Revista Cultura y Ocio
Después de haber leído una docena de comedias de Lope durante mi período como estudiante universitario y otra docena en los años como profesor, poco podía aportarme de novedad una obra menor como Amar sin saber a quién, que leo en la edición de Carmen Bravo-Villasante (Anaya). Y la afirmación, desde luego, no es desdeñosa. Amo a Lope y siempre encuentro en él versos, ironías, situaciones, ritmos y hallazgos metafóricos que lo sitúan a la cabeza de los genios literarios de la historia de España. También en esta obra me ha ocurrido.El enredo que nos plantea aquí no incorpora, pese a lo dicho, ninguna novedad excepcional: don Pedro Ramírez acaba de morir a manos de don Fernando, en el transcurso de un duelo. Pero ha querido la mala fortuna que don Juan, un galán sevillano que pasaba por allí, sea considerado culpable e ingrese en prisión. Al recibir noticia de ese hecho, don Fernando explica a su hermana Leonarda que el hidalgo andaluz es inocente y que carga con culpas que son suyas, sintiéndose por tanto obligado a compensarlo de alguna manera. Al principio se trata de una contraprestación económica (la sirvienta de Leonarda le hace llegar doscientos ducados para subvenir a sus necesidades), pero pronto comienzan a entrar en juego consideraciones de honor y de amor, que irán enredando la trama, al viejo estilo del Fénix.Desde el punto de vista rítmico encuentro que los sonetos de esta pieza son muy atinados, y que la musicalidad que logra en la escena VII de la Jornada IIIfigura entre los momentos más destacados de la obra.
Al final, te queda la sonrisa de imaginar con qué pocos mimbres era Lope capaz de urdir un argumento para deleite del público. No resulta extraño que tantos le tuvieran envidia. Él tenía el don.