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Álvaro de Luna, el mejor valido del siglo XV

Por Manu Perez @revistadehisto

 Álvaro de Luna nació en Cañete (Cuenca) en 1390. Hijo natural de Álvaro Martínez de Luna y María Fernández Jaraba, murió en Valladolid el 2 de junio de 1453. No se conoce mucho sobre su infancia hasta la edad de 18 años, cuando entró al servicio de Juan II de Castilla, que contaba apenas 3 años, por recomendación de su tío Pedro de Luna, el entonces arzobispo de Toledo, que volvía de Roma con su sobrino y le introdujo en la corte.

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Álvaro de Luna, el mejor valido del siglo XV

Su padre, sobrino de Benedicto XIII, tenía cierto estatus social, pero su madre (conocida como la Cañeta o Juana de Uranzadi), en cambio, era una mujer de clase baja de no muy buena reputación (tuvo otros hijos con otros hombres). Se quedó huérfano a los 7 años y fue acogido por su tío Juan Martínez de Luna y después por otro tío, Pedro de Luna, el arzobispo que se hizo cargo de él hasta que le introdujo en la cámara del rey.

Se ganó pronto la confianza del rey niño porque se entretenía con él mejor que con otros, y también se ganó la simpatía de las damas de la corte a la vez que trabó amistad con los caballeros. La madre de Juan II, Catalina de Lancaster, estaba encantada de tener a Álvaro de Luna cerca de su hijo ya que se encontraba bastante solo debido a que su padre, Enrique III, había fallecido hacía dos años (en 1406) y ella y su cuñado Fernando de Antequera se encargaban del cuidado del niño rey como regentes hasta su mayoría de edad.

Se produjo una corta ausencia de Álvaro de Luna en la corte cuando se casó la hermana de Juan II, María de Castilla, con el heredero de la Corona de Aragón, Alfonso V el Magnánimo. Álvaro fue elegido como uno de los acompañantes de la infanta para el viaje a Aragón en 1415 y tuvo que despedirse del rey. Durante la ausencia de Álvaro de Luna el monarca entristeció y su madre tuvo que ordenar que volviera al lado de su hijo para devolverle la alegría.

En 1416, cuando Juan II tenía 11 años, su tío Fernando de Antequera muere en Aragón, adonde había marchado para ser coronado hacía dos años. A continuación su madre fallece dos años después, en 1418, cuando Juan II tenía 13 años. Hasta entonces el niño había estado prácticamente encerrado dentro del palacio, bajo la tutela de su madre y sin apenas contacto con el exterior, tan solo con los cortesanos que le rodeaban, entre ellos Álvaro de Luna.

El joven rey continúa su vida creciendo junto con el que era su acompañante y amigo Álvaro tras la ausencia de su madre. El monarca se casa con María de Aragón, hija de Fernando de Aragón y por tanto su prima, a la edad de 13 años. A los 14 empieza a reinar directamente, toda vez que habían fallecido los dos regentes que habían gobernado en su nombre. Álvaro de Luna cumplía 29 años cuando ejercía como consejero real, aunque no tenía un cargo específico.

Existían tres bloques de grandes encabezados por el mayordomo mayor del rey, Juan Hurtado de Mendoza. Estos grandes se aliaron con los infantes de Aragón Juan de Navarra y Enrique (hijos de Fernando de Antequera, y, por lo tanto, primos de Juan II). Comienza el conflicto entre el poder real y los infantes, quienes trataban de controlar el reino de Castilla junto con los grandes, ya que los infantes tenían importantes propiedades en Castilla por la herencia de su padre Fernando de Antequera, consideraban a Castilla como su tierra natal y querían dominar el reino desplazando a Juan II que era su primo pequeño, ocho años más joven que Juan de Navarra.

Álvaro de Luna fue el protector real ante esos movimientos. En 1420 se produce el atentado de Tordesillas organizado por el infante Enrique, quien, aprovechando la ausencia de su hermano Juan de Navarra, consigue secuestrar a Juan II en Tordesillas atacando de noche la fortaleza donde dormía Juan II. El monarca queda prisionero de Enrique, quien controla el reino como verdadero gobernante utilizando la firma de Juan II y consigue casarse con la hermana de este, Catalina.

