Amilcar Figueroa creó la editorial Trinchera hace una década, aunque el gusto por la edición comenzó en 1976, cuando Kléber Ramírez Rojas le encargó que se ocupara de la culminación del libro Después del túnel, de Diego Salazar Luongo. Este había sido impreso en la imprenta Sorocaima, de Luben Petkoff, pero un trabajo comercial hizo que se estancara el libro sobre la fuga del San Carlos y terminaron trasladando los pliegos al taller de Agustín Catalá, en donde se involucró con el personal en la encuadernación y le entró el gusanito por la producción editorial.
Nacido en El Pilar, Sucre, su infancia y adolescencia transcurrieron entre Río Caribe y Carúpano donde militó en la Juventud Comunista de Venezuela. En 1972 llega a Caracas y el Partido de la Revolución de Venezuela (PRV) lo envía para Mérida. Buena parte de su vida política, que en esencia es su vida, “ha tenido que ser en silencio” involucrado, primero, con la creación de la editorial Abrebrecha (1989-1993) y luego la Editorial Los Heraldos Negros (1994-2000), que los recuerda como “tropiezos económicos”, que unido al vendaval Hugo Chávez, le dieron una experiencia y empecinamiento, que con los nuevos tiempos y dificultades de la realidad económica presente, sin apartarse del libro impreso, la editorial Trinchera comienza a incursionar con el libro digital.
—De Abrebrecha a Trinchera, ¿qué ha cambiado?
—Si algo me ha preocupado desde hace mucho tiempo es la necesidad del conocimiento teórico para empujar la revolución. Si bien hay gentes que subestiman el papel de la teoría, yo estoy persuadido de que, si un grupo numeroso de la población no se apropia de la teoría revolucionaria y no tiene herramientas políticas y teóricas para entender los procesos históricos y de transformación, difícilmente el proceso podrá avanzar con la celeridad que a veces las situaciones reclaman. En un momento de muchas dificultades como el presente, es válido ajustarse al tema de las correlaciones de fuerzas, pero siempre y cuando se tenga bien presente el horizonte estratégico. Eso no quiere decir que lo que uno haga, que es una pequeña cosita, va a resolver ese problema.
—¿Ese es tu “pequeño” aporte?
—En otros momentos he tenido una militancia práctica, pero en este momento fundamentalmente considero que es un pequeño aporte a la elevación, por un lado, del nivel cultural, y por el otro, a la consolidación del proyecto revolucionario, en tanto lo veo íntimamente relacionado al problema de las ideas.
—¿El proceso de ideas que confluyen en Trinchera tiene alguna correlación con el proceso actual de la Revolución bolivariana?
—No se pueden hacer cortes de los procesos, como cortes fotográficos. El proceso histórico es mucho más complejo. Los procesos no se desarrollan en líneas rectas, ascendentes, sino que tienen sus picos, de ímpetu revolucionario, lo que Chávez llamó “frenesí revolucionario”, y hay momentos en que baja un poco ese entusiasmo de la gente por la complejidad misma de las cosas. En ese primer auge revolucionario, el aumento de la lectura es impresionante, así como el de producción bibliográfica. Después hemos sido víctimas de una contraofensiva interna e internacional que es más fácil detectarla en términos económicos que en lo cultural.
La cultura imperial. Figueroa es licenciado en Historia (Universidad Central de Venezuela, 1985) y más de cinco lustros después, en la Universidad Militar de Venezuela, obtiene la especialización en Historia Militar de Venezuela. Es de hablar pausado, de tono bajo y con una sonrisa entre los labios. Como historiador y político ha plasmado su visión sobre el acontecer más reciente en los libros La Revolución Bolivariana: Nuevos Desafíos de una Creación Heroica (2007), Reforma o Revolución en Venezuela (2009) y Chávez: la permanente búsqueda creadora (2013). Sin embargo, el tema de la batalla cultural es su actual preocupación.
—¿Cómo ha sido la contraofensiva cultural?
—A través de la moneda. El proceso de dolarización de la sociedad tiene que ver con el manejo del fetiche ideológico que han inyectado en la población, que corre parejo con el individualismo, con el “sálvese quién pueda”, llegó hondo y tocó fondo hace algún rato. Si juntamos esfuerzos podemos tener una recuperación en sentido teórico y político del proceso.
—Sin embargo, el dólar ha permitido la circulación del “valor de cambio”.
