"Si amas algo,
déjalo en libertad.
Si vuelve, es tuyo.
Y si no,
Nunca lo fue"
(Proverbio oriental)
Las relaciones necesarias La persona humana es necesariamente relacional: nace y crece, vive y muere en relación con otras personas y otros seres, en una interdependencia insoslayable. Yo-soy-yo-en-relación con los demás y con lo demás. Y no puede ser de otra manera. Ser persona significa ser con-otros.
Tal vez sea eso lo que quería decir Ortega al afirmar: "Yo soy yo y mi circunstancia". O como ha dicho, a modo de glosa, un pensador contemporáneo: "Lo que soy no sería (no sería yo humano) sin la circunstancia social que me reconoce e inmortaliza" (F. Savater).
Así pues, el mapa de nuestras vidas puede ser visualizado simbólicamente como una red interminable de conexiones más o menos fuertes con otros seres humanos que nos necesitan y a los que necesitamos para sobrevivir y para vivir. "Yo sólo existo en compañía de mi prójimo; solo, no soy nada", ha dicho con toda razón un teólogo (A. Torres Queiruga); y el filósofo antes citado, tachado de individualista, cuerdamente nos recuerda que "es idiota quien cree que puede ocuparse bien de sí mismo cuando se despreocupa de todo lo demás que le rodea" (F. Savater).
Los zapatos que calzo, el vestido que llevo, la casa que me cobija, el pan que me alimenta, el libro que me enseña, etc., etc. me remiten a otros seres humanos (muchos probablemente desconocidos) que han hecho posible la existencia de esos zapatos, ese vestido, esa casa, ese pan, ese libro... que yo reclamo como míos y que no son exclusivamente míos.
La interdependencia se acentúa cuando consideramos el desarrollo integral de la persona. Nos es literalmente imposible crecer y madurar como personas sin la colaboración de otra u otras personas. "Así como las manzanas maduran con el sol, los hombres maduramos en presencia de otra persona, en colaboración con ella" (G. Torrente Ballester). "Presencia", "colaboración", no dependencia o imposición.
De entre las innumerables relaciones que tejen la urdimbre de nuestra existencia, prestaremos atención a las relaciones amorosas de pareja y de amistad íntima. En ambos casos, tan ricos y tan enriquecedores, acechan también peligros que las pueden deteriorar y aun destruir. Y aunque son diferentes, lo que vamos a decir puede adaptarse provechosamente a ambas.
Las relaciones peligrosas La cita inicial nos invita a dejar en libertad a quienes amamos. Dejar al otro -o a la otra- ser libre conlleva el riesgo de que ese otro u otra se aleje tanto que el hilo que nos unía se vaya adelgazando hasta el punto de romperse. Si sucede tal cosa, tal vez la razón esté, como sugiere la cita, en que la fortaleza de la relación era más aparente que real.
El peligro opuesto en una relación amorosa es que una de las partes intente absorber a la otra y poseerla exclusivamente, de tal manera que ya no haya una relación entre dos personas únicas, libres y autónomas. Ninguna persona que se precie quiere abdicar de ser quien es cuando se adentra en una relación íntima. Y aunque esté dispuesta a unirse con la otra, no está dispuesta a fundirse con la otra y desaparecer en ella. Quiere, con todo derecho, mantener su intransferible autonomía como persona, soñar sus sueños, proyectar sus proyectos, dar alas a sus aspiraciones personales.
Está dispuesta, sí, por amor, a adaptarse en libertad, a potenciar y ser potenciada, y a colaborar en un proyecto común, dialogado y consensuado. Como dice Saint-Exupéry, dos personas se aman no sólo cuando se miran amorosamente la una a la otra, perdiendo de vista al resto del mundo, sino también cuando miran juntas en una misma dirección.
Se dice a veces que los matrimonios y amistades íntimas que duran son aquellos en los que uno de los cónyuges o amigos se resigna a ser la sombra del otro, la voz de su amo. ¿Tiene que ser así? ¿Conviene que sea así? ¿No puede ser de otra manera? Invitamos al lector a que intente responder sinceramente a estas preguntas a la luz de su propia experiencia.
Las relaciones enriquecedoras Damos por supuesto, para comenzar, que para que una relación interpersonal sea enriquecedora se ha de fundar en el respeto: respeto a sí mismo, respeto a la otra persona, respeto a la relación.
Pocas formulaciones de lo que aquí entendemos por"relaciones enriquecedoras" nos parecen más afortunadas que la de Virgina Satir, importante psicoterapeuta norteamericana especializada en la familia. Dice así:
"Quiero amarte sin asfixiarte,
apreciarte sin juzgarte,
unirme a ti sin esclavizarte,
invitarte sin exigirte,
dejarte sin sentirme culpable,
criticarte sin herirte,
ayudarte sin menospreciarte.