Álvaro de Luna intentó liberar al monarca sin la ayuda de Juan de Navarra, el rival de su hermano Enrique, ya que en caso del triunfo de Juan, la situación de prisión del rey seguiría siendo igual o peor. Aprovechando la luna de miel de los recién casados, Enrique y Catalina, que estaban en Talavera, donde el rey estaba recluido junto con Álvaro de Luna, organiza este una salida de montería para escapar de Talavera y refugiarse en el castillo de Montalbán, que pertenecía a la reina Leonor de Aragón, mujer de Fernando y madre de los infantes. Al recibir la noticia de la fuga, Enrique envía a su gente de armas al castillo para detener a Juan II, pero la fortaleza ofrece gran resistencia y no consigue su propósito.

Mientras, llegan partidarios de Juan II con ánimo de rescatarle desde muchos lugares de Castilla. También Juan de Navarra se acerca a la zona para sacar ventaja respecto de su hermano Enrique. Álvaro sale vencedor en este suceso y salva al monarca de su penoso secuestro. En 1421 Juan II nombra a Álvaro de Luna condestable de Castilla, el máximo puesto después del monarca, con lo que su liderazgo queda reforzado para ejercer libremente el gobierno del reino.

Es castigado el bando del infante Enrique, haciendo preso al propio infante. Terminan por el momento los conflictos creados por los infantes de Aragón que tanto inquietaban en el entorno de Juan II. Transcurre un tiempo de paz con fiestas y celebraciones en 1424 y 1425. Juan II acreditó toda su vida ser muy débil de voluntad, poco respetuoso con su propia dignidad política y escasamente cuidadoso de los intereses del Estado; aunque, inteligente y muy preocupado por la cultura, trató con escritores y poetas y fomentó la literatura castellana del siglo xv (en el catálogo elaborado en 1865 por José Amador de los Ríos se cita un total de 218 poetas relacionados con la corte).

Pérez de Guzmán, Íñigo López de Mendoza (marqués de Santillana) y Juan de Mena, entre otros, son grandes nombres literarios de la época. Álvaro de Luna también escribió poesía. El rey sabía leer en latín, entendía el arte de la música, cantaba y tañía. En 1426 vuelve el conflicto de los infantes en Castilla. El rey de Aragón Alfonso V el Magnánimo interviene en los asuntos de Castilla y libera a los presos, entre ellos a su hermano Enrique. Se alían los tres hermanos, Alfonso, Juan y Enrique, y regresa la rebeldía al reino de Castilla. Los infantes insisten en dominar Castilla a toda costa y, ahora con más fuerza, interfieren en los asuntos castellanos. Su intención era apartar al condestable de Juan II y conseguir el destierro de Álvaro de Luna, lo que finalmente logran mediante la resolución de cuatro jueces árbitros, lógicamente contando con el apoyo de los grandes y la mujer del rey, su hermana María de Aragón, reina de Castilla. Álvaro marcha desterrado a su pueblo, Ayllón (Segovia), con su séquito, y el rey alterna su estancia entre Valladolid y Tudela.

Comienzan de nuevo los conflictos entre Juan y Enrique, secundados por los respectivos grandes que apoyaban a cada infante. Alfonso, el tercer infante, no participó en este conflicto ya que como rey de Aragón se marchó a su reino favorito de Nápoles, despreocupándose de los asuntos de la Península. Aumentan las banderías y revueltas entre los nobles y la situación de anarquía se manifiesta con robos y asesinatos, hasta que los nobles llegan a reconocer el error de haber desterrado a Álvaro, el condestable, y claman por su vuelta al gobierno. Álvaro de Luna no quiso volver en un principio, ya que se encontraba tranquilo en su residencia de Ayllón.