—Todo confluye y tenemos que verlo como una totalidad. Se pensaba que la agresión imperialista se iba a manifestar en una agresión militar y fue mucho más complejo. No es que no hubo presiones militares, que las hubo, por eso insisto que es muy importante tener un horizonte estratégico. Si nosotros participamos en un proceso simple y llanamente por hacernos del gobierno o si lo que nos anima es la superación de la sociedad burguesa, que es el objetivo más a largo plazo, y si entendemos que el capitalismo en su etapa de senectud, lo que va a traer mucha más agresión contra la naturaleza, contra el trabajador asalariado en cuanto depreciación del salario, contra la vida misma, obviamente, tenemos que plantearnos la superación de esa sociedad. Por ello debemos alentar las búsquedas colectivas, porque la sociedad capitalista se basa en la exacerbación del individualismo que conduce a la búsqueda del lucro a como dé lugar y en términos rápidos, que conducen a fenómenos como la corrupción. Ese es un vicio movido por un valor capitalista que es la acumulación rápida y la superación individual frente al bienestar colectivo. Hemos sido víctimas de un ataque brutal del imperialismo, que a diferencia de apreciados compañeros que identifican al imperialismo solo al estadounidense y no lo ven como una fase o un momento del sistema capitalista, que también tiene metas estratégicas. No se trata solamente de sustituir a “x” por “y” o de sacar a un partido político, sino que, en última instancia, quieren erradicar los contenidos que levantó la Revolución bolivariana.
—¿Venezuela está aplicando “dos pasos atrás”?
—Estamos en el año bicentenario de Carabobo que simbólicamente es muy importante para nosotros y tenemos dos graves problemas: el litigio del Esequibo, que nos quieren despojar, en donde existe una gran riqueza natural y mineral; y el posicionamiento cultural de valores imperialistas en el país, que independientemente de lo que uno diga y de los esfuerzos que pueda hacer el Gobierno, es que un sector de la población mira hacia el imperio. Se puede visualizar con la corriente migratoria que se produjo, pero también en la presencia del dólar como moneda, que es el símbolo de intercambio promovido por el centro hegemónico del capitalismo, y que en algún momento fue el principal patrón de intercambio en el mundo, cosa que dejó ser, pero aquí no lo percibimos. En ese sentido, el imperialismo ganó un terreno que va a costar revertir. Cuando Hillary Clinton era candidata a la presidencia de Estados Unidos le preguntaron qué pensaba hacer frente a los fracasos de distintos gobiernos en sus intentos de derrocar la Revolución cubana. Ella respondió que no pensaba invadir militarmente, sino que iba a mandar una invasión de dólares, que eso supuestamente le iba a dar mejores resultados. Al final lo hicieron contra Venezuela con apoyo interno en la clase media que podemos ubicar entre 2010 al 2015, que tuvo un proceso de radicalización de derecha con comportamientos fascistas. Ese segmento asumió los valores de la cultura estadounidense, cultura que ha tenido en Venezuela una presencia importante a raíz de las exploraciones de los primeros campos petroleros. El presidente Nicolás Maduro cuando anunció la posibilidad de la creación de una cesta de divisas me pareció bastante interesante porque de la noche a la mañana no podemos tener una autarquía, con el agravante de que el mundo de hoy cada vez está más interconectado. Se ha contemplado las criptomonedas, pero se necesita mayor decisión para sacudirnos de esa manera de dominación político cultural, que se expresa mediante ese mecanismo económico.
La decadencia del sistema
—¿El capitalismo está en etapa de senectud?
—Las contradicciones del sistema-mundo actual son bastantes distintas a la de otros momentos. Estamos en una etapa de senectud, que lo plasmó bastante bien el intelectual argentino Jorge Bernstein, donde habla de que ya esta última crisis del capitalismo se diferencia de las anteriores, porque aquellas eran cíclicas, pero ésta, por el contrario, marca el inicio del declive histórico del sistema. Hay que verlo desde la perspectiva histórica, porque el sistema uno lo ve muy robusto, pero no está en la posibilidad de volver a florecer como en otros momentos, sino que empieza una decadencia recurrente. No hay elementos teóricos para establecer cuánto dure, pero hay signos muy contundentes, como lo acontecido en el epicentro del capitalismo durante las recientes elecciones y los sucesos posteriores en la capital estadounidense. El centro del capitalismo occidental está manifestando muchos problemas que empezaron con la pérdida de la hegemonía económica y se refleja en el declive de su propuesta política. Esto genera condiciones para pensar, ya no en abstracto, como una propuesta no muy lejana, en la posibilidad real de superar esta sociedad.
—Sin embargo, existe un sector de la sociedad venezolana que mantiene la ilusión de que Estados Unidos los va a salvar.
—Occidente ni siquiera ha tenido una postura coherente frente a fenómenos como la pandemia, que ha afectado a la humanidad. Si lo medimos por ahí, las respuestas más eficientes han estado en otros centros de desarrollo, también capitalistas, pero distintos al imperialismo occidental, que va destruyendo al mundo a su paso.
—¿A qué se debe que el progresismo prefiera apoyar los intereses de la hegemonía política y comunicacional mundial?
