Revista Opinión
Quería ser como aquellos jóvenes a los que espiaba en los parques, confiados y contentos, ya que apenas había podido relacionarse con nadie en el seno de una familia huraña, de la que siempre recelaron. Envidiaba a la gente que podía ensimismarse en la lectura de un libro cuando él sólo había sido capaz de aprender las cuatro reglas y garabatear una firma confusa e infantil. Le habría gustado poder escribir las más bellas palabras que de su boca era imposible que brotaran porque solo se entendía con los animales que le hacían compañía en su casa. Los jardines florecidos y cuidados le llamaban la atención frente al desorden con que acumulaba todas las cosas que recogía en la calle por si podían serle de una utilidad que rara vez hallaba. Miraba los coches atraído por la posibilidad de alejarse raudo de cuanto le rodeaba sin importarle lo más mínimo la máquina. Le obsesionaban las nubes que cruzaban parsimoniosas sobre los árboles sumidas en un silencio inmaculado. Siempre le había apetecido volar pero sus brazos sólo sirvieron para deformarse con el esfuerzo y las enfermedades. Ni siquiera tuvo imaginación para soñarlo. Había nacido entre los desafortunados y, cuando cerraba los ojos, ni la noche le proporcionaba descanso.