Tanto así, que los dueños ya están hartos de tantos turistas que llegan con la intención de fotografiarse, arrancar un trozo de muro o incluso arrojar un pedazo de pizza a la azotea, como en una de las escenas más recordadas.
"Llegan a pedirnos que cerremos la puerta del garaje o que nos vayamos de ahí para poder sacar una buena foto. Hasta roban piedras de la entrada como recuerdo", cuenta Joanne Quintana, hija de la dueña.
Según los habitantes, en varias ocasiones han tenido que subir al tejado para retirar las pizzas que dejan los transeúntes, e incluso mandaron construir un muro con el objetivo de que ninguna persona pueda observar ni acercarse a la propiedad.