Hasta tres veces tuvieron que solicitar su vuelta y al final el propio rey hubo de ordenar que volviera a la corte, que a la sazón estaba en Turégano (Segovia). El recibimiento fue abrumador. Multitud de gente de la corte manifestó su contento. Curiosamente, también los infantes Juan y Enrique se manifestaron encantados por la vuelta del condestable, aunque quizá solo se comportaron como familiares reales, fingiendo estar a su lado para cubrir las apariencias. Álvaro de Luna, al reintegrarse a su cargo de condestable, plantea seriamente que el rey de Navarra no debe permanecer más tiempo en el reino de Castilla, cuyo rey es Juan II, y que no pueden convivir dos reyes en un mismo reino, convenciendo a Juan de Navarra para que se marche al suyo. Aunque Alfonso V de Aragón no firmó el tratado de paz entre Castilla, Navarra y Aragón, parecía que reinaba la paz en el reino cuando de pronto una invasión del ejército aragonés en Castilla hizo que estuviera a punto de estallar la guerra entre los dos reinos.

La intervención oportuna de la reina María de Aragón, hermana de Juan II de Castilla y esposa de Alfonso V el Magnánimo, evita el choque. En 1430 los cuatro infantes de Aragón intentan nuevamente acabar con el condestable para poder intervenir en los asuntos de Castilla y mueven los hilos para volver a la gobernación del reino que ellos consideran suyo. Aunque reconocen la legitimidad de Juan II, su primo, quieren manejarle a su antojo. De los cuatro hermanos, Enrique y Pedro eran los que causaban más problemas, ya que residían en Castilla, mientras que Juan de Navarra y Alfonso de Aragón dirigían desde fuera a sus hermanos. Juan II quería castigar, aplicando la ley, a esos dos infantes por losdelitos que cometían, pero parte de la nobleza amiga de los infantes aconsejaba no hacerlo teniendo en cuenta que eran miembros de la familia real. Otra parte de la nobleza opinaba lo contrario. Al final decidieron confiscar los bienes y propiedades de los infantes, incluidos los de Juan de Navarra. Álvaro de Luna recibe la administración del maestrazgo de Santiago que pertenecía a Juan de Navarra y la tensión entre los dos reinos continuó hasta que se firmó una tregua de cinco años, a petición de los aragoneses, en la localidad de Majano.

En 1430 Álvaro de Luna se casa con Juana Pimentel, hija del conde de Benavente, después de que su primera mujer, Elvira Portocarrero, hubiera fallecido. Al poco tiempo de su boda decide acudir a la guerra de Granada tras pedir licencia para ello. Reúne tres mil caballos y cinco mil peones, penetran por Alcalá la Real (Jaén) pasando por Íllora y Tájara (ambas en Granada) y llegan a la vega de Granada. Pasan por varias localidades como Loja (Granada) y Archidona (Málaga), pero al no encontrar víveres se dirigen a Antequera, donde tampoco hallan medios para subsistir. Al final llegan hasta Málaga, pero la falta de provisiones provoca que algunos capitanes se amotinen y deban ser castigados.

El propio Álvaro de Luna enfermó gravemente y estuvo cerca de la muerte, pero logró recuperarse. Juan II llega a Córdoba para aumentar la repercusión de la guerra, ya que la expedición de Álvaro no había hecho daño alguno al reino de Granada. Las tropas castellanas eran de 80.000 hombres, que, junto con los de Álvaro, se preparan para la invasión. Del otro lado, salieron de Granada 200.000 moros para enfrentarse con los cristianos en el campo de la Higueruela (1431). El triunfo fue del bando cristiano. Si se hubiera continuado la guerra, la Reconquista habría terminado ese año sin esperar al histórico año de 1492. La guerra no continuó debido a que tuvieron que volver a Castilla porque estaban teniendo lugar nuevas revueltas de los infantes de Aragón que amenazaban las fronteras de Aragón.

Entre los años de 1431 y 1437, después de la guerra de Granada y la marcha de los infantes de Aragón a Italia, reinó la paz en Castilla. Como caducaba la tregua en ausencia de los infantes y del rey de Aragón, la reina María viajó a Soria para entrevistarse con su hermano Juan II y negociar la prórroga de la tregua, lo que consigue. En esta etapa Álvaro de Luna llega a su máximo esplendor como valido del rey y comienzan los tropiezos, como ocurre siempre que uno alcanza su cumbre.

