Revista Opinión

América: herencia y legado

Publicado el 27 diciembre 2019 por Moinelo @moinelo
América: herencia y legado
América es un continente con muchas culturas en su historia. Sin embargo, dos de origen ajeno a ella son las que dominan hoy en día, con desigual acierto: la latina y la anglosajona ¿A qué se deben sus diferencias? Si miramos en la Europa de donde salieron las primeras expediciones, la Península Ibérica acoge en su seno dos de los cuatro países marcados con la despectiva etiqueta de PIGS, cuyo legado marcó en su día lo que hoy se conoce como latinoamérica. Uno podría inclinarse a pensar que de alguna manera, su mediocridad fue transmitida al «nuevo mundo», pero ¿es de mediocres ser la primera cultura en atravesar todo un océano y ampliar los horizontes de lo que entonces era el mundo conocido? Parece que algo no encaja. Lo siguiente intenta responder estas inquietudes, que tal vez comparta el lector.

La herencia: el mundo antes de América

Mientras que en América todavía existen tribus originarias —aunque minoritarias o encerradas en reservas— en Europa no subsiste ni una de ellas. Puede que lo más parecido que se pueda encontrar es la lengua y cultura vasca, pueblo que a pesar de todo ha abrazado la cultura occidental y no parece que les vaya nada mal. La cuestión es que la vida en Europa ha sido bastante trágica, igual o peor que en el resto del planeta. En Europa no quedan tribus ni pueblos viviendo en selvas o montañas, apartados del resto. Y es así porque sus culturas fueron completamente absorbidas por otras que vinieron después, desapareciendo así de la historia ¿Cuando, dónde y por qué empezó esto? ¿Es una característica de los «malvados» e imperialistas europeos? Es largo de contar, pero se puede decir que todo empezó en el Neolítico, cuando el paso a una cultura sedentaria hizo que los territorios fueran codiciados por su valor para el cultivo y el pasto, con todo lo que ello conllevaba. No es menos singular el hecho de que este cambio ocurriera dentro de una misma época geológica en todo el globo, sin que se existiera contacto conocido previo entre las distintas zonas.

América: herencia y legado

Expansión de la agricultura (Fuente: Wikipedia)

El paelontólogo español Juan Luis Arsuaga señala que el paso del ser humano de una forma de vida basada en la caza y la recolección a una sedentaria basada en la ganadería y el cultivo, no le ha beneficiado realmente como individuo. Lo que sí se puede observar es que este es tal vez el paso a la creación de los grandes imperios, fundamentados en la anexión de nuevos territorios como forma de existencia, algo que irremediablemente ha tenido siempre una fecha de caducidad en función de la época y de las circunstancias. Según pruebas recientes, se conoce con seguridad que unos pueblos del Cáucaso se expandieron por Europa, arrasando con lo que encontraban. La masa continental formada por África, Asia y Europa ha visto como en su seno han surgido primero la civilización Sumeria —colindante con la región del Cáucaso y considerada la creadora de la occidental— para continuar con, sin orden cronológico, Egipcios, Otomanos, Turcos, Fenicios, Cartagineses, Iberos, Celtas, Tartesios, Griegos, Romanos y alguno más que se habrá quedado en el tintero hasta que eso cambió con la llegada de las religiones monoteístas como la cristiana o la musulmana. En el continente americano no ha sido muy distinto en este sentido: aztecas, mayas e incas formaron imperios basados en un perfil muy similar a algunos de los mencionados. Estos imperios precolombinos consumieron los recursos disponibles hasta que fueron frenados por factores ambientales además de tal vez, otros límites tecnológicos —no conocían la rueda y no usaban monturas—. Hay sin embargo otros habitantes de la América precolombina que no llegaron a entran en este patrón como el pueblo Tlaxcalteca —que sufrió el imperialismo azteca— o las tribus nativas de Norteamérica, las cuales siguieron viviendo bajo la práctica de caza, recolección y nomadismo que había caracterizado a la especie humana hasta la llegada del neolítico. Actualmente, grupos étnicos como los quechuas o los aymaras, son reconocidos y defendidos paradójicamente,  por los mismos estados políticos formados por los que llegaron allende el océano.
«la raza humana se ha hecho dependiente de una actividad [la agricultura] que está matando al planeta [..] y también ha destruido la cultura humana. Es el comienzo del militarismo y de la esclavitud»
Lierre Keith ('El Mito Vegetariano')

