Amelia Dyer tuvo una idea de negocio y fue a por ella. Dyer era una emprendedora y huía de convencionalismos. Pensó «fuera de la caja«. Había encontrado un nicho de mercado y nada le iba a detener para cumplir su sueño de salir de la pobreza.
Era la segunda mitad del siglo XIX en Inglaterra. En plena época victoriana, el capitalismo iba a toda máquina y la oportunidad estaba ahí para quien no tuviera miedo a cogerla.
No iba a ser fácil, pero Amelia tenía talento comercial y ofrecía un servicio único y muy especial. Su negocio eran los bebés.
Y le fue bien hasta que la ahorcaron.
El 30 de marzo de 1896 un paquete atado a un ladrillo es rescatado del Támesis en Reading. Dentro, el cadáver descompuesto de un bebé: Helena Fry. Había sido estrangulada con una cinta blanca, que seguía alrededor de su cuello, y arrojada al río.
«Los de la cinta blanca son míos«
Tirando de esa cinta blanca, los detectives fueron descubriendo más pistas de un horror que conmocionó a la sociedad de la época. La cinta les condujo a una casa de dos pisos en Reading. Allí encontraron montones de ropa de bebé y recibos de anuncios en varios periódicos de distintas ciudades inglesas. En ellos, una enfermera que usaba diferentes nombres se ofrecía a cuidar de bebés.
Estaba claro que se habían topado con una “baby farm”, una “granja de bebés”, algo que no era inusual en la época. Pero ésta era muy especial, como mostraba el hedor a carne podrida que salía de la despensa y de un baúl guardado bajo la cama.
También se encontró más cinta blanca.
El 3 de abril se arrestó a la principal sospechosa, Amelia Dyer. Una enfermera que, como pasa siempre en estos casos, había sido descrita como alguien “maternal”.
Se intensificó la búsqueda en el río y en pocos días se rescataron otros seis cuerpos de bebés en el Támesis. Todos con una cinta blanca al cuello. Cuando el recuento policial de víctimas ya iba por la cincuentena, Dyer confesaría a los detectives: “Los de la cinta blanca son míos”.El juicio comenzó el 22 de mayo. Las pruebas contra Dyer eran abrumadoras y la defensa solo pudo alegar locura, que fue desestimada. El 10 de junio de 1896 Amelia Dyer fue ahorcada en la prisión de Newgate.
Un escándalo
El caso fue una bomba mediática en la Inglaterra victoriana. Según Angela Buckley, autora de “Amelia Dyer and the Baby Farm Murders”, «la idea de que las mujeres mataran a alguien fue muy impactante, pero el hecho de que matara bebés era algo inconcebible”. Para la investigadora, las madres que entregaban a sus bebés a Dyer «creían que estaban enviando a su hijo a un hogar feliz”.
En pocas décadas el escándalo sobre los crímenes de Dyer se rebajó y Amelia cayó en el olvido. Pero el revuelo de aquellos días sí sirvió para que se revisase la práctica de las granjas de bebés, el negocio al que se había dedicado nuestra dulce Amelia, moviéndose por todo el país durante nada menos que 30 años.Tras el caso Dyer, las autoridades sometieron a una mayor vigilancia el negocio de las adopciones.
Amelia Dyer y las Baby Farms
Amelia había nacido en 1837, en una familia de zapateros bastante pobre. Desde que era una niña había tenido que cuidar de su madre enferma. Así que cuando se hizo adulta se convirtió en enfermera. Con 24 años se casó, tuvo una hija y cuando se quedó viuda se enteró, por una colega, de un buen negocio que estaba a su alcance, las baby farms.
En 1869 puso su primer anuncio en el diario local. Amelia respondía a una demanda del mercado. En aquella sociedad puritana, tener un hijo fuera del matrimonio era algo que marcaba a la madre y al hijo de por vida. Les colocaba en una situación imposible, prácticamente las empujaba a la mendicidad o la prostitución.
Así que muchas veces, el único camino para rehacer sus vidas era dar al hijo en adopción. Esas granjas lo acogían y lo cuidaban hasta que lo colocaban a alguna pareja que quisiera adoptarlo. El pago por el servicio se hacía primero periódicamente, mientras las granjeras cuidaban del bebé, y otro pago final cuando se consumaba la adopción. En ocasiones la cuidadora aceptaba un pago único, así los padres olvidaban antes aquel desagradable asunto.
Los trámites eran rápidos y sencillos, las autoridades no intervenían. Aquello era un negocio privado y bastante lucrativo. Libre mercado. Pero casi todos los negocios lucrativos tienen inconvenientes. Éste también: cuidar a muchos bebés a la vez es caro, estresante y muy pesado, como todos los padres saben.
Ganando productividad
Dyer se vio con mucho trabajo y poco margen de beneficio, así que empezó a administrarles jarabes para tenerlos tranquilos. Nada que inventara Amelia. Era práctica habitual darles a los niños preparados con algo de morfina, láudano e incluso heroína para que se quedaran tranquilos. No se espanten, ahora a algunos se les recetan pastillas para que no sean tan revoltosos.
Luego pasó a cobrar una tasa semanal a la vez que dejó de alimentarlos para que fueran muriendo. Más ganancia. Pero como Amelia tenía tantos clientes, sus abultadas cifras de bajas llamaron la atención de los médicos que certificaban las defunciones. En 1879 fue detenida y pasó 6 meses en prisión. No fue acusada de asesinato, sino de negligencia. En aquellos tiempos muchos bebés morían en el parto o en los primeros meses de vida.Pero el paso por prisión le ayudó a depurar su modelo de negocio. No cobraría por semanas, sino un pago único. No se le llenaría la casa de bebés moribundos y drogados, los mataría rápidamente ahogándolos con una cinta blanca. Y nada de certificados de defunción, se desharía de los cadáveres enterrándolos o tirándolos al río.
La mayor serial killer
Muchos testimonios confirmaron que las granjas de Dyer iban viento en popa. Algunos vecinos habían visto ingresar hasta 6 bebés en un día y la policía de Reading tuvo evidencias de que Amelia había recibido al menos 20 niños en los dos meses previos a su arresto. Aunque es difícil poner una cifra, se calcula –siendo precavidos– que en esos 30 años de actividad Amelia Dyer pudo haber asesinado a más de 300 niños.
Amelia es, probablemente, la mayor asesina en serie de la historia de Gran Bretaña.
Las ilustraciones están sacadas del Thames Valley Police Museum, donde se exponen objetos relacionados con el caso.
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