—El progresismo adolece de esa propuesta estratégica que es la superación de la actual civilización. En eso se diferencia la posición revolucionaria de la reformista, progresista. Considerar que se puede alcanzar un mejor modo de vida dentro de la sociedad capitalista. Pero esta ha entrado en decadencia y para sobrevivir necesita mayor explotación del trabajo, ser políticamente más agresiva, atentar contra todas las conquistas laborales que históricamente no se la han regalado a la clase trabajadora, sino que la ha conquistado el movimiento obrero mundial. A partir del 2009 en Europa echaron para atrás buena parte de esas conquistas. En el capitalismo actual el hegemón es lo financiero, ni siquiera lo productivo, es más violento que en el pasado. Entonces lejos de pensar que en el mediano y largo plazo alcanzar una sociedad más favorable a las mayorías sin superar al sistema, prefieren maquillarlo. Por eso el progresismo tiene esa limitación histórica y el sistema del capital, no solo no acepta la revolución sino tampoco acepta las reformas. Ha habido gobiernos reformistas en América Latina que fueron atacados con igual virulencia que la propia Revolución bolivariana. Dilma Rousseff tenía ministros que eran liberales, de hecho, el de economía pasó a ser asesor de Citibank o la de Agricultura que trabajó con Monsanto, y sin embargo al capital no le tembló el pulso para juzgarla y desalojarla del poder. El sistema capitalista actual no se puede dar el lujo de ser permisivo ni siquiera con los sectores reformistas. Por tanto, las posibilidades históricas del progresismo están muy limitadas.
—Si el progresismo no quiere ningún cambio, ¿por qué les molesta a los liberales?
—Algo que debemos revisar es el proceso de acumulación en esta etapa histórica, porque es más voraz, más especulativo. El circulante en el mundo es, mayoritariamente, producto de la especulación. Y esa voracidad en lo económico y financiero tiene su traducción en lo político porque expresa la naturaleza económica. Es por eso que cada vez es menos permisivo, hay como una especie de reposicionamiento de tendencias que pensábamos estaban aplastadas en la historia como el fascismo, el racismo, pero que han aparecido en diferentes partes del planeta. Pero, es por esa misma naturaleza, de un sistema que ha entrado en declive, que se niega a morir, y que por su puesto se vuelve más violento para tratar de recomponerse. Donald Trump es un ejemplo muy nítido. No llega ahí por obra y gracia del Espíritu Santo, sino que son fuerzas del propio capitalismo que trata de buscar una recomposición.
—¿Trump estará en condiciones de romper con el bipartidismo?
–Cada día los problemas de la sociedad estadounidense son más evidentes si lo sacamos por el número de desempleados que empezó con la última gran crisis (2009), que primero se señaló como una burbuja financiera pero que derivó en una crisis mundial. Esta echó a cerca de 6 millones de trabajadores a la calle y ahora se complementó con los efectos de la pandemia. La pobreza crítica que se vislumbra en Estados Unidos y el renacer de los odios raciales, con el estado de descomposición de esa sociedad, es muy difícil que no toque a esos partidos del status quo, y se van a expresar no solo por vías pacíficas, sino también violentamente.
—Con este panorama, ¿qué perspectivas tiene Venezuela?
—Se ha dado una batalla por preservar el Gobierno frente a la agresión múltiple del sistema del capital. Sin embargo, para la continuidad de la revolución las fuerzas políticas revolucionarias tienen que situarse a la izquierda del Estado, para presionarlo, porque si no le dejas la crítica a la derecha. Si la crítica no se asume desde una perspectiva revolucionaria, esta va a aparecer igual. Creo que le hemos hecho un grave daño al proceso al dejarle la crítica a la derecha. Pero el movimiento social tiene que situarse aun más a la izquierda que los partidos políticos. Eso le daría vida propia a un movimiento ascendente de la revolución. Durante estos años ha habido experimentos brillantes de la lucha social e incluso experimentos de la propiedad. No todas las comunas fracasaron, como ha sido el eslogan de la burguesía y sus voceros, incluidos voceros nuestros que piensan que no hay nada que rescatar de todo lo que se hizo de 2004 en adelante. Creo que va a haber una gran lucha teórica política y hay que apuntalar los esfuerzos colectivistas, por más radical que parezca esa postura, que Chávez lo planteó muy bien en el Plan de la Patria con los distintos tipos de propiedad que desde el Estado se podía empujar. Si se combina con la batalla cultural, el rescate del pensamiento socialista, se estudie nuestro proceso histórico y se conceptualice, que teoricemos lo que hemos ido construyendo. De esta forma tendremos las bases para un nuevo round revolucionario, porque lo peor que podemos hacer es caer en el pesimismo y en la postración.