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Amigos de pesca

Publicado el 20 junio 2010 por Josep2010

Amigos de pesca
Que cumplidos setenta y cuatro años a uno le apetezca sobremanera explayarse loando las bondades del sitio donde nació no es precisamente una excepción sino más bien la constatación que, a menudo, el paso del tiempo dulcifica la memoria y otorga una benevolencia y misericordia que pueden complacer a unos y otros, aunque como en el tópico relativo a los pescadores, las piezas cobradas varían de tamaño según quien relate la hazaña; quizás aquella circunstancia vital no fuera en la realidad tan halagüeña y no encajara tan bien en la pequeña historia que el veterano se dispone a contar, pero...
Cuentistas de avanzada edad hay muchos y pocos son los que saben evitar la batallita reiterativa y convertir sus recuerdos y sensaciones en un relato interesante para sus escuchantes, presa su atención por el qué y el cómo, pues el donde radica en aquel lugar de la memoria en el que los sueños toman cuerpo...

Robert Altman nació en Kansas City, Missouri; sureño pues, alma de blues amante de la vida y socarrón sempiterno, se aprestó pasada holgadamente la setentena, a demostrar por una parte que su pulso seguía firme y que en Missouri ese pulso vital latía a otro ritmo: ni mejor ni peor:distinto.
Altman se basó en una historia al parecer ideada por Anne Rapp que nos presenta una serie de hechos acontecidos en el pueblo de Holly Springs para recrear un microcosmos que aunque forzosamente no debe guardar estrecha relación con sus propios orígenes de hombre nacido en el Sur, probablemente ofrezca tipologías utópicas y deseables.
Como ya ocurre en una película anterior suya, el título elegido por Al
Amigos de pescatman para esta película, Cookie's Fortune (1999), es una muestra de ambigüedad clarísima, porque podría traducirse como La Fortuna de Cookie, pero también como Las Galletas de la Suerte, y, siendo ambas traducciones bien distintas de significado, vendrían a coincidir en la misma intencionalidad del astuto cineasta que apunta alto adrede para no herir a nadie con su tiro.

Porque Altman, sin dejar de señalar algún comportamiento humano criticable, construye una fábula amable con unos personajes que acaban por hacérsenos entrañables como queridos amigos que son entre sí: uno, cuando ve tranquilamente la película, tiene la sensación de asistir al encuentro de buenas gentes que le reciben bien y le invitan a entrar en sus casas, compartir sus secretos, llorar por sus penas y alegrarse por su fortuna, porque el viejo Altman sabe qué teclas debe tocar, que fibras pulsar, para que el espectador se identifique y empatice con los personajes que viven en la pantalla.
La trama, en la que Altman seguramente tuvo más intervención que la declarada en los títulos de crédito, versa sobre la confusión generada por el suicidio de una anciana, Jewel Mae "Cookie" Orcutt que es ocultado y transformado en asesinato por sus sobrinas Camille Dixon y Cora Duvall, con la inesperada consecuencia de la acusación sobre Willis Richland porque sus huellas son halladas en el revólver usado por tía Cookie para reunirse con su añorado difunto esposo Buck.
Nadie en todo el pueblo de Holly Springs, ninguno de sus habitantes, cree ni por un momento que Willis haya podido matar a tía Cookie, porque Willis es un buen tipo y todos saben que adoraba a tía Cookie, a la que cuidaba como un hijo. Vale que Willis tiene una cierta afición al wiskey Wild Turkey y que alguna noche birla un botellín en el bar de Theo, pero como el mismo Theo dice a su estrella del blues Josie, Willis devuelve a la mañana siguiente un botellín nuevo y entonces, Willis está en paz.
El espectador sabe que Willis es inocente porque ha visto a tía Cookie redactar una nota de despedida y pegarse un tiro: y sabe que habrá complicaciones cuando Camille se traga la nota de despedida y manipula el revólver tirándolo en el jardín, aunque sabe, también, que hay un testigo oculto.
Altman nos presenta pues una historia de falso culpable que no se parece en nada a cualquier otra, ya que el acusado da con sus huesos en la cárcel de inmediato, conducido por evidencias físicas y por el protocolo que siguen a rajatabla unos oficiales de la policía local que también tienen sus peculiaridades: el más veterano, Lester, sabe que Willis no ha sido el asesino "porque pesco con él", una forma de asegurar su amistad; amistad que comporta que Willis esté en su celda con la puerta abierta en todo momento, porque todos saben que no intentará escaparse.
A través de esa puerta abierta, símbolo de la amistad y confianza, se cuela Emma Duvall, la hija de Cora, que, al ser requerida para que se vaya, solicita que la detengan asegurando ser una delincuente, pues debe 254 dólares en multas por aparcar donde le da la gana, sin que ninguno de los agentes del sheriff se haya dignado jamás a pararla: al igual que con Willis, la policía sigue el reglamento, pero no ejecuta: cuando Jack, el único Abogado del pueblo, le pregunta a Willis si le han leído sus derechos, la respuesta es diáfana y clarificadora:
Sí y me han dado café y la Revista del Pescador, pero me falta concentración para leer.

