Diferentes razones me llevan a lecturas que al final quedan en mí, y no se borran cual hojarasca de otoños pasajeros. Probablemente estaba destinado, como lector, a recorrer la "Plaza de la palabra" de Santos Domínguez. Ojalá, como hubiera dicho Borges, sea yo el lector que esperaba este libro. Quisiera ser digno de semejante empresa. Hoy, tan sólo, voy a ser lector de un poema: "Alta noche". El poeta sabrá a estas alturas perfectamente por qué lo elijo. POR FRANCISCO GRACÍA JURADO HLGE
No me canso de decir a mis alumnos, los que conmigo estudian los ecos y diálogos que la literatura latina mantiene con la española, que sean, antes que lectores de libros, lectores de textos. Me encanta el vértigo de esta afirmación. Algunos creerán que pido a mis alumnos que no lean libros, y les parecerá una barbaridad. Sin embargo, en ningún momento afirmo semejante aserto, sólo quiero que disfruten de ciertos textos selectos, concretos, ejemplares, y que no se preocupen por el hecho de que tales textos coincidan o no con las dimensiones acaso aleatorias de una encuadernación. Las antologías de textos vienen a suponer este desafío a las dimensiones de los libros. Son atajos, a menudo, que nos cambian la cantidad por la intensidad de lo leído. Estos días leo dos antologías de un mismo poeta. Se trata de Santos Domínguez. Una de las antologías se titula "Plaza de la palabra", la otra aspira a convertir el libro en animal simétrico: "Las alas del poema". Ambas obras suponen dos lecturas particulares, dos recorridos bien distintos de esa suerte de ciudades invisibles que constituyen esta poética. Son, en buena medida, dos materias contingentes de una forma inmutable y serena, que es la infinita palabra poética. Alfonso Reyes sonreiría, acaso feliz, ante esta materialización de sus brillantes teorías sobre esta forma inminente de literatura que son las antologías, las escritas y las mentales. Yo ahora selecciono un poema de una de las antologías, elijo y prescindo, pero no me preocupo por ello. Abandono deliberadamente las músicas y los paisajes sugeridos y me voy a la broncínea literatura de Roma:
"ALTA NOCHE
Como entró el extranjero hijo de la diosa,
oculto en una nube,
en la ciudad del tirio guerrero y laborioso
y penetró en un bosque y lloró frente a un templo
y enamoró a una reina piadosa y desgraciada,
así ha entrado la noche, subrepticia y con niebla,
con el primer escalofrío de otoño en el paisaje.
Así ha entrado la noche, como un lento secreto,
la red de nervaduras de la noche,
sísmica y espantada, innumerable,
la dimensión sonora de las sombras,
la oscura voz de un infortunio
antiguo. La alta noche."
Más allá de una comparación homérica, sólo la enumeración lacónica de tres adjetivos, "alto", "lento" y "oscuro", sólo esa adjetivación audaz, aparentemente inapropiada, que llamamos hipálage ("iban oscuros en la noche solitaria") convierte a este poema en una eterna voz personal. La hipálage, por cierto, confiere una dimensión mágica a las cosas, como las sombras sonoras o la voz oscura, y acaso a partir de aquí se crea el momento idóneo, se abre la puerta que nos lleva al diálogo con las almas perdidas, con los mejores espíritus de cada tiempo. Gracias a la hipálage, la de las lámparas estudiosas de Milton, o la del árido camello del lunario, o la propia hipálage, insuperable, que describe a Eneas y la Sibila entrando en los infiernos, pudo visitar Borges a la sombra de Leopoldo Lugones. Felicito a Santos Domínguez por esta "alta noche", que no es castellano, es latín de bronce. Este poema será uno de los textos que pasarán a la antología de mi asignatura. FRANCISCO GARCÍA JURADO