Revista Espiritualidad

Altas capacidades, de la identificación a la desidentificación ¿o preferimos el lado oscuro?

Por Maribelium @maribelium
La Belle Société de René Magritte
La Belle Société de René Magritte (1965-66)

En los últimos tiempos se habla bastante de las altas capacidades intelectuales (ACI o AACC), un término que parece haber sustituido a lo que tradicionalmente se ha llamado superdotación intelectual (giftednessen inglés). En este escrito usaré ACI o superdotación indistintamente. El “diagnosticar” ACI requiere la evaluación por un experto en el tema, tanto cualitativa, como cuantitativamente (aunque a veces ni los expertos se pongan totalmente de acuerdo en lo que son estas capacidades exactamente).

La cantidad de personas que hablamos sobre ACI y que “salimos del armario” de las ACI vamos en aumento. Es importante hablar del tema. En general, está claro que esta identificación ha sido parte de un proceso importante para una mejor comprensión de nosotros mismos y para dotar de un mayor sentido a ciertas experiencias de nuestra biografía. Por ejemplo, lo que antes del “diagnóstico” de ACI se vivía como una serie de rarezas personales, puede acabar comprendiéndose en el marco de un concepto en el que adquieren un mayor sentido. 

Suele generar un gran alivio el entender que ciertas rarezas o inquietudes, e incluso algunos problemas con el mundo, se explican desde un funcionamiento mental relacionado con tener altas capacidades intelectuales. Desde esta comprensión muchos dan sentido a ciertos aspectos de sí mismos que han podido resultar raros para otros a lo largo de su vida: como el tener grandes inquietudes intelectuales y avidez por el aprendizaje, un alto sentido crítico, una gran diversidad de intereses que se ven interrelacionados, una especial facilidad para el estudio, una energía mayor de lo normal para lo que a uno le interesa, además experimentarse la realidad con ciertas sensibilidades e intensidades que sobrepasan los márgenes de lo habitual, entre otras características. 

Según he podido comprobar en mí misma, y en otras personas que hemos sido detectadas con altas capacidades en la vida adulta, el encontrarnos con ese “diagnóstico" de ACI o superdotación, ayuda integrar una parte de nuestras características personales, aporta un mayor grado de autocomprensión y, en cierta medida, favorece un mayor nivel de autoconocimiento. No obstante, considero preciso señalar que este sería un autoconocimiento parcial si nos quedamos con la impresión de que esa etiqueta de ACI explica todo lo que somos y orienta absolutamente el sentido de nuestras vidas. El autoconocimiento implica una serie de procesos complejos de autoindagación personal que ha de tener en consideración diferentes dimensiones de la persona (pensamientos, emociones, sentimientos, motivaciones, fortalezas, virtudes, defectos, inquietudes, sensibilidad, sesgos cognitivos, reacciones en las relaciones interpersonales, inseguridades, traumas y heridas emocionales, etc.). En el proceso de autoconocimiento vamos descubriendo progresivamente diferentes elementos internos que además van experimentando cambios a lo largo de la vida. Por lo tanto, el conocernos es dinámico y requiere el desarrollo de una cierta capacidad de metacognición (que consiste en mirarnos más allá de nuestros procesos mentales o emocionales, autodistanciándonos de nosotros mismos, para percibir qué nos sucede y cuál es la raíz de nuestros fenómenos internos).

El “diagnóstico” de superdotación (sea en la infancia o en la vida adulta) nos permite conocer mejor algo de nosotros mismos, pero también implica el riesgo de identificarnos excesivamente con esta etiqueta, creyendo que eso es lo que uno ES. En quienes han sido detectados de adultos me encuentro muchas veces con que muchos se quedan con la sensación de que la identificación de sus capacidades ya les aporta una idea acerca clara acerca de quienes son. Se sienten aliviados. Lo que en parte es comprensible, pero también puede dejarles fijados ahí, en la impresión de que su identificación como personas superdotadas es su identidad fundamental, cuando en realidad es solo uno de los factores de sí mismos. Creo que la mera comprensión de la superdotación no nos va a decir todo acerca de lo que somos y seguramente nos diga muy poco para enfocar el sentido de nuestras vidas. Es más, es altamente probable que, sin una mirada profunda acerca de lo que somos, sea nuestro falso ego (al que también podemos ver como una “parcela narcisista”[1] de nosotros mismos) el que nos instrumentalice tratando de “explotar nuestro talento”, de tal modo que así seamos nosotros quienes nos explotemos a nosotros mismos. O bien, si no lo hacemos nosotros mismos, hay grandes posibilidades de que sea otro el que se encargue de encontrar la vía para exprimirnos a nosotros para sus propios fines. Situación que veo mucho más arriesgada cuando se “orienta” a los niños en el desarrollo de su potencial desde ciertas organizaciones que no tienen fines precisamente altruistas. 

