Revista Cultura y Ocio
Oscar Wilde escribía aquello de "amarse a uno mismo es el comienzo de una aventura que dura toda la vida". Sin duda, una gran aventura. Egoísmo para algunos. Lo cierto es que sin amarse a uno mismo, la confianza, igualmente en uno mismo, no existiría. Digan quererte si quieren. Y la confianza es primordial para sobrevivir en esta jungla de asfalto bacheado. Por otra parte, para amarse o quererse es indispensable conocerse a sí mismo. Si no fuera así, uno actuaría condicionado por las pasiones más profundas surgidas del abismo de los pensamientos de ese desconocido cerebro que nos guarda y los guarda. Y ésto sería como mínimo egoísmo, egolatría o mera megalomanía. Nada tiene que ver quererse uno mismo a dejar que las pasiones dominen nuestro ego. Para muchos sólo habrá un tupido velo de diferencia, si la ven; para otros, ni siquiera eso. O se es egoísta o altruista, y si quererse a sí mismo es egoismo, entonces, ser altruista, sería alguien falto de confianza en sí mismo para ser egoísta. Así se juntan en el mismo plano confianza y egoísmo. De ahí el valor de la frase que abre el post. La vida es una gran aventura y parte del conocimiento de nosotros mismo. De este conocimiento parte la confianza. Y de la confianza nacen y se crean los sueños. Y con los sueños, el Mundo avanza. En una vuelta de tuerca más, dos conceptos de confianza se enfrentan, el egoísta que destruye a su paso, y el que nace de quererse a uno mismo por encima de las pasiones límbicas. El lenguaje es un mar sin fondo que engulle casi cualquier pensamiento que se precie de serlo cuando se fuerzan los múltiples significados de las palabra por encima del propio contexto. Y después queda aquello de que "amarse a uno mismo siempre trae inesperadas consecuencias". Pero todo tiene consecuencias. Aunque ¿inesperadas? Tal vez no todo.