Las fragancias pueden ser un reflejo, el eco de esos estados de alma, o de ánimo que rebosan alegría y placer de vivir.
¿Cómo no amarlas? A medio camino entre la poesía y la química, marcan el éxito de la unión de ciencia, esencia y placer.
El perfume juega con la imaginación y nos aporta bienestar a través de las sensaciones que despierta, porque todos desearíamos, por ejemplo, navegar sobre una ola de placer en un horizonte excitante y eficaz.
Y puede ser tonificante, energizante, seductor, apasionante, romántico, lejano o misterioso.
Se compone de acordes, de colores, de olores y de texturas que estimulan los sentidos, aunque todavía no entendemos por completo su incidencia sobre nuestro comportamiento y su capacidad de armonizar cuerpo y espíritu.
Del olfato se desconoce la mayor parte, salvo que la información procesada a través de las fosas nasales, viaja a una región situada en la base del cerebro y que allí permanece.
El olor de las vacaciones, del campo, de la leña, del mar, del bienestar asociado al de la ropa limpia, la sensación de hambre, del olor del pan recién hecho y un larguísimo etc., se encuentran unidos indisolublemente a ciertas fragancias que se convierten en cómplices de vivencias, del arreglo personal, de momentos vividos y por vivir, de secretos placenteros, de sentimientos, de emociones …
Por eso quizás dicen los entendidos que la mejor manera de conquistarse a uno mismo, su propia autoestima, y la de los demás, es utilizando la esencia adecuada en cada momento.
Para saber cual es debes probar unas cuantas, intercalando en esta acción unos granos de café entre unas y otras para poder distinguir nítidamente sus olores.
La mejor para ti es aquella que se funda totalmente en tu piel y se convierta en “tuya”.