negra, con sus puertas correderas laterales. ¡Manolo y Compañía se van a Alsacia!
Hasta aquella fecha, siempre hemos alquilado los vehículos con seguro a todo riesgo y lunas incluídas. En aquel viaje, que iba a ser el viaje de las enseñanzas, cogimos el todo riesgo pero no las lunas. Hasta el momento nunca nos había hecho falta.
Arrancamos el coche, ponemos Gps, salimos del aeropuerto y cuando llevamos unos 5 kilómetros recorridos, vemos que la flamante Kangoo tiene un picotazo en la luna delantera. Pero un buen picotazo que, a pesar de nuestra experiencia previa revisando coches de alquiler antes de arrancar, nos había pasado desapercibido.
Así que, con las mismas, nos dimos media vuelta y de nuevo al aeropuerto. Fuimos a llorar a Avis, temiendo que igual nos dijeran que el picotazo no lo tenía antes y nos tocará acoquinar con la luna, o lo que podría haber sido peor, que nos quitaran nuestra glamourosa Kangoo. Nada de eso pasó. Nos dieron un número de teléfono por si, a consecuencia del frío, el picotazo se convertía en grieta, para que llamáramos. Y apuntaron el desperfecto sin ningún problema.
Y nos fuimos, el picotazo, la Kangoo, Manolo y compañía a nuestro próximo destino: Mulhouse, a tan solo 30 kilómetros del aeropuerto.
Esta iba a ser una parada intermedia antes de llegar a nuestro destino final del día, donde teníamos contratadas las 5 noches de nuestra estancia, Colmar.
Llegamos a la hora de comer a Mulhouse. Buscamos aparcamiento por la zona cercana al centro histórico. Cercana simplemente, porque el casco es peatonal. Aparcamiento de pago. Nada más llegar paramos a tomar algo “para quitárnoslo de encima”, porque realmente lo que nos apetecía era comenzar a pasear. Así que entramos en el primer lugar de comida rápida que encontramos, le dedicamos 20 minutos y salimos al frío exterior. Porque sí, hacía bastante frío y no había rastro de sol.
Es fácil llegar a la plaza central. En ella se encuentra el primer Mercado Navideño con el que chocaríamos en aquella escapada. La plaza era un hervidero, es difícil ser consciente del tipo de arquitectura porque, de golpe, toda la visión se llena de elementos. Una alta iglesia (con sus andamios), una noria gigante, un montón de puestos, fachadas decoradas. De fondo, a parte de voces, hay música y, por otro lado, el olfato empieza a despertar. Un olor nuevo, canela, limón…. Los sentidos chocan unos con otros, una especie de confusión que hace que no sepas dónde dirigir la mirada pero sí te permite sonreír.
Aquella plaza es conocida como la Plaza de la Reunión, centro neurálgico de la población. En ella se puede encontrar la Iglesia de St. Etienne, andamiada, sí. Es la construcción de carácter protestante más alta de Francia. Se puede subir a su torre para disfrutar de las vistas del municipio. Nosotros, aquel día, no teníamos intención de hacerlo, como os decíamos solo era una parada intermedia, no queríamos llegar tarde a Colmar porque teníamos que hacer el check-in y los horarios por allí no son como aquí. Pero sí que visitamos el interior.
La Iglesia, tal y como ahora se puede observar, es originaria del s.XIX, aunque desde el. s.XII ya se sabe de la existencia de un templo allí. Las vidrieras que se conservan son del s.XIV y son impresionantes
En la plaza también se encuentra el antiguo ayuntamiento, un pintoresco edificio de color rosado, de arquitectura muy particular y que alberga el Museo de la Ciudad.
Luego estaba la enorme noria y un pequeño carrusel. Empezamos a colarnos entre los puestos, a ver el popular Vine Chaud. Ese vino caliente medio especiado y aromatizado con canela y limón que tanto olía. Ya lo habíamos probado previamente, es algo que no nos gusta demasiado, pero reconocemos que en aquella escapada recurrimos a él en más de una ocasión y hasta nos trajimos unas tacitas de recuerdo. Ese vino, en algún momento nos salvó de la hipotermia.
