Revista Sexo

» Amarse en secreto.

Por Gcdmartinez @libro_en_blanco

Amarse en secreto
Fue un sábado de invierno lluvioso, de esos que te dejan encerrado en tu casa al lado de la estufa, observando como el agua salpica a través de las ventanas. Habrá sido el gris del ambiente, la quietud de las calles, el frío húmedo… no sé; pero me sentía solo, con una necesidad infinita de saber de ti y escuchar tu voz. Te llamé, afortunadamente estabas disponible, invitándote esa noche a mi casa a cenar.

Ya entrada la noche, y cuando terminaba de poner la mesa, suena el timbre. En el portal de la puerta estabas tú, esquivando el agua de la lluvia que aún no dejaba de caer, lo cual mojaba tu ropa. Estabas un poco más gordo, con más canas en tus sienes, pero siempre con esa sonrisa: la misma sonrisa sensual, coqueta y acogedora con que me habías recibido en tu casa hace cinco años, después de habernos conocido en un chat.

Habían sido cinco años de ir y venir, en donde cada uno había tenido que sortear un sinfín de problemas. Problemas que no habían sido fáciles de solucionar, con varios tropiezos en el camino, pero con paciencia y coraje habíamos logrado salir adelante. Ahora tu a los 45 y yo a mis 35, estábamos pasando por un período de tranquilidad el cual se nota en nuestros rostros.

No dejó de asombrarme lo positivo y alegre que estabas, como en los viejos tiempos. ¡Como sino!. Si me contabas que tu hijo ya había terminado la universidad, independizándose económicamente de ti; el divorcio con tu esposa había finalizado sin ningún problema, el trabajo te los estabas tomando con más calma, respetando los horarios de salida; los doctores te habían dado de alta de todos tus males y ya no estabas tomando más medicamentos. Yo te escuchaba, feliz por ti, perdiéndome en tus brillantes ojos, dándome cuenta de que eras como el vino: entre más viejo y mucho mejor.

Así durante un par de horas, mientras comimos una receta croata que tanto te gustaba, nos pusimos al día en la vida de cada uno. Te conté que ya era Licenciado en Economía, que donde estaba trabajando me encontraba a gusto con altísimas posibilidades de desarrollo profesional. Tú no perdiste la oportunidad de reírte de mi calvicie insipiente, la cual antes ocultaba, pero a lo que sólo justifiqué encogiéndome de hombros.

El equipo de música empezó a tocar una canción romántica de moda justo cuando nos quedamos en silencio. No sé que te dio que me sacaste a bailar. Al principio me negué, ya que nos vemos ridículos con los 20 cm de estatura que te llevo. pero que más daba, si nadie nos estaba mirando. Estábamos solos. Sólo tú y yo.

Al principio estuvimos distantes por la diferencia de porte. La iniciativa la tomaste tú (ya que yo soy muy tonto en estos menesteres) abrazándome y colgándote de mí, apretándome fuerte, siguiendo el ritmo de la música. Yo incliné mis rodillas, tu te empinaste, hasta que nuestros labios se juntaron, dándonos un suave beso. “Te extrañé”, te dije, poniendo mi cabeza sobre tu hombro. Tu tomaste mi cara con una de tus manos y mirándome fijamente me dijiste: “Te quiero mucho y también te he extrañado”. Después de eso nos dimos un beso largo y apasionado, en el cual nuestras lenguas se volvieron a juntar y nuestras manos recorrieron nuevamente nuestros cuerpos, despertando toda la pasión dormida hasta este instante.

Esa vez yo quise llevar la iniciativa, por lo que no dejé que movieras tus manos, sólo que te dejaras llevar. Suavemente te fui sacando la ropa y volví a encontrarme con tu pecho lleno de pelos y esa pancita que siempre me ha gustado. Te saqué los pantalones, saboreando tus cortos muslos, también colmados de pelos. Te hice cosquillas en los pies, generando una risa tierna. Sólo te dejé con los bóxer, empezando a morderte el miembro sobre la ropa interior tal como siempre te ha gustado. Ese siempre ha sido una manía tuya. Debo confesar que al principio no me gustaba, pero observando lo feliz que te ponía que te hiciera crecer la polla de esa forma, lo empecé a practicar. Rápidamente estuviste duro y como siempre mojado. Así nos entretuvimos un buen rato hasta que con los dientes te liberé del último despojo de ropa, quedando tu bello miembro al descubierto. De un tamaño normal, bien grueso, con la punta paradita, lo que lo hacía una excelente pieza.

