El tractor reptaba ruidoso por la subida del Carramonte, al llegar al alto del páramo por la zona de Valdesalce, estaba amaneciendo. Un semicírculo de púrpura y fuego, originado en medio de la nada, lo quería incendiar todo y los deslumbraba haciéndoles cerrar los ojos. Los mayores se agacharon sobre la tierra y empezaron a arrancar las matas de titos, indiferentes a lo que allí estaba pasando. El punto incandescente, lanzando haces de luz y fuego por toda aquella tierra plana de Castilla, fue desprendiéndose y ascendiendo suavemente hasta convertirse en un enorme globo ardiente, de dimensiones tan gigantescas que lo empequeñeció todo. El efecto nos dejó petrificados y creímos que íbamos a desaparecer envueltos por aquel suave viento ante la inmensa energía que a la vez nos fascinaba.
Nuestra respiración volvió a la normalidad cuando el globo luminoso ascendió, el viento se paró y se encendió la luz del día.