Paseamos también por los alrededores de la plaza y calles adyacentes decoradas. Y un rato después pusimos destino a Colmar, a unos 20 minutos.
A Colmar llegamos emocionados, más o menos, alrededor de las 17:00 horas. Directos a hacer el check-in en el que creíamos que iba a ser nuestro único hotel, para salir lo antes posible, a conocer el pueblo del que tanto habíamos oído hablar.
A la llegada al hotel sacamos nuestros bonos de reserva. En recepción un amable chico comienza a tardar demasiado en decirnos algo y está mirando la pantalla del ordenador. Un silencio tenso, un silencio largo. Y, finalmente, nos dice en un francés que no entendemos, pero que simplemente con la comunicación no verbal podemos interpretar, que algo no va bien. Nos hacemos medio entender, vale no, llaman a una chica que trabaja allí limpiando y habla español, ahora nos hacemos entender, porque el inglés no pareció ser suficiente para ninguno. Por lo visto, nuestra reserva no figura.
Tenemos el bono impreso, pero no figura en el hotel. Al ver el bono de Destinia, nos dicen que no trabajan con ellos. Nuestros ojos se quedan fijos en la nada sin capacidad de parpadear. Sigue investigando y le figura que Booking canceló nuestra reserva por un problema con la tarjeta. Pero nosotros no reservamos con Booking. El chico nos enseña la confirmación de anulación de reserva de Booking con nuestros datos. Nuestro bono tiene cabecera de Destinia. Es todo un enredo… La verdad es que en ese momento no me importa qué ha pasado. Un pensamiento fugaz aparece por mi mente, solo quiero saber si hay habitaciones. Es la semana de mayor ocupación y estamos allí, Manolo y compañía, con una Kangoo con un picotazo en la luna y sin alojamiento, a las 17:30 de noche, con cero grados centígrados en el ambiente, y bajando.
Llamamos a Destinia. Os resumimos, en la llamada dimos con algún inconsciente que entró en un bucle diciendo que nos mandaron un mail, que nunca recibimos, anulando. Pero también nos mandaron un mail el día antes de salir, que sí recibimos, recordándonos que teníamos un viaje a Colmar en 24 horas. Intentamos no engancharnos mucho y obtener una solución, ¡no queremos dormir en una Kangoo!. Desde Destinia nos buscan alojamiento en un lugar que está exactamente a 5 horas y media de Colmar, luego nos dan una opción mejor, otro a ocho horas de Colmar, pensé que el siguiente iba a ser nuestro propio domicilio en España. O directamente nos ofrecían ir a París (cara de estupefacción total). En fin, eso no avanzaba, pero lo que sí corría era el tiempo, eran casi las 18:00 de la tarde. El que no escribe mantiene una acalorada discusión telefónica y yo me quedo con el de la recepción que empieza, proactivamente, a llamar a hoteles de Colmar buscando habitaciones libres. No hay… palpitaciones, sudores, tensión máxima.
En su hotel tampoco tienen, aunque mirando bien se da cuenta que para esa noche no tiene pero, a partir de la siguiente, podríamos quedarnos allí. Solo tiene un inconveniente, la habitación es una triple y el precio ni se parece al que habíamos encontrado en nuestra reserva, ha aumentado exponencialmente. Da igual, lo pagamos, a la vuelta ya se reclamará lo que sea, ahora ya estamos allí y no podemos perder más tiempo ni dormir en la Kangoo. El problema seguía para la noche de llegada. En el hotel lo dan todo y el recepcionista contacta con su jefe que habla con un amigo y nos consiguen una habitación en su hotel, en Colmar, a 10 minutos de éste. Arreglado. (Precio del total de la reserva más que duplicado, pero tenemos donde dormir)
Cogemos los bártulos, nos despedimos hasta el día siguiente y nos vamos al hotel nuevo. El tiempo sigue pasando, al menos tenemos asegurada la cama. Vamos en el coche lavando el cerebro para no pensar en ello. Decidimos aparcar el tema hasta la vuelta, donde tuvimos que dedicar un tiempo a reclamar y la verdad, que algo conseguimos con Destinia. Lo consideramos, dentro de lo que supuso, solucionado raonablemente.