No sé como me las ingenié para impedir que tus manos interfirieran con mi labor. De haber tenido unas esposas de policía te hubiese amarrado a la cama, por lo que no me quedó otra que llamarte la atención varias veces. A lo largo de ese tiempo había planificado hacerte el amor de esa forma y lo estaba logrando.

Con los dedos traté de limpiar el líquido seminal, para luego con mi lengua empezar a recorrer el mástil de tu pene, hasta detenerme en la cabeza dándole pequeños lengüetazos intermitentes, esos que siempre te han hecho saltar de placer. Una y otra vez saboreé tu miembro introduciéndolo a mi boca dejándolo cada vez más grueso, colorado y brillante por la saliva. Me fascinó verte como te retorcías, las muecas que hacía tu rostro en especial cuando nuestros ojos hacían contacto y toda tu extensión era comida por mi apetito voraz. Además, con una de mis manos te agarraba los testículos, masajeándote con los dedos en la parte donde finaliza el ano. ¡Eso también te gustaba!. Te gustaba la sensación escalofriante que se genera al recorrer el delicado tejido que existe entre los testículos y el ano. Al momento te diste la vuelta, ofreciéndome tu culo.

¡Si supieras todo lo que me costó que me dejaras besarte el culo!. Pero desde que lo logré, después no hubo forma de escaparme de esa extraña labor. Y otra vez más, tuve para mi esas nalgas blancas (coronadas por una cicatriz de hernia) en la que mi lengua ha aprendido a entretenerme lo bastante bien, para encontrar placer recorriendo caminos poco ortodoxos para un cristiano.

En cierta forma yo ya había cumplido con mi propósito y por otra parte ya era imposible impedir que intervinieras. Siempre te ha gustado llevar la iniciativa y esa no fue la excepción. Poco a poco te fui cediendo el terreno. Nos pusimos de pie, tu sobre la cama para poder quedar del mismo tamaño, y nos besamos. Tus besos me fascinan, llegan a lo más hondo de mi ser, generando escalofríos en mi estómago. Con tus manos recorriste mi cuerpo, quitándome el resto de ropa que me quedaba, para luego concentrándote en mi polla que ya estaba bien larga, dura, cabezona y rosada. Cada uno sabía cuales eran los lugares que había que atacar para darle placer al otro. Al principio de nuestra relación teníamos tantas trabas que sólo el tiempo y la confianza mutua han podido superar. Recuerdo que la primera vez que le hiciste sexo oral a un hombre fue a mi, y esto fue como al segundo año que nos conocimos.

Mientras afuera, en la ciudad llovía y llovía, con una tormenta interminable y la temperatura bajaba cada vez más, en nuestro cuarto la temperatura subía a niveles insospechados. Nuestros cuerpos transpiraban a raíz de besos asfixiantes, de mordeduras de tetillas, orejas y cuello. Como todas las veces estabas encima mío, yo con las piernas abiertas mientras tu pene me rozaba el ano, sin penetración como a ambos nos gustaba. Sentir su cuerpo encima mío siempre ha sido uno de los placeres más grandes. Una sensación de cosquilleo que me inunda desde la cabeza a los pies y que me deja muy satisfecho.

Así estábamos otra vez, amándonos como la primera vez o como si se fuera a acabar el mundo. Ya no nos veíamos tanto como antes, pero de vez en cuando ambos sentíamos la necesidad del otro y nos llamábamos. A veces era imposible vernos y era bien frustrante, pero todo era parte del trato: “Amarse en secreto”, sin complicaciones ni ataduras. Nuestra relación era una mezcla de amistad y amor, y si es que no progresaba más allá era debido a las limitaciones sociales de ambos. Nos amamos, pero a nuestra forma.

Autor: Nicolás Walas.

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