Revista Cine
La sección "Pulsos" de Ambulante está dedicado a documentales mexicanos que, dice la programación, tienen "voz y visión originales". Café (México, 2014), segundo largometraje -aunque primero documental- de Hatuey Viveros -sensible y meritoria opera prima Mi Universo en Minúsculas (2011)- no es muy original que digamos pero esta circunstancia dista de ser un defecto.El documental de Viveros cumple con un requisito clásico de este modo de producción fílmica: documenta. En este caso, lo que documenta es la vida de una pequeña familia indígena que vive en Cuetzalan del Progreso, en la sierra norte de Puebla.El papá ha fallecido sin ver a su hijo, Jorge Antonio Hernández Desión, graduarse de abogado y hasta con mención honorífica. Tampoco puede ver como su otra hija, Chayo, ha quedado embarazada, sin que quede muy claro que el muchacho el cuestión "le cumpla" como ella quiere. La cámara del propio Viveros ve lo que pasa frente a ella, sin intervenir en ningún momento de forma directa. No hay narración en off, no hay contextualización de datos en pantalla, no hay cabezas parlantes dirigiéndose a nosotros. Tampoco se necesita nada de esto, por cierto.Viveros y su guionista Monika Revilla parecen tener una sola ambición: documentar la vida de esta familia rural que habla náhuatl, sus logros, sus trabajos, sus fiestas, sus decisiones... Su ethos como tal, en el más amplio sentido del término: sus costumbres como parte de una comunidad y, al mismo tiempo, el caracter individual de cada uno de los miembros de la familia. El resultado nunca deja de ser interesante.En contraste, Muerte en Arizona (México-Bolivia, 2014), tercer largometraje de Tin Dirdamal -aquí codirigiendo con Christina Haglund-, puede que intente ser mucho más original -de hecho, dificilmente podemos catalogar al filme como documental-, pero el resultado me pareció insoportable. La sinopsis define a la cinta como un "documental futurista". 'Ta bien, eso dice: lo cierto es que hay dos historias que avanzan de manera paralela. Una voz en off masculina nos dice lo que ha pasado desde que un gran meteorito destruyó casi todo el planeta, dejando unos cuantos sobrevivientes yaquis. Otra voz en off femenina cuenta una frustrada historia de amor que un tipo le contó a su vez a ella en un viaje en tren hacia Arizona. Las dos narrativas vocales se van alternando mientras vemos en pantalla una de suerte de caprichosa ilustración visual: el hombre abandonado por la mujer, en Bolivia, atisba la vida de otros desde su ventana; mientras, el relato post-apocalíptico nos presenta la vida de una familia y sus varios hijos que sobrevivien en condiciones más bien precarias. Qué remedio: ni las narraciones en off ni lo que vemos en pantalla me parecieron dignos de interés. De verdad, ¿no había un experimento documental más logrado para programar? ¿O, vaya, otro documental convencional pero visible, como Café?