Por Manuel García Pérez.
El poemario Genes, de Zhivka Baltadzhieva, es una profunda reflexión sobre la existencia, inspirada en la influencia de disciplinas como la Antropología, la Física o la Biología.
Leo por tercera vez la nueva obra de Zhivka Baltadzhieva, Genes, un poemario de carácter existencialista que busca en las raíces tribales de la cultura una apología de lo simbólico como testamento de vida. La poetisa búlgara es una maestra en el dominio de los silencios y las pausas para transferir lo que es tan difícil en poesía y en muchas artes, comunicar, desde la ausencia, aquello que verdaderamente conmueve.
Y Baltadzhieva maneja desde las pausas esa habilidad para emocionarnos desde una severa reflexión de la violencia y de las liturgias que configuran esos contextos: enterramientos, muertes, sepulcros, ciudades fantasmales. Todos estos elementos conducen a unos textos que parecen tratados de la conducta humana, recuerdos imborrables que transcienden lo anecdótico para crear un mundo literario de un sereno desasosiego: “Soy libélula alucinada. Me quedaré en alguna exposición de Kandinsky, la niñez recordando, su místico nimbo, el terror de la mente ante esos cielos que bajan y bajan y los átomos crujen futuras baladas” (pág. 65).
Genes se adentra en la conciencia de lo intemporal, en nuestra inexorable caducidad, como si cada uno de nosotros formara parte de un hombre anterior, único y de pensamientos insondables, como si cada espacio, cada acción y cada uno de nuestros semejantes fuesen la misma cosa preconcebida antes y después del tiempo: “No conoceré a mis padres, a mis hijas, a ti, a él, a mí. No conoceré… No conoceré… Nunca” (pág. 74).
El poemario, publicado por Amargord, es un ejercicio asombroso de revelación sobre el misterio de vivir, pues cuando acabas de leer la obra, uno toma conciencia de la belleza de nuestra insignificancia. No somos más que una mera imagen, un nimio estímulo, una incandescencia en este inconcebible universo. Solamente el silencio entre las palabras parece concebir por unos instantes nuestra implicación en esta realidad. Baltadzhieva asume la inconsistencia de nuestro ser, su débil encarnación, y nos describe, a través de las últimas teorías científicas, esa insustancialidad; el hombre como otra partícula en un flujo de neutrinos que construye todo lo que se percibe, que lo evidencia como hace el lenguaje poético: “Una mañana cualquiera, preliminar. Como todas. El pino negral sombrea la vida suficiente” (pág. 86) Genes es un manifiesto que vincula Ciencia y Filosofía a la inquietante extrañeza de los símbolos, una lectura chamánica del Universo que nos alcanza, nos revive y nos destruye.
Un trabajo increíble, Zhivka.