Pedro Paricio Aucejo
Desde su infancia, la existencia de Teresa de Jesús fue movida a impulsos de una amistad no limitada por el ambiente, la escala social, el sexo o la edad. Además de su vivencia en la propia familia carnal con hermanos y primos, poseyó profundas amistades femeninas en el ámbito seglar y en el religioso, así como en el entorno espiritual de sus múltiples consejeros masculinos. Esta riqueza afectiva fue propiciada por el carácter innato de Teresa de Ahumada y por sus virtudes adquiridas en el trato humano, que rebosaron en su etapa mística al tener como criterio electivo de sus amistades la orientación preferencial a Dios y la urgente necesidad de acercar a todos a Él.
Su faceta como fundadora fue una prueba más de la facilidad e influencia de su cordialidad: la fundación de sus conventos no solo surgió bajo el estímulo de la amistad (la del monasterio de San José fue concebida en la fraternal tertulia del grupo de amigas reunidas en la celda que Teresa tenía en la Encarnación), sino que fue también ocasión de nuevas amistades, algunas de las cuales formaban parte de la élite social de la época y se convirtieron en colaboradoras del proyecto fundacional, como doña Luisa de la Cerda, doña María de Mendoza, doña Ana de Mendoza y la Cerda, doña Casilda de Padilla o doña María Enríquez de Toledo y Guzmán.
Con esta última –esposa del III Duque de Alba, don Fernando Álvarez de Toledo– Teresa de Jesús mantuvo un trato cordial y profundo, no reducido meramente a su persona sino ampliado a miembros colaterales de la amplia rama familiar del ducado de Alba, la más poderosa de la nobleza española del momento: los Velada de Ávila, los condes de Oropesa, los marqueses de Villafranca del Bierzo, la otra rama de Mancera de Abajo, Señores de las Cinco Villas… Además, entre los servidores del Duque trató con la esposa de su secretario Juan de Albornoz, así como con el matrimonio formado por Francisco Velázquez y Teresa de Layz, hacendados ecónomos de la Casa Ducal que abordarían generosamente la empresa de fundar el monasterio de Alba de Tormes¹.
Aparte de la tarea de ayuda espiritual y consolación a la duquesa de Alba, que padecía de soledad y melancolía por el mucho tiempo que se pasaba sola al frente de los estados ducales –su marido estuvo siempre muy comprometido con las campañas militares de Flandes, Italia y Portugal–, hubo sincera amistad entre ambas, hasta el punto de que, gracias a la confianza que la cimentaba, la Santa estuvo al corriente de los múltiples problemas de la familia y de otros miembros de la nobleza cercanos a ella e incluso le solicitó directamente a la duquesa ayuda económica o influencia social en más de una ocasión.
Esta íntima relación debió empezar ya en la etapa teresiana de la Encarnación, favorecida muy posiblemente por la rama abulense de los Álvarez de Toledo, los marqueses de Velada, que mantuvieron trato con Teresa de Ahumada. Se trata de un vínculo que, cultivado durante muchos años, llegaría hasta el instante mismo del fallecimiento de la Santa en Alba de Tormes. Precisamente tal circunstancia se produjo cuando, al sentir ya cercano el momento de su muerte y disponiéndose a partir desde Valladolid a Ávila, Teresa de Jesús fue reclamada por la duquesa para asistir e interceder en el castillo-palacio familiar por el buen desenlace del parto de su nuera María, esposa de don Fadrique. Obediente a la llamada de su amiga, la agotada carmelita llegó sin embargo a Alba el 20 de septiembre de 1582, una vez ya nacido el sucesor del título ducal. Durante los últimos días de vida de la Santa, la duquesa la visitó a menudo, la asistió algunas veces en su enfermedad dentro de la clausura y se preocupó de adecentar lo mejor posible la ceremonia litúrgica del entierro, a la que asistió ella y buena parte de su familia.
Pero quizá el detalle más llamativo de esta amistad teresiana –y el que más ayuda a precisar su alcance– es la entrega de alguna copia de sus escritos a esta familia, en concreto la de su autobiografía, de la que la duquesa tenía consigo un ejemplar autorizado. Precisamente la lectura de esta reproducción sirvió de consuelo espiritual al duque durante su prisión en Uceda, a la que le acompañó su fiel esposa.
Además de estos lazos de amistad trabados en vida de la monja abulense, todo el grupo familiar de los Alba representó también la devoción hacia las reliquias personales de Teresa de Jesús –de algunas de las cuales eran poseedores–, quedando muy ligada la suerte de estas, del sepulcro y del subsiguiente culto y veneración de la Santa a la influencia y protección de la noble familia. Por ello, la Orden Carmelitana siempre reservó una especial consideración para los Álvarez de Toledo, cuyo interés por la figura de la mística universal no decayó al desaparecer esta sino que, al morir y permanecer sus restos mortales en la capital de los estados ducales, quedó reforzado históricamente, ennobleciendo todavía más un título lleno de por sí de figuras eminentes y gestas militares.
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¹Cf. DIEGO SÁNCHEZ, Manuel, “Teresa de Jesús y Alba de Tormes: una relación cordial e ininterrumpida”, en CASAS HERNÁNDEZ, Mariano (Coordinador), Vítor Teresa. Teresa de Jesús, doctora honoris causa de la Universidad de Salamanca [Catálogo de exposición], Salamanca, Ediciones de la Diputación de Salamanca (serie Catálogos, nº 213), 2018, pp. 119-148.
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