Además de los problemas que le acarreó el hecho de acumular demasiadas propiedades y títulos despojando a otros, el primer gran tropiezo fue el de nombrar a su hermano, Juan de Cerezuela, arzobispo de Toledo. El segundo tropiezo, elegir ayo del príncipe a su hermano el arzobispo. El tercer y principal tropiezo, quedarse con el castillo de Montalbán, perteneciente a la reina María, que lo había heredado de su madre Leonor de Aragón. A la reina le molestó profundamente tener que ceder el castillo a Álvaro, transigiendo ante la insistencia de Juan II.

Aparecen nuevos movimientos en contra del condestable debido a las actuaciones injustas de Juan II instigadas por Álvaro de Luna. Se casa el príncipe Enrique con la princesa Blanca de Navarra en aquella época de paz con Aragón y Navarra. Aunque los infantes estaban ausentes de Castilla, los nobles rebeldes seguían insistiendo en sus deseos de que el rey apartase al condestable de su puesto, lo que motiva que Juan II salga a combatirlos con un gran ejército. Mientras tanto, los infantes de Aragón vuelven a Castilla después de su fracaso en Italia. Esta vez la estrategia de los infantes consistirá en que Juan de Navarra se pondrá del lado real, en tanto que Enrique se posicionará con los nobles disidentes para controlar ambas partes del reino de Castilla.

Así los infantes intervienen en la corte a la vez que en la sociedad de los disidentes. Los infantes conducen a Juan II a Medina del Campo, perteneciente a Juan de Navarra, y secuestran de nuevo al rey dentro del territorio de su primo. El conde de Haro media en el conflicto entre el bando de los infantes y el de Juan II y Álvaro ofreciendo el llamado seguro de Tordesillas, con el consiguiente rescate del monarca. En contrapartida, obligan a Juan II a firmar la orden de destierro del condestable durante seis meses (1439). En los años de 1440-1441, durante el destierro del condestable, Juan II se convierte en juguete de los infantes y pierde el control sobre la gobernación del reino.

A partir de entonces aparece la figura del príncipe Enrique (futuro Enrique IV el Impotente) en la escena colaborando con los infantes de Aragón, quizá inducido por su madre la reina María, hermana de los infantes. De nuevo los infantes atacan Medina del Campo, donde estaban el rey y el condestable, y detienen a Juan II. Álvaro consigue escapar del ataque y huye a sus dominios. Con el propósito de dominar Castilla de forma más cómoda y eficaz, esta vez los infantes obligan al monarca a aislar y desterrar a Álvaro de Luna. Consiguen la incomunicación entre el rey y su valido y una sentencia de seis años de apartamiento y residencia en San Martín de Valdeiglesias (Madrid) y Riaza (Segovia).

El resto de las fortalezas del condestable, Ayllón, Montalbán, Escalona, Maqueda, Santisteban, etc., quedan en poder de los jueces durante seis años. Juan de Luna y Pimentel, hijo de Álvaro de Luna, permanecerá como rehén durante ese tiempo. Fue una humillación para el rey, ya que su mujer y su hijo se posicionaron junto a los infantes para separar al condestable de Juan II. Después de la sentencia aparece la discordia entre los rebeldes y se aminora el rigor de la pena.

Álvaro vivirá en Escalona en lugar de en San Martín de Valdeiglesias y nadie hará nada para obligarle a trasladar su residencia. Dos años más tarde el rey anula la sentencia de Medina del Campo y empieza a actuar con más libertad. Incluso visita Escalona con su mujer con motivo del bautizo del hijo de Álvaro. Los infantes se muestran precavidos para evitar la vuelta del condestable, pero no ponen demasiadas pegas a las decisiones del monarca hasta que de nuevo lo atacan, esta vez en Rágama, una población cercana a Madrigal donde Juan II tenía un palacio. Detienen a varias personas del séquito real que tenían buenas relaciones con el condestable. Los más destacados son Alfonso Pérez de Vivero y Fernán Yáñez, que son sustituidos por personas de confianza de los infantes.

