Revista Diario
En cuanto entramos en el último trimestre del año comencé a hacer uso de esa horrible ansiedad anticipatoria que tan mal me hace, temiendo que las Navidades supusieran un gran trastorno para el niño, con todo lo que conlleva. Me encanta la Navidad, pero desde que soy madre todo se ve desde otra óptica y para mi la prioridad total y absoluta era el bienestar del niño. No creo que ninguna fiesta justifique alterar su ritmo, más que nada porque no está en edad de entender qué significa, por qué se cambian las rutinas y poder participar activamente de todo, disfrutando de esos cambios.
Cuando empecé a preocuparme mi hijo todavía estaba en esa fase en que a las 20.30h como muy tarde estaba ya durmiendo en su cunita y pobre del que osara perturbar su sueño. Durante casi todo 2010 hemos tenido una estricta rutina de baño, cena y cuna marcada únicamente por él y sus necesidades, con más puntualidad que un reloj suizo (increíble los ritmos biológicos que tenía el bebito). Como alguna tarde, por el motivo que fuera, nos saliéramos del horario, se marcaba un perraque de los buenos y no paraba de llorar hasta que el orden era restaurado. Celebrar así una o varias cenas de Navidad hubiera sido una locura.
Sin embargo, sea por maduración de los ciclos de sueño, sea porque se va haciendo mayor, o sea por un sexo sentido que le hacía intuir las fiestas que se avecinaban, a mediados de noviembre empezó a ensayar el acostarse tarde, mucho más tarde. El cambio de rutinas ha sido significativo sobre todo porque ahora mismo ya no hay horarios estrictos, hemos ganado en flexibilidad.
Gracias a estos cambios, las dos cenas de Navidad han sido agradables. Mi hijo se lo ha pasado en grande con mis padres, ha picoteado de todo lo que había en la mesa, ha jugado y se ha reído con mi padre hasta la extenuación y ha disfrutado hasta estar borrachillo de cansancio. Una de las claves para que todo saliera bien ha sido, desde luego, el no apurar hasta el último minuto ni empeñarse en aguantarle hasta las tantas despierto simplemente porque toca. Ambas noches nos hemos vuelto a casa nada más cenar, de forma que él pudiera descansar a una hora aceptable.
A pesar de todo, tengo que ponerle un pero a las fiestas. Y es que por mucho que hemos intentado no trastocar sus horarios de siestas ni los nocturnos, hoy ya mostraba muy claramente signos de cansancio durante todo el día, incluso mala carilla, poco apetito e irritabilidad. ¿Se puede estresar un bebé?. En mi opinión, sí. El trasiego de ir y venir, el estar en casas que no son la propia, todo el mundo haciendo gracias y pendiente de él, comidas nuevas y sabrosas que probar... todo eso que nos pasa factura a los adultos, a los niños les pasa lo mismo.
Así que hoy que por fin hemos finalizado las fiestas mi hijo, el pobre, parece el más cansado de los tres. Su siesta de hoy ha durado 3 horas y, aún así, se ha levantado con ganas de más. De hecho, ya está durmiendo. Esperemos que la noche sea reparadora para todos, que falta nos hace.
¡Feliz vuelta a la rutina!.