Cinco son los grupos que, según el grado de intensidad, pueden trazarse según Elena Ferrándiz para practicar los juegos asociados al sentimiento amoroso: enamoramiento, conquista, emparejados, desiguales y, por fin, solitarios. Y para cada uno de esos niveles la autora propone una serie de actividades lúdicas, tan divertidas como metafóricas, que pueden verse en este libro publicado por el sello barcelonés Thule.
En el enamoramiento, dominan juegos como la ruleta o la gallinita ciega, y en ellos interviene una buena porción de azar, que acelera el corazón y lo impulsa hacia el cielo (es decir, hacia otro corazón), anhelando un vínculo que esté aromado por el perfume de la eternidad.
En la conquista (vocablo que ya Jorge Manrique, guerrero y poeta, usaba en sus poemas menores), conviene que los jugadores se tornen expertos en disfraces, en el póquer y en el pilla-pilla. Huelga añadir comentarios.
En la etapa de emparejados, cuando las partidas son más largas, las opciones se deslizan hacia el ajedrez y los juegos de rol, donde las estrategias y la adopción de una personalidad inteligente resultan claves.
En el tramo de bajada, cuando las partes de la experiencia amorosa ya no actúan al unísono (“Mientras que para uno es solo un pasatiempo, al otro le va la vida en la partida, y termina perdiéndola irremediablemente”), los juegos dominantes serán la peonza y el yo-yó.
Y, al fin, “cuando el corazón no tiene compañero de juego con quien compartir movimientos y latidos”, es la hora de concentrar los ojos y la mente en los naipes del solitario.
Un libro simpático, muy bien ilustrado por la propia Elena Ferrándiz, que puede amenizar una tarde de lectura.