Por Ana María Constaín
Amadas hijas,
Hay días tristes.
Días en que mis lágrimas inundan la casa y mis lamentos se
vuelven coro.
Días terroríficos de tragedia y dolor.
Lloro.
La vida me parece ilógica. Difícil. Pesada.
Lloro
Y sus sonrisas no alcanzan,
Ni sus abrazos
Ni sus caricias.
Por el contrario.
Su presencia abre una herida
Me retuerzo en el dolor de haberlas traído a un mundo tan arduo
Con tanto sufrimiento
Y lucho, contra esta tristeza que me va dominando
Porque no quiero, amadas hijas, que me vean así,
No quiero que mis pesares sean su carga
Ni que tengan que sostenerme cuando mis pies no alcanzan
Navego entre sollozos, intentando encontrar tierra firme
Me revuelco,
Siento ahogar
Temo, amadas hijas, no tener la solidez que necesitan
No ser esa madre capaz de nutrirlas
De transmitirles esa alegría de vivir
Pataleo, y más me canso.
Hasta que me dejo ir.
Lloro
Y las lágrimas limpian mi alma.
Lloro
Y la marea se calma
Lloro
y el agua se torna translucida
Dejando pasar esa cálida luz
Las veo. En calma.
Siendo testigos de esta que también soy
Estoy triste, les digo.
Ustedes lo comprenden.
Lo aceptan
Ya pasará.
El drama ya no es drama
Mis pesadillas desvanecen
Mi mente descansa
La lucha ha terminado
Las lágrimas, amadas hijas,
Despejan el amor.