Digamos, en primer lugar, que la amalgamación (disolución, aleación o reacción) de la plata y el oro con el mercurio, era un hecho bien conocido. Precisamente cuando Medina andaba todavía por Sevilla, Vanoccio Biringuccio había publicado su libro De la Pirothecnia (1540) en el cual no sólo se describe el fenómeno en sí, sino que en su capítulo XI, libro noveno, se refiere al "Método de extraer toda partícula de plata u oro de escorias de minerales, o barreduras de cecas, hatihoas y orfebres; y también de las contenidas en ciertas menas". Cabe pensar que hasta Sevilla, parada y fonda de los Metales del Nuevo Mundo, llegara desde la Europa aún estupefacta, el libro de Biringuccio.
Y cabe que Bartolomé de Medina tuviese conocimiento de lo que en él se decía, pero debidamente explicado al mercader por alguien con cierta experiencia en el arte. Aquí es donde pudo entrar en escena el alemán, no católico, que se dice llegó con Bartolomé de Medina a Nueva España, aquél a quien las autoridades no dejaron desembarcar para no perjudicar la fe aunque se beneficiasen mejor los metales. Si esto sucedió así, Medina hubo de echarle mucho valor, tesón, intuición y talento, para sin el alemán y sin experiencia -aunque con fe en Nuestra Señora- cuajar su invento.
Aún está pendiente de aclarar también si Bartolomé de Medina fue realmente quien introdujo la amalgamación en el Nuevo Mundo. La cuestión se plantea porque existe una cédula de la Princesa Gobernadora, extendida en Valladolid el 4 de marzo de 1551 que permite dudar de ello. En esa Cédula se dice que "habiendo visto lo que nosotros y vuestro Virrey de esa tierra nos habéis escrito acerca de la necesidad grande de que se envíe a ella cantidad de azogue para beneficiar la plata...". Como puede apreciarse esto ocurría tres años antes de que Medina, con o sin el alemán, desembarcara en México. Por otro parte, al dar la noticia de las minas de Guadalcanal (México), descubiertas poco antes de 1555 (año de Medina), se alude a unos alemanes que llegaron con un Juan de Juren (o Xuren) a quienes se les reconoce saber las técnicas de fundición, pero no las de afino ni, desde luego, las de amalgamación. En vista de ello, la citada Princesa requería a don Agustín de Zárate para que platicara "con Juan de Xuren si esos alemanes han usado del azogue para lo de las fundiciones, porque de la Nueva España tengo aviso que es muy provechoso para ellas y se hacen mejor y más presto y a menos costa; escribidme heis si lo saben hacer o no". No sé si don Agustín de Zárate llegó a platicar con Juan de Xuren pero la respuesta tendría que haber sido no, ya que ni el azogue se usaba en la fundición, ni nadie, antes que nuestro Bartolomé de Medina, utilizó el hecho de la amalgamación -aunque fuera conocido- para beneficiar la plata de sus menas, lo cual hizo diseñando el proceso, con rigor, con base en la experimentación, en cuya prueba no faltó ni la preparación previa de la mena, ni las adiciones de los productos convenientes, ni la recuperación y reciclado del reactivo principal -el mercurio- por el procedimiento idóneo -la destilación y condensación-. Dejemos, pues, a los alemanes en su sitio y a Bartolomé de Medina en el de indiscutible inventor.
Europa aceptó complacida el hecho de la abundante plata y, curiosamente, se interesó poco por el cómo. Así se explica que más de doscientos años después de los acontecimientos que venimos comentando (1786) el Barón de Born propusiera, esencialmente, el mismo tratamiento que nuestro don Alvaro Alonso Barba desarrolló en Perú. Federico Sonneschmidt que formaba parte de la expedición de mineros y metalurgos sajones que acompañaron a don Fausto de Elhúyar a Méjico (1788), escribía en 1798: "No tengo embargo en declarar que con diez años de trabajo no he podido lograr ni el beneficio de Born ni otro método preferible al del patio" (procedimiento de Medina).
Retrato de Álvaro Alonso Barba por Eulogia Merle.
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Felipe Calvo, humanista palentino.
Ensayos y escritos en "Curiosón".