El darnos cuenta de que la detección de altas capacidades refleja solo un aspecto de nosotros mismos, puede posibilitar el que nos busquemos con más profundidad, haciendo un trabajo interior para discernir los valores con los que queremos identificarnos, para llegar así a ser el tipo de persona que queremos llegar a ser, haciéndonos la pregunta de si queremos aportar algo valioso y constructivo al mundo, y no que nuestra propia vanidad nos esclavice en pos de un éxito que puede llegar a ser una esclavitud que nos aleje de nosotros mismos.

El marco de sentido que aporta saber sobre las propias altas capacidades realmente no nos trae todas las respuestas para orientar nuestra existencia y autocomprensión. Aporta algo, pero no nos permite saber quienes somos integralmente. Aparte de que, lo que nos identifica, también tiene que ver con la integración de diversos factores internos (no solo cognitivos) y con establecer una cierta relación armónica con el mundo que nos rodea. Esa relación con el mundo también implica una llamada a la responsabilidad personal. Como explica el experto en el tema de las ACI, Robert Sternberg en un texto titulado “Transformational Giftedness: Who’s Got It and Who Does Not”[2], es preciso que las personas superdotadas aporten al bien común a través de una superdotación transformacional (enfocada en mejorar nuestro mundo), y no a desde una superdotación transaccional (que sería la que solamente se enfoca en un intercambio interesado de intereses, desde el despliegue del éxito personal). Esta última tendría finalidades egocéntricas y utilitaristas, que implicarían altas probabilidades de irse pasando al lado oscuro. Nuevamente es Sternberg quien ha puesto de manifiesto esta peliaguda cuestión sobre los riesgos potenciales de pervertir la capacidad en su artículo “The vexing problem of dark giftedness”[3].

El riesgo de pasarse al lado oscuro me parece que es mayor cuando creemos que solo SOMOS superdotados o personas de altas capacidades y no que simplemente son herramientas que tenemos y que son una parte de nosotros.  No somos intrínseca y esencialmente eso. Yo puedo tener ACI, pero esta etiqueta no dice quién soy yo. Aunque comprender lo que esto supone aporte algo importante a la vivencia de mi propio ser y a mi manera de estar en el mundo, yo no considero que mi identidad completa esté configurada esencialmente por mis altas capacidades. Solo soy un ser humano más, que dispone de ciertas herramientas cognitivas que ayudan a funcionar cognitivamente mejor que otros. Esas herramientas son medios, no son mi ser, ni delimitan mis fines. Mi propio ser, en todo caso, puede configurar la finalidad y la actitud con la que las utilizo. Si un día me doy un golpe en la cabeza o he dormido mal y esto me impide pensar con rapidez y con claridad seguiré siendo yo misma, un poco mermada, pero mi persona será la misma esencialmente, aunque tenga una menor capacidad cognitiva en acción.

Una cuestión a la que quiero incidir, con respecto al riesgo de pasarnos al “lado oscuro” como consecuencia de identificarnos con las altas capacidades y el éxito que nos puedan aportar, tiene que ver con que nuestro ego tramposo es muy aficionado a quererse identificar con cualquier aspecto o cualidad que tengamos. Por culpa del ambiente narcisista imperante en nuestra cultura estamos influenciados para creer que somo lo que tenemos, lo que aparentamos o lo que conseguimos (fama, belleza, dinero, curriculum, posesiones, inteligencia, etc.). El riesgo de identificarnos con una de nuestras dimensiones parciales es mayor cuando tenemos una cualidad en la que destacamos más que demás. En estos casos nuestra “parcela narcisista”, estaría ávida de identificarse con en lo que pueda sobresalir, para compensar así diversas inseguridades o limitaciones a las que no nos resulta agradable mirar. Por culpa de esa dimensión egoica egocéntrica, las personas con belleza se creen que son su belleza y se derrumban cuando envejecen, quienes tienen dinero se sienten superiores por sus posesiones, quienes han conseguido títulos académicos confunden estos títulos con su verdadera identidad y los más inteligentes corren el riesgo de pensar que son más valiosos que otros por sus mejores capacidades. En estos casos, el problema de la identificación con algo parcial les llevaría a caer en una falsa identificación de su persona, que en el caso de las ACI no sería nada más que un conjunto de herramientas cognitivas más potentes. Esta situación puede llevarles, paradójicamente, hacia el abismo de una profunda ignorancia acerca de su propio ser desde una percepción reduccionista de sí mismos, en la que no sabrían mucho acerca del tipo de persona que son realmente. 

