«La verdadera patria del hombre es la infancia» (R.M Rilke)
La música para piano de Félix Mendelssohn forma parte de los programas de todos los conservatorios (la tarjeta de entrada al Conservatorio de París fueron durante mucho tiempo las Variaciones Serias) y, conviene bien a las manos no muy grandes de los niños. Así que todos los pianistas del mundo hemos convivido con ella durante la infancia y la juventud. Y, sin embargo, no nos paramos a reflexionar hasta qué punto cuando dice «Romanza sin palabras» se trata ciertamente de una canción privada de lenguaje escrito, como si despojásemos a los poemas de Eichendorff o Heine del verbo y solo quedara el sentimiento que nos transmiten; o como si tarareáramos uno de los lieder de Schumann con la exaltación que el texto describe pero sin pronunciar una sola sílaba. Cuando se escucha y se toca la integral de las Romanzas sin palabras impacta tanta variedad y sutileza, incluso dentro de los mismos tonos expresivos.
Me pregunto por qué no le dedicamos más tiempo a algo que siempre ha estado ahí, que siempre —desde la infancia— nos ha acompañado, pero que solemos entender y valorar a la sombra de Bach, Schumann, Brahms, o incluso de Liszt, pero no en sí mismo. Supongo que, inconscientemente caemos en ese difundido error de creer que la música que estudiamos en los primeros años de nuestra carrera es de segunda categoría. Y cuando pasa el tiempo y se adquiere la maestría para interpretar la Sonata Dante o los Años de Peregrinaje —por cierto tan conectados a la montaña— uno prefiere pasar tiempo con esta música sencilla, casi campechana, que declama las emociones sin artificios pero con cientos de matices diferentes. Las Romanzas sin palabras son un piano que no todo el mundo considera al nivel del repertorio germánico de élite (Brahms, Schumann), un piano que si intentas abordar desde el virtuosismo se te escapa entre los dedos; un diamante en bruto repleto de sentimientos profundos y sensaciones que rejuvenecen y que, por arte de magia, transforman al pianista en una mezzosoprano o un barítono capaz de cantar en un alemán impecable los textos de Heinrich Heine.
Mira tú por dónde Mendelssohn sería un amor de madurez inesperado que me /nos dejaría … ¡sin palabras!