Es verano, pero estas fechas no todo el mundo las afronta de la misma manera. Mi decisión ha sido gastar los menos días de vacaciones posibles para dejar tiempo y poder irme lejos más adelante. Pero a nadie le amarga un dulce; y un verano sin playa no es verano. Estando en Madrid, este objetivo tampoco está tan lejos: poco más de cuatro horas, se encuentra el destino del que te voy a hablar hoy. Se trata de Altea, un pueblo blanco muy genuino, cuyo centro histórico está encaramado en una zona alta que lo convierte en un amplio balcón al Mar Mediterráneo. Por sus múltiples recovecos, el pueblo siempre tiene una salida al mar y un aire tranquilo y relajado que nos encandiló. Disfrutamos de Altea dos días, pero nos dejó ganas de más.
Menos masificado que sus vecinos por ambos lados –Calpe y Benidorm-, lo que entiendo que se debe en gran parte porque sus playas son de piedra, Altea es algo más que un destino de playa; y de ahí mi elección. Es un pueblo precioso, de un blanco pulcro y que además, goza de una relativa “tranquilidad urbana”, por llamarlo de alguna manera, que hace que los fantasmas de la construcción galopante de esta parte del territorio nacional no aparezcan.
En Altea no hay edificios que parecen del Nueva York del Mediterráneo, ni esperas en los restaurantes, ni más de dos líneas de playa; al menos en la fecha en la que yo fui; casi mediados de julio ya.
Se mantiene sin embargo el ambiente marítimo y las ganas de cenar en una terraza y tomarte un mojito después; el deseo de pasear cerca de la playa y zambullirte en las aguas claras del Mediterráneo; el descansar vuelta y vuelta y tomar decisiones sobre la marcha; tomar una cerveza helada o disfrutar de un helado mientras la brisa marina cura todo resquicio de estrés que aún pueda quedarte; o apurar la hora y ver caer el sol sobre la preciosa villa… pervive, al fin y al cabo, el espíritu de las vacaciones de dos meses, algo casi infantil. ¡Vida de Verano Azul!
Las playas de Altea
En dos días, nuestros humildes objetivos eran conocer el pueblo, que no es muy difícil de abarcar y que tan solo pensábamos patear, y disfrutar de su playa. No conocíamos los nombres de los arenales, pero fue tan sencillo como poner rumbo al mar y una vez abajo, preguntar.
Un hombre nos indicó y llegamos a Cap Blanc, un tramo de playa bastante agradable y como el resto de ellos, con apenas gente. Además, la poca que había era tan silenciosa que apenas se notaba. Fue realmente relajante. Poco tiempo después de nuestra llegaba, comenzamos ya a notar el efecto rehabilitador de la playa: éramos casi dos personas nuevas. El único defecto que encontramos a la playa fue la ausencia de arena, pues las piedras hacían un poco de daño a nuestros pies, tanto para entrar como para salir. No obstante, era el precio que había que pagar para estar así de a gusto y en mi opinión, mereció la pena. Otra virtud de Altea y sus playas es que se aparca súper bien y hay un montón de espacio reservado para los coches. ¡Todo está perfectamente preparado para tener solo que disfrutar!A la tarde, para disfrutar de otro rato de playa, preguntamos en la plaza de la Iglesia (la central en Altea) en un bar. Nos comentaron que todas las playas del lugar eran similares, pero que la del Albir tenía las piedras más pequeñas y por tanto, era la más cómoda. Fuimos un rato y lo comprobamos de primera mano, aunque es cierto que seguía siendo un pelín incómodo. Nos despedimos de la playa del lugar, ya que al día siguiente quisimos conocer la de Calpe.
Entonces pude entender por qué aquella paz de Altea. La playa de Calpe era más cómoda para los pies, más bonita, tenía el agua incluso más cristalina… pero, siempre hay un pero. Estaba bastante abarrotada de gente (¡y en agosto será aún peor!) y rodeada de altos edificios dispuestos en urbanizaciones que articulaban la vida del lugar. En realidad, me fui sin saber en realidad si había un pueblo original de Calpe y dónde estaba exactamente. Bien para darte un baño, quizás rápido y comer en el paseo marítimo; mal para pasar aquí unos días. Tengo que reconocer que no me gusta ese “modelo de vacaciones” y me niego bastante a ser partícipe.
En mi reciente escapada a #Altea, visitamos también #Calpe, con la única motivación de disfrutar de su playa. Ya abarrotada, era más cómoda por la arena pero un modelo de vacaciones mucho más masificado, que yo prefiero evitar. Buena playa, no obstante #playas #beach #Alicante #mediterranean #mediterraneo #picofday #photooftheday #travel #trip #viajes #sea #holidays #vacacaciones #summer
Una foto publicada por Mundo Turístico (@mundoturisticoblog) el 15 de Jul de 2016 a la(s) 5:10 PDT
Pero bueno, ese día fue lo que fue y creo que es necesario conocer las cosas para saber que no las quieres.
