-¡Siempre te querré!
-Eso se lo dirás a todas, ¿no?
El silencio te envolverá. A tus oídos llegarán mohines cursis y mimosos emanados de los labios cálidos, tersos y sugerentes de ella.
-No lo creerás, pero con el tiempo caerás en la cuenta de mi verdad y alucinarás completamente.
-¡También yo siempre te querré!- te unirás, crédula y apasionada, a su salmodia amatoria.
El catón amoroso habrá surgido de manera natural de las bocas de ambos. Recordarás y evocarás de nuevo todos los pasos y acciones emprendidas según un protocolo no marcado: pediros vuestros teléfonos móviles, chatear por wasap al principio como simples amigos, citaros días después: "¿El próximo finde podremos por fin...?"... Todo habrá seguido los pasos establecidos y discurrido por los cauces habituales.
-¡Siempre te querré!- repetirá él hasta la extenuación y proseguirá-: Ayer, hoy y mañana volveré y te lo diré y demostraré una y otra vez.
-Pensaré en ello -dirás ya con hartazgo y algo incrédula por tanta reiteración-. Yo también te lo repetiré cien, mil veces, pero ¿será verdad? Eso el tiempo nos lo descubrirá.
-Para mí será verdad absoluta cuando un día, sorpresivamente, pero con seguridad implacable, tus padres -sarcástico e irónico él te mirará, detendrá un instante en el aire su discurso y proseguirá-: ellos me hablarán de su más que desahogado patrimonio, sus dineros, sus pertenencias. En ese instante volveré con más fuerza aún que antes a la frase de marras. ¿Considerarás esto una fiable prueba de amor?
-Fiable, fiable no lo sabré hasta la resolución de la lucha entre Venus y Marte, dioses del amor y la guerra, que lucharán hasta la extenuación.
Arteramente, él pensará y siempre así lo creerá que en efecto será entonces cuando la verdad del amor, en un sentido o en otro, lucirá y destacará por encima de cualquier otra consideración. Y mientras este pensamiento le asaltará por sorpresa, ella, su amada, le sorprenderá con estas palabras rotundas:
-Te diré entonces sin pelos en la lengua que me amarás o me odiarás para siempre. Me amarás y caeré rendida en tus brazos; o me odiarás y te arrojaré lejos por tu maledicencia
-¿Maledicencia? No te comprenderé del todo jamás-. Me mirarás, fijo, a los ojos con enojo.
-Sí, maledicencia. Te lo explicaré, así lo comprenderás mejor: Habrás hablado mal de mí a tus amigos, ellos comentarán tus calumnias con los suyos y estos a su vez lo hablarán con otros hasta que de manera incomprensible, pero cierta e invariable, tus burlas y falsedades retornarán hasta mí como un boomerang. Escucharé en boca de todos ellos todo aquello que tú les habrás confesado al tiempo que a mí ya me habrás cansado y aburrido con tu falso, mentiroso, egoísta, vacío y carente de sentido y significado "¡Siempre te querré!"