El factor diferencial

¿Por qué las cosas ocurren de una manera y no de otra? Lo que es seguro es que tienen que ocurrir de alguna forma, por tanto, aunque parezca de perogrullo, lo que acaba ocurriendo es lo que tenía más probabilidades de que así fuera. Si los imperios se basan en su capacidad para anexionar territorios, por lógica, van a depender de cuan grande sea el terreno donde se desarrolle. Si le echamos un vistazo al mapa, resulta que Asia, África y Europa forman la masa terráquea continua más grande del planeta, mientras que América está aislada del resto en un continente dividido en dos. Este podría ser el factor que haya propiciado la profusión y desarrollo de los imperios y de sociedades más en una zona que en otra. Incluso dentro del propio continente americano se puede observar que los grandes imperios surgieron en las templadas y ricas tierras del sur y centro, mientras que en el frío y seco norte continuaron con el modo de vida nómada del neolítico. Igualmente, las diferencias entre África y Eurasia pueden deberse a la parcial dificultad en pasar de un continente a otro. De nuevo, intentar establecer las causas de por qué África quedó inicialmente apartada de la expansión occidental es un asunto que excede con mucho la intención del artículo, pero es muy probable que con el Imperio Musulmán establecido por el norte del continente hasta lo que hoy en día es Pakistán y disfrutando de su gran cantidad de recursos —coincidiendo actualmente con las zonas de mayor desertificación—, el mundo cristiano —es decir, Europa— sin recursos, padeciendo pestes y hambrunas, no le quedaba otra que rodear por completo África para llegar hasta la India y establecer rutas comerciales seguras, hazaña protagonizada por Portugal. Como sabemos, España quiso mejorar lo logrado pensando que atravesando el Atlántico llegarían de manera directa al objetivo, pero lo que encontraron iba a cambiar por completo la Historia.

Encuentro con el pasado

Por lo visto hasta ahora, una vez el ser humano salió de su modo de vida nómada y descubrió el sedentarismo y la explotación de los territorios, no podía evitar caminar por una senda de autodestrucción basada en ciclos de conquista y expropiación, continuada por otras de sobrepoblación y escasez, lo que llevaba de nuevo al punto de partida hasta que se agotaban las posibilidades de expansión. Además, esto ocurría en la práctica totalidad de territorios del planeta, sin importar culturas, ni razas, ni etnias. Es decir, no existe el mito del «buen salvaje» ni del «imperialista europeo» salvo como una herramienta política moderna que instrumentaliza a las minorías y a los indefensos. En todo caso, lo que ha de existir es un replanteamiento de nuestro modo de vida y relación con el planeta. Si de algo sirvió la llegada de Europa a América es para enfrentar estas dos visiones, la antigua forma de vida del ser humano, más amable consigo mismo y con la naturaleza pero insuficiente para apaciguar nuestra ansia de conocimiento, y la nueva, desbordante de capacidades y posibilidades pero incapaz de la reflexión y del autocontrol. La historia de este encuentro de culturas, de razas y de épocas, es la historia del planeta Tierra. Hasta ese momento no había sido posible que el ser humano se viera a sí mismo, frente a frente, hasta que el llamado «viejo mundo» se encontró con el «nuevo», dispuesto a continuar con lo que se llevaba haciendo en todo el planeta desde hacía miles y miles de años ¿O tal vez había algo nuevo?

La nueva era

Sumeria, la Cultura Minoica y muchos otros pueblos y culturas desaparecieron o fueron absorbidas por otras, hasta que todo culminó en lo que griegos y romanos llegaron a construir. El Imperio Romano tenía una fecha de caducidad, como todos los imperios, y cuando le llegó el momento, una Europa que había olvidado sus antiguas creencias, que había olvidado vivir como antes, tuvo que aferrarse a lo que tenía. Y lo que había entonces era, por primera vez desde que el ser humano recuerde, una religión monoteísta. Un catolicismo que contuvo el caos dejado por el vacío del orden romano y que conservó el conocimiento grecolatino que alumbraría, siglos después, el Renacimiento y la Ilustración. La Iglesia Católica heredaba y continuaba así las instituciones caídas de Roma, que fueron incapaces de innovar, de cambiar de modo de vida, manteniéndose los imperios como referencia. Pero el hecho singular del monoteismo y de servir como fuente de autoridad para unas clases dirigentes que tuvieron que darle al pueblo algo —si bien no fue alimento para sus estómagos, tal vez lo fue para sus almas o lo más probable, es que no fuera más que placebo para sus mentes— obligó a cambiar imperceptiblemente el patrón con el que la humanidad había estado funcionando.
«La Edad Media realizó una curiosa combinación entre la diversidad y la unidad. La diversidad fue el nacimiento de las incipientes naciones... La unidad, o una determinada unidad, procedía de la religión cristiana, que se impuso en todas partes... esta religión reconocía la distinción entre clérigos y laicos, de manera que se puede decir que... señaló el nacimiento de una sociedad laica. ... Todo esto significa que la Edad Media fue el período en que apareció y se construyó Europa»
Jacques Le Goff, historiador
«El origen de esta visión del Medievo como una época óscura y supersticiosa se debe a "una mezcla de fanatismo de la Ilustración, odio al papado del protestantismo, anticlericalismo francés y esnobismo clasicista"»
Tim O'Neil, historiador y bloguero ateo

