Me llamo Amelia. Soy fundadora y activista radical de la P.A.N.I.M.P.I.E. (Plataforma de Afectados por los Nombres Impuestos por Madres y Padres Inconscientes y Egoístas) desde donde combato injusticias como la mía...
Me llamaron así por una película donde una pirada vestida de mojigata va repartiendo amor por doquier, cambiándole la vida a la gente con su sonrisa angelical, en un mundo molongo y vintage que apesta a mueble viejo y a papel roñoso.
Mis padres vieron la película en su época universitaria durante un sábado noche y... digamos que fui concebida al ritmo frenético de un acordeón hiperactivo. ¡Choca esos cinco Yann Tiersen!
No les bastó con llamarme como una traducción del nombre de la prota, sino que siempre intentaron que me pareciera a ella. Vivo frustrada, atrapada en una imagen que no se corresponde con mi mundo interior, gracias a su ensimismamiento romántico.
Han conseguido que desarrolle una personalidad fría e insensible porque impidieron que floreciese mi propio YO. A nadie le importa que lo que realmente quiera sea llevar corbata como mi ídolo Gloria Fuertes o ser calva como José Saramago.
Todos esos ñoños progenitores deberían entender que, aunque parezcamos seres irracionales y caprichosos, tenemos derecho a decidir. Estoy harta de que me disfracen como a esa tonta del bote con la que no tengo nada que ver. Absolutamente nada... Nada de nada.... Infinitamente nada...
O..., bueno... Salvo alguna cosilla insignificante...
Como que me repatee las sienes ver a la gente triste. Últimamente la veo en todas partes. Hordas de almas en pena nos invaden. Caminan como ajenas al mundo que les rodea, con las cejas caídas hacia cada lado como dos toboganes de parque.
Detecto esa tristeza pálida en todas las colas donde la gente espera. También en los semáforos. En los supermercados. En los bancos del parque. En el cine. Y hasta en los bares.
Pero lo que me mata, realmente, es ver esa tristeza en las personas mayores. Esas miradas artríticas, esos rostros vencidos, apenados por el peso de los otoños, como si esperasen la llegada del último. Me duele esa fragilidad que esconde alegrías pasadas y llantos acumulados.
Es un dolor que atraviesa mi armadura y se me mete aquí, en el pecho. Me corta el aliento. Me encorcha la garganta. Me desgarra ese órgano palpitante al que los mortales vinculan, tontamente, con los sentimientos y las emociones. Me empuja a ponerme frente a ellas...
....y librarles del bastón de su melancolía. Comprender lo absurda y retorcida que puede llegar a ser esta vida que nos putea nada más nacer, que cuando somos pequeños nos aprieta los zapatos y cuando somos viejos nos agranda las camisas.
Descubrir que no es tan difícil vencer la timidez y dejar que los sentimientos hablen: - Tome, aquí le entrego mi gélido corazón, para demostrarle mi admiración y darle el aliento necesario si algún día le falla el latido de la ilusión.
Porque no hay mayor satisfacción que dar lo mejor de ti, con la convicción de que has hecho feliz a un ser humano.
FIN