En ocasiones, veo que las personas muy inteligentes se quedan atrapadas en un personaje intelectual que les aporta identidad y la sensación de seguridad en su percepción de sí mismos desde un halo de superioridad. En este caso, la falsa identificación con esas capacidades en las que se ven superiores les hace subirse a un pedestal construido solamente con humo narcisista. Un narcisismo que se exacerbaría porque la actitud de superioridad les haría separarse del resto, excepto cuando se relacionan con los de la misma élite intelectual. No niego la importancia de encontrar a personas con capacidades similares a las nuestras y la mayor facilidad de comprensión mutua en estos casos, pero sin valores, inquietudes y finalidades similares para la vida, finalmente el virtuosismo intelectual compartido me parece que aporta bastante poco y que puede incrementar el riesgo de deslizarnos al lado oscuro narcisista, al contemplarnos embelesados en el reflejo de alguien que consideramos similar a nosotros. 

De la excesiva identificación con la propia capacidad desde el egocentrismo personal pueden surgir líderes narcisistas que, de forma manipuladora y e incluso visionaria tienen una elevada destructividad para los demás. La superioridad intelectual puede ser usada destructivamente así por personas inmaduras para compensar sentimientos de inseguridad, desde esa mirada de “soy superdotado” o “soy más” en cualquier cosa.  

En el otro extremo de estas actitudes estaría otro tipo de ego narcisista más sutil; un ego victimista que es el que aparece cuando a una persona superdotada no le ha ido bien con sus capacidades, por haber sufrido bullying, incomprensión y otros tipos de ataques por sus características más sobresalientes. Sin negar la gravedad de estos hechos y sin perder ni un ápice de empatía por quién sufre estas situaciones, es preciso tener presente que el lado victimizado de alguien puede activar un narcisismo victimista, que le aportaría identidad a través de una identificación parcial con la parte en la que uno ha sido dañado, impidiendo ver toda la riqueza interior de la que se dispone. De este modo, viviría a través de un "ego víctima" que le haría vivir a través de un sufrimiento muy intenso derivado de las experiencias pasadas. Nuevamente una identificación con elementos parciales de uno mismo impediría ser lo que uno es de un modo más completo.

Otro riesgo que veo en esta identificación masiva de nuestro yo con ser superdotados es cuando llegamos a creer que solamente podemos entablar amistad con personas que pertenecen a esta misma élite intelectual. Haciendo una analogía, quizás un poco simple, sería como si alguien que tiene un Ferrari pensara que solo puede ser amigo de quienes también tengan un Ferrari. Cuando quizás lo importante fuera comprobar si con otros conductores se pueden tener metas y recorridos comunes. Lamentablemente, a veces podemos quedarnos contemplando vanidosamente nuestros respectivos Ferraris porque nos hacen sentir especiales y únicos. Volviendo al tema de las altas capacidades, creo que podemos tener el riesgo de pensar que por fin encontraremos el Santo Grial de la amistad en grupos en los que están otros superdotados, como si por fin hallásemos a los de la propia especie. Es cierto que puede ser más fácil comprendernos con personas de un nivel similar de capacidades, pero también pueden darse conflictos más enrevesados, cuando las orientaciones vitales o los valores de fondo son muy distintos. Así que, seguramente nos podemos encontrar con grandes frustraciones en quienes después de haberse afiliado a asociaciones de superdotados no han hallado allí a los grandes amigos de su vida. Hay que aclarar que a veces sí se dan encuentros muy satisfactorios y valiosos en estos grupos, pero no necesariamente solo por tener alta capacidad, sino porque haya otros elementos profundos que se comparten y que se comunican en un idioma similar que es el de las altas capacidades intelectuales. Algunos mencionan que lo que más les ha frustrado en esos grupos de superdotados es la competitividad, las batallas intelectuales entre egos sabiondos que no se escuchan y que resultan bastante insoportables las exhibiciones narcisistas de las capacidades de unos y de otros. Lo que llega a agravarse por el “efecto halo” en el que algunos instalan, que genera la distorsión de sentirse experto en algo por el hecho de haber leído bastante sobre un tema, sin tener suficiente base para comprenderlo a fondo. 

Entrar en un mundo de superdotados no significa entrar en un mundo Disney de unicornios y de cebras de colores que viven constantemente en estados bondadosos y beatíficos. A veces puede incluso suceder lo contrario. En estos ambientes encontramos a personas de todos los espectros morales. Y en algunos casos más extremos también podemos encontrarnos con narcisistas patológicos e incluso con psicópatas. De lo que podemos deducir que solamente la capacidad no pone de manifiesto las actitudes y los valores de alguien. 