Las edades del ser humano

Las personas pasamos por distintas fases en nuestro crecimiento, tanto personal como físico. Lo que se desea destacar es que nuestros errores del pasado son, normalmente, una herramienta para configurar nuestro ser actual. Han tenido su utilidad, por arrepentidos o avergonzados que estemos y por mucho que pensemos en lo equivocados que estábamos. Por eso mismo, culpar a un adulto por la inexperiencia que tuvo cuando fue niño, resulta absurdo. Con la humanidad puede decirse algo parecido: los errores del pasado lo son, vistos desde la óptica actual, precisamente por poder verlos en perspectiva. Por haber evolucionado y aprendido de ellos. De esta manera, por inapropiada, abusiva, desfasada, anacrónica e infantil que pueda parecer la doctrina católica, en su momento de la Historia fue un factor que diferenció a las expansiones que el ser humano había estado realizando. El patrón de conquista, anexión de territorios, esclavización de la población y apropiación de los recursos era lo que el ser humano había estado haciendo —tan equivocada como tal vez, inevitablemente— desde el neolítico en todo el planeta, incluyendo a los grandes imperios de Sudamérica. No era a causa del catolicismo, sino al contrario, este fue el factor que lo contuvo y que posibilitó el paso hacia el mundo actual. Hacia el siguiente paso en la edad de la humanidad, una en la que nuevas herramientas de aprendizaje son necesarias porque las anteriores no sirven. La gran paradoja de esta situación es que muy probablemente fue la incoherencia de una iglesia cuya religión predica la igualdad y la fraternidad, mientras sus cúpulas dirigentes continuaban con el deseo atávico de expandirse como imperios, lo que provocó que poco a poco fuera enfrentando al pueblo contra ellas, cuya legitimidad auto-declarada como proveniente de Dios, cada vez tenía menos significado.

Un paso detrás de otro

Ni hacer las cosas bien le convierten a uno en mejor persona, ni equivocarse, en alguien detestable. Son aspectos distintos. El Imperio español en su momento no era ese personaje oscuro y violento como ahora se le quiere presentar, culpando al adulto por sus errores cometidos de niño. Más bien al contrario, con las ideas de la época, era un modelo a imitar. De alguna manera se constituyó como el continuador de la ética civil de Roma, un imperio que si bien no supo escapar de su propia destrucción como todos los imperios, aportó factores diferenciadores que han ayudado a la humanidad hacia la construcción de herramientas sociales y así, poder evolucionar. Los británicos, que envidiaban al nuevo imperio que se estaba creando, anhelaban los recursos que estaba consiguiendo y continuar con la inercia imperialista que existía. El mundo no conocía otra cosa, salvo volver de donde se venía, la vida nómada de cazadores recolectores, algo que nadie se planteaba mientras quedara un hueco de tierra por ocupar. La monarquía británica se debía enfrentar a un imperio en cuyo territorio «no se ponía el Sol». Si deseaban perdurar, debían superar a tan formidable oponente. Lo que ahora nos parece una locura melomaníaca era sin embargo la misma en esencia que impulsó la construcción de las grandes pirámides de Egipto. No era algo nuevo, era consustancial al ser humano desde que convirtió a los territorios y sus limitados y perecederos recursos, en bienes preciosos.
«Parece que las nieblas londinenses nos nublan el corazón y el entendimiento, mientras que la claridad de la soleada España le hace ver y oír mejor a Dios. Sus señorías deberían considerar la política de despoblación y exterminio ya que a todas luces la fe y la inteligencia española están construyendo, no como nosotros un imperio de muerte, sino una sociedad civilizada que finalmente terminará por imponerse como por mandato divino. España es la sabia Grecia, la imperial Roma, Inglaterra el corsario turco»
Erasmus Darwin (Inglaterra, 1731-1802), médico y filósofo; abuelo de Charles Darwin (The Collected Letters of Erasmus Darwin, Desmond King-Hele)
(pendiente de verificar)

El nuevo imperio

¿Por qué y cómo podía superar el Imperio británico al español? Gran Bretaña se movía en el fondo por las mismas ansías y necesidades de expansión que el resto de las dinastías medievales que tras la caída de Roma, pugnaban por sobrevivir. Así, comenzaron una carrera sin fin por los recursos, el oro y los territorios. Y llegado el momento, como anteriormente había ocurrido cuando un imperio se encontraba con otro, el de Gran Bretaña envió la mayor fuerza de combate que jamás se haya desplegado a enfrentarse en combate desigual, para acabar de una vez por todas con el Imperio español, a anexionar sus territorios, a expropiar sus recursos y a someter a la población nativa, a segregarla, a esclavizarla o a recluirla en reservas hasta hacerla desparecer de la vista, tal y como se hacía en sus territorios de Caribe y Norteamérica. Pero en Latinoamérica no ocurrió así porque los británicos no lograron imponerse. Esta batalla es la llamada de Cartagena de Indias, donde el Imperio británico protagonizó el mayor ridículo militar de la historia hasta el punto de que la gesta hispana fue borrada, literalmente eliminada de los libros y de la memoria historiográfica anglosajona. El resultado de todo esto fue que por primera vez, dos imperios enfrentados no lograban imponerse militarmente al contrario, manifestando una evidente incapacidad de lograrlo. En esta situación de empate técnico, los británicos prefirieron continuar el combate en otros ámbitos, hacer como si no existiera el Imperio español, creerse su propia superioridad a base de exagerar los defectos del contrario, inventándose para ello una Leyenda Negra que fue el primer ejercicio de propaganda usada como arma política.