Este panorama es observado con ojos incrédulos por el guapo detective Otis Tucker que ha llegado procedente de la capital del condado para iniciar las pesquisas teóricamente conducentes a la resolución del misterio, porque nadie se cree que Willis haya matado a tía Cookie y alguien ha debido matarla, pues el suicidio se descarta al hallarse el arma en el jardín, donde Camille lo dejó.
A todas éstas, Camille se dedica en cuerpo y alma a dirigir su versión de teatro aficionado de la obra Salomé, de Oscar Wilde, en la que participan prácticamente todos: el joven Jason, que ahora es policía, se apuntó al teatro para ligarse a Emma, pero ella está en los calabozos, durmiendo en la celda de Willis: cuando Jason vuelva al trabajo, de madrugada, ambos se encerrarán en un cuartucho para copular ruidosamente: es un amor físico, animal, apasionado y repentino.
Altman se toma todo el tiempo del mundo en filmar una historia que se detiene en múltiples detalles que configuran una forma de entender la vida muy sencilla, sin demasiado estrés: por ejemplo, cuando Otis procede a interrogar a Josie, ésta se pone a flirtear con el detective descaradamente y de inmediato la agente local, Wanda, que se cuida de grabar las entrevistas, se entromete, también flirteando, ante los ojos atónitos del detective venido de la ciudad, que no entiende nada. El humor sobrevuela la historia policial porque esa investigación sabemos que no puede acabar como empezó: no sería justo que Willis diera con sus huesos en la cárcel, en serio, de verdad, con la puerta cerrada, porque es un tipo que poco a poco, se nos va haciendo más cercano.
El ritmo cinematográfico empleado por Altman es lo más lejano a cualquier thriller y la planificación no busca crear tensión en modo alguno: la historia detectivesca, la trama del falso culpable, el aparente motivo de la película, no le importa para nada al director, que se ocupa de lo que realmente le interesa: un mosaico de caracteres únicos, personalidades muy especiales, a las que permite desarrollarse sin prisas pero sin pausas: Altman nos cuenta una historia con todo lujo de detalles descriptivos y tal como ocurre en la literatura, ello lleva su tiempo, porque los diálogos están muy bien escritos y las frases tienen el sentido preciso para que conozcamos la psicología de los personajes, pero, además, sus acciones, sus gestos, enfatizan tanto su ser propio como su interrelación con los demás y ello es importante, porque, en definitiva, ese grupo de personas constituye una pequeña comunidad con una forma de entender la vida muy propia, que coincidirá o no con la realidad del bello pueblo de Holly Springs que sirve de escenario natural, pero que, evidentemente, para Altman debió constituirse en idílica referencia a sus orígenes sureños.
Altman retrata a sus actores con mucho cariño y les deja aire: no parece que les haya dado prisas a la hora de incorporar con autenticidad esa indolencia que se presupone siempre en las gentes del sur, esas pocas ganas de precipitarse, con una fatalidad predispuesta a aceptar que, aunque la situación parece mala, tampoco las prisas ayudarán a resolverla favorablemente y lo cierto es que la trama presentada, con giros inesperados que redondearán el conjunto, al fin llegará a su punto y todos podrán, de nuevo, disfrutar de una buena tarde de pesca, como siempre han hecho.
Los intérpretes ofrecen una respuesta más que digna y consiguen hacer creíbles esos caracteres utópicos, esas buenas gentes que hemos visto vivir en la pantalla, consiguiendo que simpaticemos con ellos, porque su forma de hablar, de moverse, encaja perfectamente con la psicología de cada cual, dando marchamo de autenticidad a esa pequeña comunidad, ese pueblo sureño en el que el racismo no se hace evidente nunca, idílicamente recordado por el septuagenario Altman que nos ha prendido la atención durante casi dos horas explicándonos una fábula que nace de su corazón y memoria.
Una película imperdible para el cinéfilo amante de las historias bien contadas, con sentido del ritmo adecuado a la narración y dotadas de buen humor.


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