Revista Opinión

Alzheimer

Publicado el 07 julio 2019 por Carlosgu82

Eric había vivido cien vidas a sus veinte años. En una ocasión fue pirata y navegó por mares color cerúleo capitaneando un barco con un cráneo y dos tibias por bandera. También fue maleante, bombero, cirujano, pescador, incluso lagartija. Sus manos eran grandes y su piel alabastrina. Así era Eric.

Eric había vivido quinientas vidas a sus treinta años. Se casó con Alicia, visitaron el País de las Maravillas, y juntos trajeron al mundo cinco hijas. En aquella época, Eric fue trovador y borracho, devorador de planetas, mesonero en Brazzaville, sacerdote, domador de bestias salvajes, esclavo y esclavista a la vez. Fue al infierno y regresó, sólo para perderse en una aventura de la mano de un lirón, visitó al señor Darcy incontables veces y fue detective en el 221B Baker Street. Sus noches eran frías, en vela y su sillón era viejo. Así era Eric.

Eric había vivido mil vidas a sus cincuenta años. Sus hijas le dieron nietos, el primero de ellos fui yo, la tercera fue mujer. Y Eric por ese entonces fue arquitecto, gladiador, mensajero, taxista, brujo, político, ladrón, soldado y un gato negro que de un tejado resbaló. Tuvo la desdicha de ver a París en plena revolución, de presenciar cómo un hombre se transformaba en un monstruo al una pócima tomar y de ser el más amargo de los filósofos de quien fruncir el ceño era el mejor de sus pasatiempos. Sus ojos eran verdes y su bigote de corte inglés. Así era Eric. 

Eric había vivido dos mil vidas a sus sesenta años. Su espalda se encorvó, sus pies iban a rastras y su pelo encaneció. Y aun así, Eric  por esos tiempos fue corredor, jinete, bailarín de ballet y leñador. Caminó por los Campos Elíseos y conoció Bután. Su sonrisa era la más franca y su nariz un cincel. Así era Eric.

Eric había vivido tres mil vidas a sus setenta años. Su vista menguó y sus silencios se prolongaron. Pero incluso en esa dolorosa situación, Eric fue corcel y dragón, fue secuestrador de mariposas, fue noche de verano y sueños junto al fuego en la playa de una isla que nunca existió. Su hablar era pausado y su sabiduría extensa. Así era Eric.

Eric había vivido cuatro mil vidas a sus ochenta años. Y fue entonces cuando su mejor amiga, la memoria, escondida bajo un nombre en alemán, lo traicionó. Eric no era más corcel ni dragón. Olvidó los Campos Elíseos, la leña, el coliseo, el taxi y el reloj. Olvidó a su nieta, a Alicia, a sus hijas y también a mí. Eric ya no era más Eric.

Eric no había vivido ninguna vida a sus noventa años. Apenas tristes hilos de quien antes fue asomaban, temerosos, por su balcón. Eric ya no era luna ni era sol. Sus ojos se paseaban, confundidos, por el tapiz del azul viejo sillón. Sus barcos de papel y tinta china aspiraban polvo, solitarios en un rincón. Eric no era más Eric. 

Eric era como un niño a sus noventa y dos años. Había olvidado los cinco idiomas que en su momento aprendió. Era pura lágrima, pérdida, angustia, incomprensión y dolor. Con todos y sin nadie. Desdicha y soledad y, por compañía, la desolación. Eric no era más Eric.

Entonces, con la desesperación lastimera del que con sus propios ojos ve desvanecer a aquel ama, pensé “Eric aún puede ser Eric”.

Y tomé prestados sus barcos de papel, y desempolvé aventuras y manías, para vivir mil vidas junto a él. Y Eric, por breves instantes, volvió a ser él. Eric volvió a ser risa y primavera. Paseamos por Macondo, nos perdimos en el paraíso, conocimos el purgatorio y regresamos del infierno, mirando envejecer algún retrato. Un día despertamos siendo cucarachas, fuimos príncipes de un asteroide más pequeño que su habitación, y al siguiente, acompañamos a dos amantes mientras partían de este mundo. Eric por fin era vendimia y esperanza. Así era Eric.

El día que partió era un quijote y, al lomo de su viejo amigo Rocinante, olvidó en el camino a su Dulcinea. Y Eric era palidez y silencio calmo. Era rigor mortis y ojos entreabiertos. Así partió Eric.

Perdido entre mis lágrimas saladas, busqué consuelo en barcos de papel. Los mismos que mi abuelo, con antaño, usó para navegar en sus tiempos de pirata y arlequín, de brujo y domador, de gladiador y gato negro. Y he sido brisa de verano desde entonces, amante fiel, rosa marchita, bestia, rey, escudero y candelabro. He sido uno y mil a la vez, y seguiré siendo y siempre seré… de la mano de Eric. 


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