Los nobles y clérigos destacados de Castilla, encabezados por el obispo de Ávila, se alían para liberar a Juan II del nuevo secuestro vergonzoso. Este movimiento convence al príncipe y a los grandes de que las actuaciones de los infantes tienen que acabar de una vez. El conde de Haro, uno de los grandes, también apoya ese movimiento de expulsión de los infantes para que el rey recupere su libertad junto con el condestable.

En 1445 mueren la reina María de Castilla, en Villacastín, y la reina Leonor de Portugal, cuñada de Juan II. La relación matrimonial entre los reyes era en ese momento casi inexistente porque la reina era aliada de los infantes y no se portaba como fiel esposa, sino todo lo contrario. Los infantes vuelven de nuevo y ocupan Olmedo con ayuda de sus aliados, Pedro de Quiñones, Juan Tobar, Rodrigo Manrique, el conde de Castro, etc. El rey, que estaba en Guadarrama, se dirige a Olmedo apoyado por el príncipe, el condestable, el conde de Alba, Íñigo de Mendoza, Juan Pacheco, López de Barrientos y el conde de Haro, todos ellos contrarios al bando rebelde de los infantes de Aragón. Durante la batalla de Olmedo (1445), el infante Enrique muere, otros muchos quedan malheridos y otros huyen a las localidades cercanas. La batalla termina con el triunfo de Juan II sobre los infantes y los rebeldes que les apoyaban. En 1447-1448, Álvaro de Luna prepara la boda real con la infanta Isabel de Portugal sin que lo sepa el monarca, que quería casarse con la princesa francesa Regunda. La boda se celebró en agosto de 1447. El rey tenía 42 años y la novia 19. De este enlace nacerá Isabel, la futura reina Isabel la Católica, pero de momento la nueva esposa del rey, en lugar de estar agradecida al condestable por haber organizado su matrimonio y convencer a Juan II, se convierte en la peor enemiga de Álvaro de Luna y acabará terminando con su vida.

En los años de 1448 a 1451, Álvaro seguirá siendo, como siempre, un hombre brillante que maneja las riendas del gobierno al más alto nivel, aunque poco a poco irá perdiendo la firme posición que había tenido, quizá por su avanzada edad y por los efectos secundarios de su agitado pasado: más de cuarenta años luchando al lado del rey, defendiendo siempre los intereses del reino contra los rebeldes y los infantes de Aragón, que, tenaz y persistentemente, habían insistido en controlar y apoderarse de la gobernación de Castilla. Pero ahora la aparición del príncipe Enrique (más tarde Enrique IV el Impotente) y su valido Juan Pacheco desplaza a Juan II y, por consecuencia, al condestable. Además, la reina Isabel de Portugal se convertía en el mortal enemigo de Álvaro, ninguneándole.

Cuarenta y cinco años al servicio de la corona no sirvieron de nada para cambiar su fatal destino. Su último servicio fue el de salvar la vida del monarca en Palenzuela, adonde Juan II se había dirigido para castigar al almirante Fadrique, declarado en rebeldía. La reina ganaba día a día el corazón de Juan II y le controlaba a su antojo. Ya no había manera de volver a la relación cordial que existió desde que Álvaro fuera su compañero en la cámara real hacía cuarenta y cinco años. Juan II se volvió loco con la reina y obedecía con prontitud los deseos de su joven esposa.

El deseo de Isabel era eliminar al condestable y al final consiguió su sentencia de muerte. En 1452 el antiguo criado de Álvaro y fiel colaborador, Alfonso Pérez de Vivero, se convierte en traidor poniéndose al lado de la reina para acabar con el poder del condestable. Primero intentó acabar con él con ataques esporádicos durante sus viajes o salidas, como si se tratara de incidentes ocasionales. Pergeñó varias emboscadas, pero Álvaro, enterado del riesgo que corría, tenía siempre gente de armas para su protección y su hijo se encargaba de su defensa. En una ocasión, en Madrigal, ingenió una trampa consistente en provocar una revuelta en la villa para que saliera Álvaro a sofocarla y así poder matarlo. Su hijo bastardo Juan de Luna consiguió reducir el alboroto y descubrió a Pérez de Vivero al frente de un grupo de hombres bien armados que venía a rematar el plan que esta vez fracasó. También en un viaje a Tordesillas desde Madrigal hubo otro intento de ataque, pero Álvaro tomó un camino distinto al del rey, pudo evitar el ataque y llegó antes a Tordesillas para sorpresa de la reina, que estaba esperando ansiosa la noticia de la muerte del condestable.

