Revista Espiritualidad
Hace un rato, navegando en una de las tantas redes sociales donde estoy registrada, me encontré con una conmovedora historia del original disfraz de Halloween que le hizo un padre a su hijo, que tiene que andar en silla de ruedas por haber nacido con espina bífida.
El divertido disfraz consistió en un camión de helados, donde el niño, con su uniforme de heladero, podía desplazarse en su "camión" a través de su silla de ruedas, y así ir por su vecindario recolectando dulces, o como dicen en Estados Unidos, "Go Trick or Treat".
Además de ser una historia muy enternecedora, nos muestra hasta donde puede llegar el amor de nuestros padres hacia nosotros. Ese es un amor que no conoce límites o barreras. No importa que edad tengamos, para nuestros padres siempre seremos sus pequeños hijos, merecedores de su preocupación, amor y cuidado.
Eso es algo que a veces nos cuesta entender, sobre todo cuando somos adultos. No obstante, resulta reconfortante saber que alguien nos ama a pesar de todo, y que aún hayamos fallado muchas veces, ese amor permanece invariable.
Contar con ese apoyo y ese amor sin medidas, es uno de los más grandes tesoros que un ser humano puede poseer y que el dinero no puede comprar ni reemplazar.
Procuremos valorar cada minuto que tengamos ese amor con nosotros, y que el mismo sea recíproco, es decir, que se lo devolvamos a nuestros padres en la misma magnitud, o aún más, porque además de amarlos debemos de agradecerles por habernos hecho quienes somos hoy, por apoyar, respetar y tolerar nuestras decisiones, sobre todo las equivocadas, porque precisamente en esos momentos es que ellos nos han ayudado a limpiarnos las rodillas cuando hemos caído, y nos han transmitido la fuerza y valor para seguir caminando.
Este artículo lo dedico a mis padres, que son mis héroes, mi roca, a los que amo profundamente.