Si puedo tener lo mismo de ti,
entonces nos podemos
realmente encontrar
y enriquecernos mutuamente". Esta declaración de intenciones, tan admirable como difícil en la vida cotidiana, apenas necesita aclaración o comentario. Lo que requiere es un esfuerzo denodado y continuo para ponerla en práctica.
Sin embargo, para facilitar esa práctica, comentemos brevemente algunas de sus frases lapidarias.
* "Amarte sin asfixiarte": el amor es peligroso. Su ímpetu puede ser tan arrollador, tan invasor, tan posesivo, que mutile o aniquile a la persona amada.
* "Apreciarte sin juzgarte": el aprecio genuino y equilibrado de las conductas del otro alienta, anima, sustenta. Los juicios globales de su persona son tan injustos como ineficaces.
* "Unirme a ti sin esclavizarte": el amor tiende a la unión de las personas que se aman, pero puede caer en la trampa de querer esclavizar la una a la otra, con grave detrimento de la relación.
* "Invitarte sin exigirte": el amor, o se da libremente o no es amor verdadero; por tanto, crece no por imposición, sino por invitación.
* "Dejarte sin sentirme culpable": si por "dejarte" entendemos un distanciamiento temporal y provisional, que puede ser saludable para la relación, está claro que no hay por qué sentirse culpable. Pero si entendemos una separación definitiva, la frase puede ser también aplicable a situaciones extremas: si el amor se ha extinguido realmente, ¿no sería mejor dar por terminada la relación?
* "Criticarte sin herirte": en el contexto de una relación amorosa, me atrevo a decir con Martín Descalzo que sólo tenemos derecho a criticar al otro si lo amamos de verdad y, por tanto, tenemos la obligación de hacerlo con amor, indicando lo negativo de la conducta del otro sin descalificar hirientemente la globalidad de su persona.
* "Y ayudarte sin menospreciarte": ayudar y dejarse ayudar desde la igualdad compartida es enriquecedor. De lo contrario fácilmente se insinúa el menosprecio, que tanto puede dañar una relación.
En otro lenguaje, una relación de amor es enriquecedora si en ella priman la fidelidad y la libertad mutua. Fidelidad de corazón y libertad de hecho, pues "dos personas se aman sólo cuando son realmente capaces de vivir la una sin la otra, pero eligen vivir la una con la otra" (M. Scott Peck).
Una relación de amor es enriquecedora cuando cada una de las personas implicadas deja a la otra ser como es, sin empecinarse en que cambie y sin forzarla ni manipularla para que cambie; cuando, además, está siempre dispuesta a colaborar en cambios mutuamente deseables y posibles.
Concluimos, pues, invitando a nuestros lectores a reflexionar sobre aquella anécdota que Tony de Mello cuenta en El canto del pájaro con éstas o parecidas palabras:
"Durante años, fui un neurótico sin remedio, y todo el mundo me decía una y otra vez que tenía que cambiar por mi propio bien. Y entonces yo me enfadaba, me sentía culpable y no lograba cambiar.
Lo peor era que mi amigo del alma también me exhortaba a que cambiase, pero con él no me podía enfadar, y me sentía triste e impotente.
Hasta que un día mi mejor amigo me dijo: `No cambies, no cambies. Te quiero tal como eres, y nunca dejaré de quererte aunque no cambies'.
Sus palabras 'No cambies... Te quiero tal como eres...' me sonaban a gloria, y me sentí liberado interiormente de un gran peso; y ¡oh maravilla! CAMBIÉ".
¿Nos dice algo esta parábola?
Se me ocurre un comentario. Todo esto está muy bien y es verdadero, pero no es verdadero para mí hasta que yo no vivo la experiencia del amor y la amistad, del gozo y del fracaso, del tener y el perder. Las meteduras de pata, los intentos de posesión, el planificarle la vida al otro o dejar que el otro me la planifique y luego rechazarlo porque me asfixia. Son pasos que se dan en el intento de llegar a ser amigo-amante-amado/a. Sólo cuando de alguna manera he vivido esto, me he dado cuenta de lo que hacía, de lo que me hacían, sólo cuando he pensado y reflexionado sobre lo que me estaba pasando, sólo cuando he experimentado todo eso y más, sólo después puedo hablar con sentido con palabras como las del texto anterior. No son instrucciones, son claves para entender mejor lo que me pasa, lo que nos pasa, para que no renunciemos al amor, pero tampoco a la inteligencia, a entender qué es eso que vivo y amar también con cabeza, no sólo con corazón.
(Rafael que hoy no tiene tiempo de un artículo más trabajado, más adelante será, ustedes disculpen) 1. Jesuíta,psicólogo, Valencia.