Amistad y vida espiritual

Ananda, el discípulo amado de Buda, preguntó una vez a su maestro por el lugar de la amistad en el itinerario espiritual.
«Maestro, ¿es la amistad la mitad de la vida espiritual?», preguntó.
Y el maestro respondió:
«Más aún, Ananda, la amistad es toda la vida espiritual».

Al leer este pequeño relato, que recoge Joan Chittister en su libro 40 cuentos para reavivar el Espíritu¹ no pude menos que recordar a Teresa de Jesús y su conocida definición de oración:«No es otra cosa oración mental –a mi parecer-, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama (Libro de la Vida 8, 5).

No es la única vez que utiliza el término para explicar cómo entiende ella la oración. Veamos otros  ejemplos. Refiriéndose al trato íntimo con Dios, señala que Él «le comunica secretos y trata con ella con tanta amistad y amor, que no se sufre escribir» (V 27, 9). Y en en otro momento, afirma:  «tan particular amistad, como es tratar de oración» (V 7, 1). Incluso le expresa a Dios su extrañeza: «no veo, Criador mío, por qué todo el mundo no se procure llegar a vos por esta particular amistad» (8, 6).

También en su segundo libro, Camino de Perfección, podemos leer: «es gran cosa haber experimentado con la amistad y regalo que trata a los que van por este camino» (C 23, 5).

Las citas teresianas se podrían multiplicar. Pero termino con una que me parece especialmente iluminadora, y que sin duda está en la base de todas las demás. Para Teresa, la Encarnación del Hijo de Dios, algo tan complejo teológicamente, es definido también con ese mismo término tan sencillo, tomado de la experiencia humana: «hacerse Dios hombre, aquella amistad que hizo con el género humano» (Meditaciones sobre los Cantares, 1, 16). Encarnarse Dios es simplemente, hacerse amigo nuestro.

Pensemos cómo es nuestra capacidad de amistad, y tendremos un índice de cómo es nuestra vida espiritual.

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¹Santanter, Sal Terrae, 2011, p. 9