La era de la convivencia

Los imperios español y británico convivieron durante algunos siglos, disputándose territorios y apoyando a los enemigos del bando contrario en guerras de sucesiones monárquicas y de independencias coloniales. Además de esta situación en la cual dos maneras de gestionar los recursos materiales y humanos convivían frente a frente, en continua disputa, se añadía la comentada de convivir con el pasado nómada y de imperios incipientes y frustrados. Pasado, presente y futuro convivían juntos, por primera vez en la historia de nuestra especie ¿Cómo se llegó a esta situación?

Presente y futuro

El empate técnico en lo militar entre las grandes potencias de la época trasladaron el enfrentamiento a los ámbitos económico, cultural y político. Ahora ya no se trataba de regiones relativamente pequeñas, ahora estaba en disputa el dominio en el mundo entero. Si ya las victorias militares en el pasado no eran suficiente para derrotar imperios, en aquel momento y en lo sucesivo, lo iban a ser menos. La historiografía anglosajona, al igual que otras marcadas por nacionalismos, buscaba con afán sucesos históricos como puntos de inflexión para apoyar la creación de mitologías inventadas. En este caso, se ha usado hasta la saciedad la derrota de la Armada Invencible como el inicio de la supremacía británica y el fin de la hispana, pero analizado más objetivamente, esto no ocurrió hasta al menos la derrota en Trafalgar, bajo mando francés. Aún así, el fin del imperio hispano se suele fijar en la guerra con EEUU, inventada por el país norteamericano aprovechando la excusa que mejor les vino, práctica en la que con el paso del tiempo se convertirían en unos maestros. La ironía de la historia es que ni Cuba ni Filipinas ganaron nada, más que cambiar un yugo por otro no mejor.

Con el pasado

En la antiguedad, la esclavización, la violación y el saqueo eran práctica habitual en las conquistas militares. Los pueblos vencidos apenas subsistían culturalmente. Con Roma las anexiones cambiaron ligeramente al existir la posibilidad de ser asimilados los pueblos a su organización política, basada en los fundamentos de ciudadanía heredados de Grecia. Aún así, apenas quedan vestigios de aquellas sociedades a pesar de su riqueza cultural. Este patrón en parte se repitió en la conquista americana, sin embargo, la existencia hoy en día de pueblos originarios con su lengua y cultura es prueba de la influencia de ciertos límites y cambios de proceder. Estas diferencias de actitud, de señales de madurez socio-cultural, se podían observar en contraste con las de los nativos, que representaban el pasado de la especie humana. Varios son los casos que pueden servir de ejemplo demostrativo de la existencia de estos límites internos incipientes en la cultura occidental, que son los que permiten hoy en día la discrepancia y discusión sobre estos y otros temas conflictivos:
  • Algunas personas críticas con el papel de España en la colonización americana pretenden poner al mismo nivel la práctica de sacrificios humanos en las culturas precolombinas con la quema de brujas y herejes en la hoguera, también habituales en aquella época en este lado del océano. Siendo en ambos casos igualmente bárbaros, inhumanos e incivilizados, en el caso americano los sacrificios eran elegidos a capricho de manera indiscriminada, mientras que en Europa eran casos concretos decididos por unos tribunales sujetos a ciertas reglas, normas que por arbitrarias que fueran la mayoría de las veces, acabarían posibilitando posterior y afortunadamente, su desaparición, sin necesidad que viniera nadie de fuera a eliminarlos.
  • Cuestionar la autoridad en una época anterior hubiera ocasionado con gran probabilidad acabar con la cabeza cortada y puesta en una pica. Sin embargo, el fraile dominico Bartolome de las Casas tuvo el coraje de denunciar lo que hasta aquel momento de la historia era habitual pero contradecía los principios filosóficos y humanistas que emanan de la creencia que la institución eclesiástica a la que pertenecía, decía defender, pero con la que no se correspondía en la práctica. Es decir, la inercia imperialista y conquistadora se veía limitada, aunque no frenada, por la que en teoría era la principal motivación para hacerla que era la evangelización. La paradoja, nuevamente, es que estas criticas fueron más y mejor usadas por el oponente que a los que iban dirigidas, a pesar de que aquel cometía las mismas atrocidades en su terreno.
  • Lo que la historia dice, a pesar de todo, es que desde el poder surgían, por primera vez en la historia de nuestro deambular por este planeta, intentos de frenar lo que un instinto humano anacrónico creado en épocas de extrema escasez, volvía a manifestar. Isabel la Católica, reina de Castilla y máxima autoridad en aquel momento de la expansión amerciana, promulgo una Real Provisión en la que, explícita y literalmente, prohibía la esclavitud, algo que en los EEUU no ocurriría hasta varios siglos después. Claro es que como toda ley, no fue acatada de manera inmediata ni mucho menos, precisa. Aquí es donde tal vez resida el mayor pecado de los que entonces desembarcaron en América, seres poco ilustrados, acostumbrados a un ambiente duro, austero, feudal y autoritario, que aprovecharon para descargar en los poco preparados nativos sus penas y frustraciones. La legitimidad de las autoridades para hacer cumplir sus leyes sin la amenaza de castigo, fue otra de las asignaturas que el mundo hispano todavía no ha aprobado.
España fue el primer Imperio en reconocer la humanidad y los derechos de los indios y prohibir su esclavitud.
Jean Dumont (2009). El amanecer de los derechos del hombre : la controversia de Valladolid
En medio de la sensibilidad que los latinoamericanos hemos desarrollado ante el genocidio de las empresas conquistadoras y coloniales españolas, causa cierta perplejidad encontrarse que la España avasalladora, ordenara desde su poder supremo e inmenso y como señaló Lewis Hanke, «en el cenit de su gloria», la suspensión de sus conquistas para que se decidiera si eran justas o no, el 16 de abril de 1550
Carlos Vladimir Zambrano, Profesor Universidad Nacional de Colombia
  • Otros ejemplos que podrían añadirse serían por una parte el de la Constitución de Cádiz de 1812, ya en el S.XIX, poco después de deshacerse de los franceses. Esta constitución pionera fue, un siglo antes de la Commonwealth británica, un proyecto de formación de estado global en el que todos los hispanos de ambos hemisferios se constituían como ciudadanos de pleno derecho. Algo más tarde en el mismo siglo, en la Primera República Española, Cuba y Puerto Rico dejaban de ser ya de las pocas colonias que quedaban y pasaban a formar parte de la organización territorial española, exactamente con el mismo rango al resto de territorios. Tal vez la carencia de una relación fluida de la autoridad con el pueblo, ocasionó que no se supieran moderar las posibilidades que la nueva constitución republicana les ofrecía. El resultado fue el paso efímero por la historia de aquel primer intento. Lo mismo podría decirse de los países hispanoamericanos: poder formar parte de un proyecto global no interesó, pero ese deseo justo de descentralizar un poder tanto tiempo sujeto y ofrecerlo, provocó que fuera arrebatado de súbito. ¿Que hubiera estado más cerca del sueño de Simón Bolivar, el gran Libertador, unos estados hispanos unidos o los actuales países disgregados y muchas veces enfrentados? La historia juzgará.