El nuevo hotel nos dejó perplejos. La decoración se extendía hasta aquel lugar, con un enorme oso polar en la entrada. Un cuatro estrellas con una impactante lámpara en el centro y muchas luces de colores, el oso grande, el oso pequeño, los espejos… Suena mal, lo sabemos, pero estuvo muy bien.
De allí, salimos en coche hasta el centro de Colmar. Noche cerrada, los grados bajo cero y la gente pensando en cenar. Aparcamos en Parking Place Scheurer-Kestner, no demasiado lejos del centro.
Como esta entrada se ha extendido bastante, deciros que aquella noche lo que hicimos fue pasear por Colmar. Llegar por la noche fue un impacto. Ahí estaba, con todos sus mercadillos, con las fachadas decoradas, las calles. En Colmar cada día pasaríamos un rato y dedicaríamos también parte una mañana.
Pero aquella noche, de ese intenso día, no nos molestamos ni en mirar un mapa. Desde el centro empezamos a perdernos por la que se conoce la “Pequeña Venecia de Alsacia”, por supuesto, por sus canales, porque cualquier parecido con Venecia, salvo ese detalle, sería pura coincidencia.
Colmar estaba lleno de gente, a pesar del frío, la gente comía en la calle. Salado, dulce y el vino caliente, al que nosotros sucumbimos. Al principio, con morros arrugados, luego con las manos pegadas a los vasos para intentar entrar en calor.
Es importante comentar, que nosotros nos enteramos al día siguiente, que cuando pides un vino generalmente te cobran una cantidad como fianza por el recipiente en el que te lo sirven. Si lo devuelves, te devuelven la fianza. Y también puedes llevar tu propia tacita. Ahí queda.
Llegó la hora de la cena. Elegimos La Musardiere. ¿Por qué? No lo sé, quizá porque encontramos una mesa disponible y estaba cerca del lugar en el que nos planteamos que era la hora de cenar. Un lugar pequeño donde hacía el típico calor que te pone la cara muy colorada después de haber estado pasando frío. Un local con mesas de madera muy juntas, paredes de piedra, y olor a queso Munster (típico de allí), como si debajo de él tuvieran una quesería. Sentarte allí y quitarte el gorro, bufanda, abrigo, capas de ropa era todo un tetris.
En aquel viaje, no hicimos por la noche cuadernos de bitácoras y ahora me es imposible recordar exactamente qué fue lo que comimos. Creo que yo opté por la ensalada a pesar de hacer frío en el exterior. Pero el que no escribe no puedo recordarlo, creo que fue el plato estrella de la zona la tarte flambee (que nos perseguiría casi todo el viaje).
La Tarte flambee recuerda un poco en apariencia a una pizza de masa muy muy fina. La más típica suele ir con queso, champiñón y cebolla, pero existen muchísimos tipos de tarte flambee.
Después de cenar, al abrir la puerta del local, el frío nos cortó la cara. De nuevo gorros, guantes, abrigo, cremallera. Colmar de noche empezaba a vaciarse del barullo inicial que encontramos y nos regalaba otra de sus caras. La tranquila, pero igualmente preciosa…
Estábamos exhaustos. Intentamos sacar algunas fotos, teniendo en cuenta que no habíamos podido llevar el trípode, hicimos lo que pudimos y pusimos rumbo al hotel. Nos quedaba mucha Alsacia por ver, esto solo era el principio.
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