Hubo más celadas contra Álvaro, todas frustradas gracias a la vigilancia de su hijo. Los hermanos Pacheco y Girón, que mantenían buenas relaciones con el condestable porque estaban en su casa como pajes aprendices y gracias a él habían entrado en la cámara del príncipe, le recomendaron retirarse de la corte y refugiarse en Escalona. Álvaro, a sabiendas del riesgo que corría estando cerca del rey, no quiso retirarse porque deseaba investigar quién estaba detrás de todo el complot, ya que no llegaba a creer que Juan II pudiera hacer algo contra él después de cuarenta y cinco años de servicio fiel y entrega total, por lo que continúa en la corte como si no pasara nada, aunque tomando precauciones. Después de tantos atentados contra el condestable, al descubrir la mano de Pérez de Vivero, Álvaro le sentencia a muerte en Burgos arrojándole desde la torre de la posada donde se hospedaba. Este hecho acelera el final del condestable porque el rey estaba detrás de Pérez de Vivero.

En 1453 la reina Isabel de Portugal, al ver fracasados los múltiples intentos de asesinato, decide finalmente utilizar el medio directo de obligar a Juan II a decretar la prisión del condestable de forma oficial y enviarle al patíbulo. El 4 de abril de 1453 Álvaro ya se encuentra preso en la fortaleza-prisión de Portillo en Valladolid. No hubo proceso judicial, sino solo orden del rey. El Consejo Real considera injusta la sentencia según consta en el archivo del marqués de Villena, donde existeun documento anónimo sobre la sentencia que dice: «El rey llama a los letrados de su confianza Dr. Fernández Díaz de Toledo, Dr. Pedro González de Ávila, Dr. Gonzalo Ruiz de Ulloa, Dr. Zamora, fiscal Dr. Pedro Díaz, Dr. Alonso García de Guadalajara y el bachiller Ferrera, etc. Todos juntos, y con ellos Diego de Zúniga y Pedro de Acuña, hicieron balance de todos los grandes servicios que hacía el condestable y que mató al contador mayor del reino Alfonso Vivero, su servidor leal del rey.

El relator preguntó al rey si era verdad todo lo que contaba y el rey dijo que sí, y entonces contestó que era digno de muerte por justicia y perder los bienes. El resto de letrados seguían el relator al ver la contestación del rey». Existió, pues, un mandamiento real, pero verdaderamente no hubo proceso judicial contra el condestable. El pregón dice:

«Esta es la justicia que manda hacer el rey nuestro señor a este cruel tirano, usurpador de la corona real: en pena de sus maldades y de los servicios que hizo al rey, mándale degollar por ello».

El pregón trabuca diciendo «servicios que hizo al rey» y lo corrige Íñigo de Estúñiga. Álvaro replica al pregonero:

«Dices la verdad, que por muchos servicios que yo hice al rey me manda degollar».

Juan II muere un año más tarde, el 20 de julio de 1454, seguramente sufriendo todo ese tiempo por esa injusta condena a su fiel amigo y colaborador, condena que firmó por la presión de su mujer.

Álvaro de Luna está enterrado en la capilla de Santiago de la catedral de Toledo, mientras que Juan II fue inhumado en la cartuja de Miraflores (Burgos). Álvaro de Luna, a pesar de sus defectos e imperfecciones, fue el único personaje importante del siglo xv hasta el reinado de los Reyes Católicos. Fue político y capitán, cortesano y guerrero, justador y escritor. Toda su vida, desde que entró en la cámara del rey, se mantuvo leal e hizo grandes servicios a Castilla: evitó la intervención de aragoneses y navarros y no reconquistó Granada cincuenta años antes de 1492 porque las discordias en el interior del reino lo impidieron.

Autor: Yutaka Suzuki para revistadehistoria.es

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