Les cuento sobre una mañana de domingo cuando abrí la puerta del balcón y miré a la calle: ¡qué susto me llevé! Nunca la había visto como aparece la foto No 1.
A mi mente saltó una película norteamericana, de la que no recuerdo el título, pero que comienza con imágenes parecidas de calles desiertas y una voz en off comentando sobre la decisión tomada la noche anterior por todos los mexicanos de California: regresar a su país. La vida en ese estado norteamericano se había paralizado, por la mañana todas las calles se veían como esa que les mostré al inicio: “sin vida”.
Pero casi de inmediato volvió a mí el aliento, por allá salió una muchacha; en la esquina tres jovencitas cruzaban la calle y una pareja con su niño pasó caminando frente a mi balcón… (Foto No 2).
Uff! Respiré tranquilo. Ahora ya comenzaba a sentirme realmente en mi balcón y no precisamente haber amanecido en un «mundo paralelo».
Desde mi balcón, siempre he podido ver mucha actividad en mi barrio.
Además; es muy agradable la mañana cuando uno ve llegar a uno o dos amigos de Pedrito, mi vecino del apartamento a la izquierda, de unos doce años y escuchar como lo llaman: «¡Pedritoooo, dale que estamos esperando por ti para empezar a jugar pelota!».
Imposible que una mañana de domingo comenzara sin la alegría de los niños.
Y poco a poco van sumándose los demás vecinos, entran y salen de sus casas, dándole a la cuadra su actividad característica.
Ya la vida del barrio iba tomando su ritmo y aquel susto matinal sentido al abrir la puerta del balcón había desaparecido, ¡ahora sí era mi barrio! (Foto No 3).
Y mientras miraba a las personas caminar de un lado a otro exprimía mi cerebro tratando de acordarme del título de la película en la que California amanecía sin mexicanos…