Para que nadie se sienta ofendido por mis reflexiones, recuerdo que estoy hablando del “riesgo de pasarse al lado oscuro” (aquí no hablo de todos los aspectos luminosos de la superdotación, que también los hay). Resumiendo lo expuesto, el riesgo mencionado tiene que ver con una identificación de lo que somos con algo parcial que tenemos (alto CI), con la delimitación de un tipo de tribu con la que nos podemos identificar creyéndonos los miembros de una élite superior y finalmente acabar separados del resto de la humanidad, a la que no hay un especial interés en comprender o ayudar, porque por fin uno está con los “suyos”. Quizás las mentes más maléficas estén pensando en cómo crear sectas para captar a superdotados y explotarlos eficazmente, ¿o ya existen?

Quizás una salida a todas estas trampas egoicas esté en relación con el cultivo de ciertos valores humanos, con la reflexión honesta y sincera acerca de lo que somos y con enfocarnos con una actitud constructiva con el mundo que nos rodea (como puso de manifiesto el psiquiatra Viktor Frankl, desde la actitud es desde donde podemos poner de manifiesto nuestra libertad para actuar de la mejor forma posible). En este tema, el cultivar una metainteligencia, más allá de las capacidades y viéndolas globalmente, sin identificarnos con ellas, quizás ayude a establecer mejor cuál es la finalidad y el sentido de nuestras vidas. En todo ello, un proceso honesto de autoconocimiento sería esencial para desarrollar una sabiduría acorde con la realidad y con lo que somos realmente. En este sentido, considero imprescindible leer con atención la inscripción que se hallaba en el interior del templo de Apolo en Delfos:

“Te advierto, quienquiera que fueres tú, que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros. Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses”.

Este conocimiento de nosotros mismos nos ayudaría a captar y comprendernos mejor y a detectar mejor nuestros sesgos para percibir el mundo cómo es. Comprendemos a otros en la medida que somos más conscientes de nosotros mismos. El cultivo de esa consciencia implicaría el desarrollo de una visión adecuada sobre la realidad, que aporta un realismo superior al de la mera capacidad intelectual (que actuaría como aliada e instrumento de la consciencia) y nos aporta la adquisición de más sabiduría. No parece posible lograr mucha sabiduría sin un cierto grado de autoconomiento. Esa mayor consciencia nos puede llevar a asumir una mayor responsabilidad ante lo que nos sucede a todos, mejorando nuestra realidad. 

Finalmente, tras pasar por estas reflexiones, he llegado a la conclusión de que tan importante es la identificación de tener altas capacidades como la “desidentificación” de las mismas, en el sentido de percibirlas como una serie de características que aportan elementos importantes a ciertas dimensiones de nuestro ser, pero que no definen todo lo que somos, que no nos hacen superiores y que el tenerlas, en todo caso, nos pone delante la responsabilidad de cultivar nuestra consciencia y sabiduría [4] para buscar cuál es el mejor uso que podemos darles, ojalá a través del amor a nuestros semejantes y desde la humildad de ser conscientes de que somos igual de humanos que cualquiera, a la vez que somos distintos. Creo que el mirar más allá de nosotros mismos y a través de todo lo que somos, después de descubrirnos en nuestras facetas ACI, nos puede permitir ser más conscientes de nuestro funcionamiento y de nuestras habilidades, pero en ningún caso nos aporta superioridad, mayor valía o nos hace personas mejores. Esto último, más bien depende del desarrollo de una consciencia más profunda y amplia que nos permita estar más sintonizados con quienes somos. Las ACI nos configuran y nos condicionan, pero lo que somos en el fondo parece tener más que ver con lo que decidimos hacer de nosotros mismos. Al menos podemos intentarlo.



Notas: 
[1] En un libro anterior he desarrollado más ideas acerca del narcisismo y de cómo se configura y nos afecta este narcisismo parcial, que puede estar en todos, y al que he llamado “parcela narcisista”: Rodríguez Fernández, M. (2021). Más allá de narcisismo espiritual. Desclée de Brouwer.

[2] Sternberg, R.J. (2022). Transformational Giftedness: Who’s Got It and Who Does Not. In: Sternberg, R.J., Ambrose, D., Karami, S. (eds) The Palgrave Handbook of Transformational Giftedness for Education. Palgrave Macmillan, Cham.
[3] Sternberg, R.J. (2022). The vexing problem of dark giftedness. Gifted Education International, 0 (0) ,1–21.
[4] Robert Sternberg ha desarrollado varios trabajos en los que señala la importancia de cultivar la sabiduría, para lograr un desarrollo adecuado de la inteligencia. Recomiendo su lectura.


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