Perdiéndonos entre las calles de Altea
En Altea no hay monumentos que deslumbren en exceso (el más representativo sin duda es la iglesia Nuestra Señora del Consuelo con sus pintorescas cúpulas azules) o museos que visitar especialmente interesantes, pero el pueblo desprende encanto a cada paso. Sus virtudes son otras. Lo mejor es perderse por sus calles empedradas, eligiendo la que no parece la más céntrica, que seguramente te acabe llevando a la plaza de la iglesia, igual de bonita que de cuidada y animada, llena de bares y restaurantes. El recorrido típico también tienes que hacerlo, claro está. Nosotras cruzamos la calle San Miguel varias veces, pues conectaba nuestro hotel con la Plaza de la Iglesia y en esta estaban todos los locales para cenar o tomar algo. Esta vía, además de opciones para comprar algún producto textil de la zona o artesanía, ofrece una estampa única de la iglesia y de los elementos esenciales de Altea: el blanco de las fachadas, los colores de dibujos o los vestidos de las tiendas, carteles en los edificios llenos de arte… Por la disposición del pueblo, el paseo no será llano, ni regular… subirás y bajarás escaleras, viendo balcones, terrazas y casas con vistas al mar que te harán sentir verdadera envidia. Este amplio balcón al Mediterráneo que es Altea es altamente “disfrutable”, tanto por las callejuelas con fachadas blancas, como por ver el horizonte infinito pintado de azul. Los destellos del inicio de mi verano 2016 son ya definitivamente de este lugar. Antes o después volverás al centro del pueblo, la plaza de la Iglesia, donde hay un rincón específicamente dedicado a disfrutar de la panorámica sobre el mar. Se trata del mirador de los Cronistas de España, con una perspectiva ideal de la bahía e incluso de los edificios de Benidorm que acarician el cielo. Pero aún quedan callejuelas y rincones que descubrir en el pueblo, por lo que seguimos un poco más. La calle Mayor, que habíamos descubriendo ya cenando el día anterior, se presenta colorida y llena de flores en la última mañana de viaje y siguiendo el camino, pronto volvemos a tener vistas al mar, esta vez en dirección a Calpe. Las montañas de fondo y unas nubes bajas que se hacen raras en un día harto soleado, pero componen un escenario diferente que nos hace deleitarnos un poco más con este lugar. Quedamos verdaderamente prendadas.
#Altea, precioso pueblo blanco con ventana principal al Mediterráneo! Ha sido un placer #Villages #beach #Alicante #igersAlicante #playa #pueblosConEncanto #PueblosBonitos #PueblosBlancos #Travel #trip #summer #SummerTime #tourism #picofday #photooftheday #iNstaPic #instaTravel Una foto publicada por Mundo Turístico (@mundoturisticoblog) el 12 de Jul de 2016 a la(s) 2:34 PDT
Por último, recomiendo visitar Altea también a ras de costa, en determinadas zonas donde no hay playa, pues se podrá conseguir una panorámica del pueblo desde otro ángulo. Un juego de perspectivas que nos hace llevarnos una concepción del lugar completa. Es una especie de puerto, donde descansan los barcos en un lado y hay grandes cantos rodados en otro. Un lugar como en mitad de la nada donde poder tener la vista de todo.
Datos prácticos
-Para dormir, nosotras elegimos el Hostal Fornet. Muy bien situado, limpio y cuidado, fue una opción ideal para estos días. El precio fue de 50 euros por persona dos días, así que también muy asequible. Siendo un hostal, entraron incluso a limpiar la habitación. No le pongo ningún pero.
-Para moverse con el coche, Altea es ideal. No es difícil bajar a la zona de playa, no hay demasiado tráfico y hay mucho aparcamiento, tanto en la zona de costa como en el pueblo (aunque sin entrar en el casco antiguo).
-Para comer, recomiendo mucho si apetece una cena especial el restaurante Oustau. El lugar es precioso, bastante chic y la carta es amplia, con un montón de opciones del día. Todo estaba riquísimo y el servicio es sencillamente genial. Repitiendo cerveza incluso, nos salió a las dos por 53 euros. Para dar una idea de lo que comimos, pedimos de entrada una pasta con salsa de marisco y mi plato fue un salmón con salsa de champiñones y bogavante. ¡Estaba buenísimo!
–Para comer, en la zona de la playa, el primer día elegimos una terraza preciosa con vistas al mar: Chef Cielo. Aunque el lugar elegido era perfecto, pedimos un arroz caldoso de carne y alcachofas y aunque con pena, tengo que reconocer que no me gustó. Pensé que por estas tierras el arroz no podía salir mal… pero bueno, el lugar y los camareros hicieron que no fuera tan terrible.
-Para tomar algo, repetimos todos los días en La Mascarada, un local en plena Plaza de la Iglesia, con una terraza muy bonita y unos cócteles geniales. ¡Los mojitos están buenísimos y hechos con mucho amor! Quién sabe si algún día, volveremos a Altea. Si fuera así, iría, para recordar los geniales momentos que allí pasamos.