
Para traspasar todas esas fronteras, asistimos al levantamiento más íntimo y egoísta del ser humano; el de su privacidad y el de ser uno mismo ante la mayor de las adversidades. Sin experiencia o con ella, la dignidad y humanidad de Trintignant es conmovedora. Su mirada, sus silencios y esos porqués sin respuesta, le convierten en un héroe ante la muerte y el final de él y de ella. Soberbio en sus movimientos, matices y en esa mirada suya que se pierde en el infinito de sus recuerdos. Es con todos esos elementos interpretativos, con lo que nos hace revivir su tragedia a unos niveles majestuosos, como si un tsunami se apoderada de nosotros. A su lado, una no menos soberbia Emmanuelle Riva, digna de los mayores elogios, pues las muestras de sus discapacidades, no son suficientes para que su mirada se apodere de nuestros corazones. Dignidad y valentía para dar y tomar, como la más auténtica de las lecciones de la vida. La vida es larga, dice Riva, cuando le pide a su marido que le acerque los álbumes de fotos, en un último intento por recordar quién fue y cómo amó en su juventud. Un brillo, el de entonces, que todavía permanece en esa expresión que no termina de presentar el armisticio final a su existencia. La vida es larga, parece recordarnos con el brillo de su mirada, y a pesar de su trágico final, merece la pena vivirla.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.