El legado: desde entonces hasta ahora

¿Qué idioma se usa en el ámbito científico, en la industria o en el mundo tecnológico? ¿Cuál es el idioma más hablado internacionalmente? ¿Quién tiene más peso en las decisiones geopolíticas? ¿Qué cultura tiene más influencia? Ciertamente, Gran Bretaña no es ya ningún imperio, pero se puede decir que unida a otros países afines culturalmente como Estados Unidos —Canadá, Australia, Nueva Zelanda, etc.— a los que se podrían añadir los protestantes —Holanda, Alemania o Dinamarca— dominan la ciencia, la cultura, la economía y la industria mundial. Políticamente pueden ponerse a su lado Rusia o China —Japón, Corea—, pero en cualquier caso, el mundo hispano ha pasado a ser un completo segundón en casi todos los ámbitos.
El momento en el que esto ocurrió puede que no sea posible localizarlo en un tiempo o lugar concreto, por un lado por estar fuera de las posibilidades de este artículo y por otro, porque seguramente fue ocurriendo poco a poco, de manera dilatada en el tiempo. Un lento proceso que si bien fue inadvertido por ambas partes, en el caso de Gran Bretaña, una nación con ínfulas pero a la sombra del primer imperio global de la historia, la impaciencia porque le llegara el momento de superar a la entonces todopoderosa España, le otorgó la suficiente consciencia de lo que ocurría de manera que supo aprovechar las oportunidades que le surgían. Para exponer mejor esta situación y por comparación con otros casos similares vividos de cerca, partamos de las siguientes premisas en la que existen dos bandos enfrentados:
  1. La autocrítica se vuelve extraordinariamente difícil
  2. Se produce un incremento en el dogmatismo como consecuencia del punto anterior
  3. Uso sectario de los medios —logísticos, informativos, etc.— para que los hechos reales u objetivos se adapten a la conveniencia de los puntos anteriores.
Si bien ambos lados del enfrentamiento heredaban la clásica estructura de mando imperial, jerarquizada y autoritaria, cada bando se enfrentó de diferente manera en función de sus distintos puntos de partida, a la nueva situación que nuestra especie experimentaba:

