Revista Libros
Apunten este título y no se lo pierdan cuando salga a la venta en España: el 4 de octubre (lo que yo he tenido la oportunidad de leer son las galeradas “vestidas” de libro). Larry Brown (1951 – 2004) es otro de esos autores a los que venera Chuck Palahniuk, y hasta ahora no había sido traducido al castellano, lo cual tiene delito. Porque Larry Brown es un escritor de primer orden, capaz de reflejar con una frase toda la soledad del hombre derrotado, del borracho sin esperanza o del poeta en ciernes que no consigue publicar.
Amor malo y feroz (o Big Bad Love) contiene 10 relatos y se divide en 3 partes.
La primera parte engloba 8 relatos en los que se mueven personajes del sur profundo, bastante perjudicados ya por la bebida, muchos de ellos a punto de romper su relación (Desenamorarse, Algo salvaje, Amor malo y feroz) o con problemas conyugales que derivan en otras obsesiones (en La aprendiza, fiel retrato de lo que significa empezar a escribir y tratar de mejorar, el narrador se desespera por los esfuerzos de su mujer por convertirse en escritora; en Esperar a las señoras, la vida de un tipo se desmorona y dirige toda su furia a buscar al exhibicionista que merodea por el barrio). La mayoría de los personajes siempre están bebiendo cerveza: yendo a comprar cerveza, rellenando la neverita del coche con cerveza, buscando cerveza en los bares… Suelen estar a la deriva, aunque algunos creen que es sólo un pequeño revés. En todos estos textos, Brown va incorporando nombres de los autores que han influido en su prosa (a los que se añaden los que Luis Ingelmo incorpora en las notas): William Faulkner, Charles Bukowski, Jack Butler, Cormac McCarthy, Ernest Hemingway, Raymond Carver, Flannery O’Connor, Harry Crews y Tobias Wolff, o sea, un gusto exquisito.
La segunda parte es un relato más amplio, Disciplina, en el que, mediante las preguntas y respuestas de un juicio, averiguamos que el protagonista ha sido condenado, por plagio, a permanecer 5 años en una especie de cárcel para escritores. Allí son sometidos a vigilancia, castigados si no se rehabilitan y, además, tienen que escribir textos en los que no haya asomo de plagio. Un buen invento que Brown resuelve con mucho humor.
92 días, el relato de la tercera parte, es a mi juicio una novela corta, y la mejor pieza del volumen. Es el texto ideal para todo aquel que sea escritor o que quiera serlo, porque Brown nos habla, mediante su personaje perdedor Leon Barlow, de los infiernos de la escritura: escribir y reescribir relatos hasta pulir el estilo, consumir horas de soledad en un cuarto, enviar manuscritos y obtener a cambio decenas de cartas de rechazo, no tener un céntimo para sobrevivir. Y a ello se añade el divorcio del protagonista y las obligaciones económicas que conlleva para su ex y sus hijos. Entre unas cosas y otras, Barlow bebe hasta perder el conocimiento. El texto está dedicado a Bukowski y se nota. Aunque Brown es menos soez y más sutil, y una de sus ventajas es el humor de unos personajes que, a veces, deben tomarse las cosas con filosofía. Un gran libro, pues, sobre la soledad, la literatura, el amor, la ruptura, el desamor y la bebida:
Intenté escribir tanto como pude. Le eché cojones y corazón y sangre, tal como un buen escritor en cierta ocasión me había aconsejado que hiciera. A veces aquello me agotaba, me dejaba para el arrastre. Tenía la certeza de que al menos algo de lo que escribía era bueno, era sólo que aún no había encontrado a nadie que compartiese mi visión de las cosas. Nadie con poder. Nadie que pudiera decidir si se iba a publicar o no. Tenía constancia de que existía una jerarquía, y celos, e informes oficiales interdepartamentales y notas escritas a toda prisa. Ellos no se percataban de que sus papelitos hacían que avanzaran o se retrasaran las carreras literarias de la gente, de que muchos de nosotros vivíamos y moríamos con un trazo de sus bolígrafos. No tenían ni idea de su poder. Nosotros éramos un vasto efluvio anónimo de autores que no habían demostrado aún su valía, y ellos recibían tal cantidad de material malo que se les hacía difícil encontrar algo que mereciera la pena entre tanta bazofia. Quizá acababan hastiados de todo, con los ojos petrificados por toda la mierda que caía delante de ellos. O quizá todo aquel material de mala calidad les había convencido de que todo era lo mismo, que nada bueno podría salir de una montaña de basura, que la búsqueda había terminado y que jamás descubrirían a otro Hemingway. Todo eso lo podía sentir muy profundamente. No podía probarlo, pero lo podía sentir.
[Traducción de Luis Ingelmo]