Gran Bretaña

El imperio anglosajón era en su momento, igual de cruel y autoritario que el español, o más. Así mismo, los niveles de dogmatismo —político y religioso— alcanzaron niveles similares —sin ir más lejos, sigue siendo unos de los pocos estados confesionales democráticos que existen— así como el uso sectario de los medios, en el que los anglosajones alcanzaron una práctica notable —leyendas negras, barcos auto-hundidos, armas de destrucción masiva, este tipo de cosas—. Sin embargo, así como el español estaba en el cenit de su poder y no deseaba cambiar nada —el catolicismo se asumía como una religión absoluta y verdadera, de manera que con ella se «sabía» todo lo necesario—, el británico tenía justamente la motivación contraria: necesitaba cambiar para superarle, y además, debía justificar dichos cambios. Este ansia por alcanzar los logros del Imperio español, esta competitividad, es la que impulsó al británico a probar con algo nuevo.
Tal vez sea necesario detenerse en este punto ya que la mayor complicación para entender el pasado, es que lo hacemos mirando con los ojos del presente. Pero si lo hiciéramos con la mentalidad de entonces, la actual perspectiva con la que se diferencian los mundos anglosajón e hispano era opuesta a la que ahora se conoce: España era la gloria, la excelencia a la que el resto del mundo aspiraba. Movidos por esta envidia, la jerarquía británica tomó una decisión arriesgada desde la perspectiva del poder, que fue perder parte de su protagonismo, introduciendo la meritocracia en su sistema social. En cualquier caso, movido por las mismas ansias de expansión y conquista que cualquier otro imperio habido anterior y posteriormente hasta incluso nuestros días. Los que participaron en la ocupación del continente americano por parte anglosajona, cometieron o practicaron, según se vea, los mismos o peores actos que cualquier otro. Es decir, como se ha venido repitiendo: esclavización, aniquilación y por último, segregación racial y sometimiento de la población nativa recluyéndola en reservas ¿Qué más ha hecho el mundo anglosajón desde entonces? Hagamos un pequeño resumen:
  • Tras el Acta de Supremacía de la corona británica por la que se escindía de la Iglesia Católica, las ejecuciones por motivos religiosos eran algo común en Gran Bretaña. El problema es que no hay una versión única y suficientemente objetiva de aquellos hechos. Pero lo que sí se puede afirmar con rotundidad es que en el mundo protestante —en el que se incluirían otros países como Alemania y Países Bajos— el rechazo e incluso odio hacía la religión católica acabó en la persecución de los practicantes de esta fe cristiana, debiendo ocultarse y permanecer en la clandestinidad.
  • Mientras que la Inquisición Española fue la primera en detener las ejecuciones por herejía, no ocurría así en el resto de Europa, dándose el paradójico caso de Miguel Servet, un científico y filosofo español que murió ejecutado en Ginebra por no renunciar a su libertad de opinión sobre algunos temas en los que discrepaba con las versiones «oficiales».
  • Esta rivalidad ha llevado a ambos bandos a una creencia dogmática en la superioridad moral de cada uno sobre el adversario. En el caso que nos ocupa:
    • El famoso científico y matemático Alan Turin fue procesado y castrado químicamente por su homosexualidad, circunstancia de la que hasta hace bien poco no ha habido una disculpa, en este caso de la máxima autoridad.
    • El pretendido carácter «sublime» de su cultura y etnia es el germen de la segregación racial —como el apartheid en Sudáfrica o el KKK en EEUU— y en concreto, de las ideas eugenésicas de mejora racial que en Alemania dieron paso al nazismo.
    • Imperialismo, colonialismo y expropiación cultural en India, Egipto y otros países africanos, cuyos problemas continúan vigentes en nuestros días.
    • Intervención unilateral en oriente medio con Israel y Palestina, provocando un conflicto que ha incendiado social, política y militarmente la zona y cuya solución se ha vuelto enormemente complicada, cuyas consecuencias salpican al mundo entero. 
Antes de condenar la corrupción y la rudeza de los demás, quizás deberíamos recordar que el acto del imperialismo en sí mismo puede verse como una grosería arrogante e interesada en una escala global.
Alan Lester para The Conversation

Ante semejante panorama cabe preguntarse cómo es posible que el mundo anglosajón disfrute a pesar de todo de tanta aceptación y domine actualmente la cultura y política internacional. La explicación una vez más puede que esté fuera del alcance de este artículo, pero la necesidad de introducir la meritocracia en su sistema a buen seguro tuvieron algo que ver:  la jerarquía política, la responsable de encaminar y dirigir la sociedad, tenía la necesidad de contar con todos y cada uno de sus miembros, súbditos o ciudadanos, de manera que todo aquel que tuviera algo que aportar era bienvenido, independientemente de su ascendencia o clase social. El mundo anglosajón y protestante ha alabado el esfuerzo y el trabajo, ha fomentado el cultivo intelectual de su sociedad desde temprano, ha respetado a los miembros de sus colectivos dándoles relevancia, autonomía y participación política, y les ha valorado de manera mucho más justa. Como resultado, ha logrado que la democracia de Gran Bretaña sea la más antigua del mundo, sin rupturas, sin revoluciones, ni guerras civiles. Es tal vez el único país que se ha construido socialmente desde arriba, gracias a responder adecuadamente a la presión de las circunstancias. Las clases dirigentes han dado el necesario protagonismo e independencia a los miembros de su sociedad, aceptando piratas y contrabandistas como parte de las élites, porque eran los mejores en lo que hacía falta. Por este motivo no tienen constitución escrita, usan las unidades de medida que el pueblo ha usado siempre, no hay academias lingüísticas que establezcan regulaciones en la manera en cómo el pueblo habla. En definitiva, la legitimidad y autoridad ha sido aceptada, existiendo una conexión entre gobernantes y gobernados que en pocos lugares existe. Aunque se ha equivocado en aspectos como los prejuicios raciales o su intervención en oriente medio, y continúa equivocándose en muchos otros aspectos, estos errores no son atribuidos a castas políticas privilegiadas inmerecidamente según sus propios valores, sino que son asumidos y reconducidos por sus propios mecanismos internos. En definitiva, la sociedad responde con una implicación en la marcha de sus proyectos como colectivo, mucho mayor que en el mundo hispano.
A veces se dan estos accidentes históricos: unas veces unos intrépidos navegantes prueban a explorar rutas nuevas por necesidades económicas, y se encuentran con un continente desconocido. Otras, transmiten de manera inadvertida enfermedades contagiosas para las que la población local no tiene defensas, causando una gran mortandad a pesar de poner todos los medios posibles para impedirlo. En aquel momento, movidos por las pocas edificantes ansias de poder, el mundo anglosajón iba a cambiar siglos después, el paradigma social y político.

España

El caso español era sensiblemente distinto del británico, pero no por ninguna debilidad o defecto intrínseco a la cultura latino-mediterránea —nada que en aquel momento se pudiera ser consciente, claro—. Como se ha comentado, por raro que ahora nos parezca, España era entonces el referente, el modelo de éxito, el primero que había logrado establecerse y asentarse en otro continente y fundar un imperio global, el primero con la suficiente capacidad tecnológica y logística como para llevar recursos suficientes a la otra parte del océano y una vez allí, poder hacer uso de ellos al servicio de su Imperio. El español estaba en la cúspide del poder, de manera que —y esto seguro que nos parece más cercano a la actualidad— emborrachados de éxito pero temerosos de perder su posición privilegiada, cuestionar la autoridad era algo cercano a un acto de traición. Como consecuencia, el dogmatismo y la ceguera política se apropiaron de sus dirigentes.
Aunque con las actuales varas de medir nos resulten claramente insuficientes —como no podía ser de otra manera—, lo cierto es que el encuentro de culturas en América significó un antes y después en la historia de la especie humana, cuya importancia no consistió en el nivel desempeñado, sino precisamente en marcar el inicio de lo que siglos después se convertiría en los Derechos Humanos. Estos logros —prohibición de la esclavitud, fin de la inquisición, aplicación de criterios racionales— se alcanzaron gracias a la intervención de ciertas autoridades, haciendo uso de la propia filosofía que emanaba de la religión que les encumbraba al poder, y gracias a señalar la evidente incoherencia entre esta y lo que se estaba haciendo sobre el terreno. Pero —y esta sería una clave que marcaría la diferencia— estos incipientes avances no hacían referencia a la gestión de los propios recursos humanos. No afectaban a la forma de auto-organizarse social y jerárquicamente. La autoridad no se veía menoscabada ni afectada en sus privilegios o prerrogativas, simplemente se optó por una condescendencia con el débil y el indefenso, para que la evangelización pudiera legitimarse y seguir su curso sin enfrentarse a mayores incoherencias.
El destino de los españoles, en todos los países del mundo, es participar en las mezclas de sangres.
Denis Diderot
Resulta paradójico que mientras el Imperio anglosajón y sus aliados contra el catolicismo no tenían la más mínima intención de proteger como iguales a otras razas y etnias que han considerado inferiores hasta hace bien poco, el Imperio español, preocupado en definitiva por la integración de otros pueblos en la estructura social del catolicismo, haya sucumbido frente a esos mismos que se han mostrado más despiadados e insensibles. ¿Cómo ocurrió esto? ¿Qué es lo que ocasionó que aquel imperio global y envidiado sea, no solo superado, sino objeto de constantes críticas?
Por un lado, porque la situación superaba con creces la capacidad de cualquier pueblo, nación o estado político. Ahora ya no se trataba de conquistar a tu vecino, se trataba de algo mucho más grande, algo que transcendía los conceptos culturales, geográficos, históricos y étnicos que hasta ese momento —incluso aun hoy en día— se discutían. Y por otro, porque por mínima que fuera la capacidad de autocrítica manifestada por el Imperio español cuando decidió pararse a considerar lo que estaban haciendo, fue interpretada como un signo de debilidad por el contrario. A partir de entonces, el mundo anglosajón y protestante se dedicó a la misión de exagerar los defectos de una cultura señalados por ella misma. Es decir, la autocrítica se interpretaba como la evidencia de una carencia de legitimidad que, sin embargo, el mundo anglosajón creía poseer para cometer los mismos o peores actos. Paulatinamente, el mundo hispano se anclaba y estancaba en su posición, incapaz de asumir los logros del contrario y corregir los errores propios, ignorando lo perdido y soñando cada vez más en glorias pasadas. Se iniciaba tal vez así, el famoso complejo de inferioridad hispano, una auto-profecía que ha permitido que un Imperio haya desbancado a otro, más por sus propios defectos que por las virtudes del otro.
El anglosajón, visto que por lo militar no fue capaz de doblegar al contrincante en su momento, sacaba provecho de cada ventaja que le surgía en cualquier ámbito por intrascendente que pareciese, exagerando hechos y defectos del contrario, mientras que iba reescribiendo la historia para ponerse ellos como los «chicos buenos», ante la inoperancia hispana. Finalmente, el mundo anglosajón y protestante ya no necesita usar de leyendas negras para demostrar su superioridad. Esta es evidente al menos en lo cultural y político, ya que en lo ético, ni lo fue entonces ni lo es ahora. El problema de los actuales juicios contra el legado hispano es que por un lado, provienen en su mayoría de su propio ámbito. Y por otro lado y más importante, es que la leyenda negra no es que sea falsa, sino que no dice toda la verdad. Y no hay peor mentira que una verdad a medias.

América: herencia y legado

Enfrentamiento entre una revuelta de esclavos y soldados coloniales en la Guayana Británica.Shutterstock


El futuro y sus retos

La especie humana lleva varios miles de años caminando sobre este planeta sin encontrar un camino libre de intolerancia, guerra y destrucción del medio ambiente. Dando tumbos, movidos por los mismos instintos primitivos de miedo al diferente y protección del territorio, e incapaces de encontrar el equilibrio. El mundo anglosajón ha sabido gestionar internamente sus recursos humanos, sin embargo, hasta bien entrado el Siglo XX ha sido un nido de racistas y segregacionistas. Incluso hoy en día, los máximos exponentes de lo anglosajón tienen a alguien como Donald Trump que propone muros para dividir, o el nuevo primer ministro británico Boris Johnson, decidido a consumar un Brexit resultado de un referéndum manipulado y con la xenofobia como una de las motivaciones que más suenan de fondo. Según algunos especialistas, el británico ha sido un imperio disgregador y destructor de sociedades mientras que el hispano por el contrario, ha sido integrador de culturas. El británico ha usado a sus colonias como fuente de recursos, apartando a los nativos, eliminándolos o recluyéndolos en reservas, segregándolos. La gran paradoja es que mientras el mundo hispano aumentaba su complejo de inferioridad autoprofético, se consumía paulatinamente mientras el británico y sus compañeros han ocupado el resto de planeta que quedaba, haciendo lo mismo que el hispano admitió hacer y cesó en su empeño. Gran Bretaña y EEUU, al frente del «mundo occidental», han ocupado y explotado el continente africano, apoyando a dictaduras que han esclavizado a sus habitantes para explotar sus recursos y sostener el «modo de vida» de occidente. De la misma manera, latinoamérica vive en una eterna inestabilidad con revueltas, golpes de estado y crisis económicas, planificadas desde despachos del gran vecino gringo del norte.

La paradoja americana

Volviendo a lo planteado al inicio del artículo, hay que preguntarse por qué EEUU es hoy la gran potencia que es, de manera que se permite alterar la vida política del resto de países del continente y de Europa, prácticamente a su antojo. La única respuesta posible es que de todas las colonias que tuvo el Imperio británico, esta es la única que logró independizarse y formar un formidable país uniendo los en un principio, disgregados estados. La jugada les salió bien, es algo que ahora pueden decir, pero en su momento no había nada claro. De hecho, la independencia se logró para disfrutar de pleno poder sin injerencia del yugo británico, gracias en una gran parte a la ayuda del mismísimo Imperio español, el contrincante, otra de las facetas que no es recordada lo que se debería.
La paradoja se vuelve especialmente retorcida cuando parte del problema que se padece en latinoamérica es causada, no únicamente por esa supuesta mediocridad hispana heredada, sino por la interferencia de los que en su momento necesitaron ayuda para ser lo que son hoy en día. España ayudó a EEUU a independizarse, pero no pudo evitar que sus colonias hicieran lo propio apoyadas también por el enemigo británico. Pero mientras que EEUU apostaba a caballo ganador y se aliaba con la que fuera su opresora Gran Bretaña, el mundo latinoamericano y sus dirigentes actuales —herederos de aquellos que gobernaban las colonias cuyos padres nacieron al otro lado del océano, pero quisieron independizarse de su rey para gozar del poder completo—, decidieron aprovecharse de la presa fácil y acomplejada en la que España se ha ido convirtiendo con el paso de los siglos para continuar en el poder. La «mediocridad hispana» pues, no fue algo heredado sino algo construido siglo a siglo una vez lograda la independencia, tras la cual en lugar de olvidar el pasado y evolucionar, la estrategia, fácil pero igualmente inútil salvo para eludir responsabilidades y convencer a ignorantes, ha sido la de continuar culpando de sus problemas a sus antiguos jefes sin importar cuanto tiempo pase.

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